La semana pasada los congresos de Sinaloa y Baja California aprobaron las modificaciones al código civil estatal que permitirán legalizar la unión civil de personas del mismo sexo. La aprobación del matrimonio igualitario en otros dos estados del país reavivó una discusión guiada, la mayoría de las veces, por creencias religiosas o posturas morales, las buenas costumbres, la protección de un esquema tradicional y supuestamente perfecto de familia y hasta la etimología porque ¿alguien quiere pensar en lo que dice la RAE?
De los 32 estados de la República, solo 21 permiten la unión legal de personas del mismo sexo mientras que varios de los 11 restantes han echado la discusión en saco roto. Y aunque desde el 12 de junio de 2015 la Suprema Corte de Justicia de la Nación emitió una jurisprudencia que marca como discriminatorio e inconstitucional cualquier código civil que entienda al matrimonio como un enlace entre un hombre y una mujer, esto no ha logrado que se invaliden o modifiquen directamente los códigos civiles de los estados.
Y así va la bronca entre este lado y aquel. Pero acá, en el lado disidente de la cancha, también hay discusiones: hay quienes celebran la posibilidad de legalizar sus relaciones y con ello a acceder a derechos conjuntos y a la visibilización de sus vínculos, pero también quienes se muestran renuentes a aceptar los beneficios de legitimar nuestras relaciones a los ojos del Estado o los que recriminan que hay otros temas más urgentes en nuestra agenda (los crímenes de odio, por ejemplo).
Como sea, las reformas están planteadas y ese punto de la agenda sigue avanzando. Poco a poco más estados se van sumando y activistas y sociedad civil celebran lo que muchos consideran un “triunfo para el amor”. Porque como sociedad, tenemos esta percepción de que el matrimonio es la consolidación simbólica del amor entre dos personas, pero muchos nos cuestionamos ¿todo matrimonio tiene como fundamento el amor? ¿el amor sin matrimonio será entonces un amor incompleto? ¿el amor verdadero solo puede ser entre dos personas?
Y es que a mí no me gusta equiparar al matrimonio con el amor o meter en esa misma canasta todas las posibilidades de relacionarnos con otro cuerpo. O con dos. O con tres. O con los que queramos. ¿En dónde entran otras posibilidades de relacionarnos que no están medidas (y mediadas) desde la heteronorma? Y no hablo solo del poliamor o las relaciones abiertas, sino de entender que lo casual y el encuentro efímero también son una postura; que tu roomie con el que no te enuncias como pareja o tus amigos también son tu familia.
En nuestro contexto el matrimonio es una figura necesaria para consolidar ciertos derechos. Nos toca ceder ante la vigilancia del Estado (ni modo, es lo que hay) con tal de poder ver a nuestro compañero en una situación hospitalaria, compartir un patrimonio o dejarle la tranquilidad de una pensión (claro, si te tocó contar con una; ya sé, qué vintage). Recuerdo, mientras escribo esto, el caso de un conocido cuyo novio falleció: la familia homofóbica del difunto no le permitió pasar al velorio, 14 años caminando juntos no fueron suficientes para tener el derecho a despedirse. Por esto es importante y, aunque no es la única lucha válida y necesaria, sí tiene un papel invaluable en la práctica plena de nuestros derechos con quienes nos relacionamos sexoafectivamente. Como leí en un tuit de Raul @Tezcatlijota: “El matrimonio como horizonte es limitado y tiene contradicciones muy cabronas. Pero como agenda política permite avanzar en esa propia discusión.”
Tengo conflictos con el #LoveIsLove. Y no hablo desde mi posición porque desde ella ese hasthag sí me acoge, hablo pensándome en otros papeles, pasados o futuros: el que no tiene un compañero “de planta”, el que tiene muchos, el que no quiere tener ninguno. Las luchas por garantizar los derechos de las sexualidades disidentes debería poder abarcarnos a todas, todos y todes, ofrecernos seguridad, evitar que nos violenten y los crímenes de odio, estés o no enamorado. Creo que tenemos más presentes otras posibilidades del afecto y estamos más abiertos a relacionarnos de maneras menos institucionalizadas a nivel corporal y emocional, ¿qué estamos haciendo con eso?
Bajo el régimen de un gobierno que no es de izquierda, con un acelerado crecimiento de las iglesias evangélicas y las posturas religiosas radicales y con los crímenes de odio a la alza, reafirmar que existimos es necesario. El matrimonio no será la única forma de que se respete el ejercicio de ciertos derechos, pero hoy por hoy sí lo es, porque al menos nos mantiene dentro del mapa al que el Estado le dibuja las fronteras y, acá entre nosotros, nos permite seguir pensando y discutiendo otras formas de hacer vínculos. Y yo siempre estaré del lado que lucha por mi derecho a tener la opción de casarme aunque no la elija. O quizá sí, pero sin boda. O quizá la boda también. ¿Se me verá bien un traje gris?
Diseñador gráfico, fotógrafo, tuitero y fan de Shakira. Le gusta la calle, el café con pan y pensar el poder de las imágenes. @elarturoso
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