Derruida, llena de maleza, abandonada y prácticamente olvidada: Así encontraron la casa más antigua que se conoce en la capital mexicana ubicada en el número 25 de la Calle Manzanares, en la Merced, de acuerdo a un avalúo realizado por el Fideicomiso Centro Histórico de la Ciudad de México (FCH).
Se tiene información de que la estructura data del siglo XVI, y combina elementos de las culturas prehispánica y española. Fue edificada con piedra, tezontle, cantera y estuco. Presenció la transformación de la vieja Tenochtitlán en la actual Ciudad de México, por ende, sobrevivió invasiones, epidemias, inundaciones, terremotos y la modernidad, que derrumbó las construcciones históricas para dar paso a nuevas viviendas y rascacielos.
Imágenes de la casa más antigua de CDMX antes de su recuperación – Cortesía del FCH
Al parecer, este inmueble fue por muchos años una vecindad, y posteriormente se cree que funcionó como bodega.
“Es un ejemplo de la creatividad novohispana, porque mantiene la disposición de viviendas contiguas propia de la tradición mesoamericana, con la introducción de elementos de la vivienda española como son los marcos de cantera en torno a puertas y ventanas, y la viguería de madera en sus techos”, aseguraba el doctor Juan Benito Artigas (España 1934-México 2021), profesor emérito de la Facultad de Arquitectura de la UNAM y coordinador de la investigación que se realizó en la construcción.
En los restos que se hallaron se podía apreciar que durante la vida útil de la casa tenía 17 habitaciones y un patio comunitario al centro, ya que en ese entonces eran ocupadas por familias grandes.
Imágenes de la casa más antigua de CDMX antes de su recuperación – Cortesía del FCH
Por muchos años la propiedad estuvo olvidada, pero hace un tiempo la casa fue resguardada por el gobierno de la Ciudad de México y actualmente se encuentra bajo la custodia y protección del FCH.
Su valor ancestral es tan importante que el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) decidió incluirla en el Catálogo de Monumentos Históricos.
Tras un largo proceso de restauración, la casa se convirtió en un centro cultural. De acuerdo con un comunicado del INAH, después de ocho años de esfuerzo por parte del FCH, se decidió inaugurar este espacio “para acercar expresiones artísticas y oficios a niños y niñas que habitan no sólo en los barrios La Merced y Tepito, en la alcaldía Cuauhtémoc, sino también en Candelaria de los Patos y Venustiano Carranza”.
La restauración fue un gran cambio debido a que prácticamente era un sumidero de basura que representaba un foco de infección y de inseguridad, asimismo, el historiador José Mariano Leyva, indicó que en el callejón de enfrente se encontraba un “carrusel de prostitución”.
Mi Valedor se acercó hasta el FCH para conversar con su directora general, Loredana Montes, especialmente sobre la etapa de la casa como centro cultural.
Loredana nos desarrolla un poco más la historia previa de la casa. Cuenta que, en el año 2010, Benito Artigas, junto con sus estudiantes, decidió explorar la zona, y al acceder a la estructura se dio cuenta, por sus cimientos y formas arquitectónicas, que la antigüedad era mayor a lo que algunos especialistas pensaban.
“La hallaron en ruinas. Era una selva, con unas cuantas paredes de pie, los techos se habían venido abajo. Había algunos pedazos de plafón y ahí se albergaban personas que estaban en situación de calle”, comenta Loredana.
Imágenes de la casa más antigua de CDMX antes de su recuperación – Cortesía del FCH
Luego de realizar ciertas investigaciones, se supo que la casa perteneció a un comerciante próspero que vivió a finales de la época prehispánica. En la era de la conquista, habría pasado a manos de hispanos, pero de un nivel socio-económico menos elevado.
En la zona, se siguieron asentando nuevos comerciantes, ya que existía una gran acequia que funcionó durante todo el siglo XVI y gran parte del XVII, tiempo que los españoles tardaron en secar ese terreno.
Así, los comerciantes mestizos que fueron ocupando el área, habrían utilizado la casa con fines comerciales, aunque el fondo de la estructura se mantuvo destinada para vivienda. Como era costumbre en ese entonces, en la habitación principal residía el patriarca, y en el resto de cuartos vivían sus hijos, nietos, bisnietos, y así sucesivamente, junto con sus respectivas familias.
Centro Cultural Casa Manzanares – Foto de Alejandro Peña
Con el proceso de restauración, en el que participó Benito Artigas, se pretendió respetar la hechura original, sin alterar en demasía los materiales originales. “Fue todo un estudio de corte histórico y arquitectónico para poder restaurar sobre todo la parte de los plafones y algunas paredes que ya eran inexistentes, y con materiales que pues, si no los mismos, sí muy similares a los que a los que originalmente tenía esa casa”, explica Loredana.
Materiales que componen la estructura de la casa – Cortesía del FCH
Cuando el FCH toma el proyecto de restauración, ya hacía actividades con las infancias de La Merced, en un lugar que se llama Plaza la Aguilita (Juan José Baz).
“Ahí se juntaban los niños de la zona y otras aledañas, y se les daba talleres y charlas sobre historia. Cuando se empieza a hacer el rescate de esta casa, muchos de los niños preguntaban qué íbamos a hacer ahí, que qué estaba pasando, también los padres, empieza la curiosidad y expectación sobre el rescate de la casa”, recuerda Loredana.
En algún momento, el FCH comienza a decirle a la comunidad que la obra estaría dirigida a los niños. “’Es que aquí ya no van a trabajar ustedes en la calle, ya van a trabajar aquí adentro. Y esta va a ser su casa cuando ya esté construida’, les dijimos. Es decir, se toma en algún momento la decisión de que iba a ser un centro cultural, pero no de corte académico, sino de corte social, para las infancias de la zona”.
Estructura original de la casa que se mantiene conservada – Fotos de Alejandro Peña
De esta manera, a principios de 2020, se inauguró el Centro Cultural Casa Manzanares, con la asistencia de los niños que participaban en los talleres que impartía el FCH. Poco a poco se fueron sumando otros. Además, se unieron talleristas interesados en el proyecto. Así se fue corriendo la voz, por lo que el espacio creció hasta consolidarse y ganar la confianza de los padres y la comunidad.
Las antiguas habitaciones de la casa original ahora son los salones donde se dictan los talleres, y se acondicionaron la cocina, los baños, una pequeña oficina y se mantuvo el patio central.
Centro Cultural Casa Manzanares – Fotos de Alejandro Peña
Actualmente imparten diferentes talles destinados a estimular el desarrollo intelectual y artístico de los niños que asisten: teatro, música, dibujo, lectura, gastronomía e incluso tienen un pequeño huerto donde aprenden el cuidado de variedad de plantas. “Decidimos que fuera un espacio de convivencia y paz para los niños, que pudieran tener otras visiones del mundo. Por ejemplo, empezamos a sacarlos a los museos y a tener algunas actividades en donde conocieran el Centro Histórico y la riqueza histórica del lugar al que pertenecen y que empezaran a valorar el patrimonio cultural en el que están inmersos”, comenta Loredana.
Reciben a niños de entre 5 y 12 años, aunque algunos que asistieron por largos períodos a la casa y que han superado esa edad, vuelven para apoyar en diferentes actividades de vez en cuando.
En épocas vacacionales suelen recibir alrededor de ochenta niños, mientras que el resto del año la afluencia baja a la mitad.
Centro Cultural Casa Manzanares – Fotos de Alejandro Peña
Loredana cuenta que les ha tocado tratar con niños que presentan problemas de conducta, pero con el tiempo, y las técnicas aplicadas, han logrado que sus actitudes cambien. Por ejemplo, uno de ellos manifestaba su intención de pertenecer en algún momento al crimen organizado, sin embargo, y gracias a los talleres, su interés se fue centrando progresivamente en el arte. También cuentan con apoyo de jóvenes de servicio social que estudian psicología, y de los 11 talleristas que trabajan actualmente en la casa, cuatro son psicólogos profesionales.
A raíz de esta situación, decidieron crear un taller de box, para canalizar esa violencia en una actividad que utiliza peras, y no personas, con el fin de desahogar esa energía.
También han recibido pequeños con problemas de higiene o que no cuentan con los servicios básicos en sus hogares, y han buscado la manera de solventar esas carencias. Además, lograron un convenio con la institución encargada de los comedores comunitarios, y ahora les envían diariamente una comida para cada niño.
En la casa les ha tocado atender a familias migrantes, ya que La Merced se caracteriza por albergar a numerosos extranjeros, especialmente venezolanos y centroamericanos. Loredana manifiesta que ha sido un proceso lleno de aprendizaje, pero también de complicaciones.
El proceso de adaptación ha estado marcado por la “la dificultad y dolor para ellos, pero bien. El hecho de que sea un espacio de paz, creo que a ellos les ha traído oportunidad de adaptación en un país que no es el suyo, con unas costumbres que, si bien no son tan distintas porque compartimos muchos rasgos culturales, no es exactamente lo mismo, no es su país, hay diferencias que a ellos los sacan de onda, pero bien, yo creo que para nosotros han sido muchas sorpresas”.
Centro Cultural Casa Manzanares – Foto de Alejandro Peña
Ha sido de ayuda “la maleabilidad que tienen los chicos que están llegando y la receptividad que tienen los chicos que están aquí también (…) porque esos niños no tienen prejuicio, los adultos se los estamos construyendo, pero no lo tienen tan arraigado y eso ha permitido que sean receptivos, sensibles, frente a lo que están pasando esos chicos que están llegando de otros países”, agrega, a la vez que apunta que entre el 35 y 40 % de pequeños que asisten a la casa son migrantes.
Finalmente, Loredana expresa que un reto muy grande que enfrenta el FCH para mantener la Casa de Cultura Manzanares, es procurar que no la conviertan en otra cosa, porque como institución, su función principal es conservar y promover el patrimonio edificado, y a su vez impulsar el desarrollo inmobiliario.
La Casa de Cultura entra en el área de proyectos especiales, y quizá podría considerarse no prioritaria, presupuestariamente hablando, pero a final de cuentas es un programa social innegablemente necesario y oportuno, pues procura complementar la formación de niños y niñas, algo fundamental para toda sociedad.
Obra hecha por los niños del Centro Cultural Casa Manzanares – Foto de Alejandro Peña
“La verdad es que cada vez que entro al Centro Cultural Casa Manzanares, es redescubrir México, su maravillosa resistencia y resiliencia. La Casa nos recuerda de dónde venimos y los niños nos recuerdan hacia dónde vamos. Y el hecho de que ahora lleguen niños migrantes, refleja la historia que estamos construyendo ahora”. En conclusión, es un lugar del pasado donde se construye el futuro, y así debería mantenerse.
Valedor. Periodista a tiempo completo. Zurdo, cinéfilo, amante de la lectura, la música, el café y el chocolate. En contra de las farsas sociales. Otro venezolano emigrante.
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