Diosas Xochiquetzal. Conoce Casa Xochiquétzal, el espacio que apoya a trabajadoras sexuales de la tercera edad.. Fotografía de Benédicte Desrus
Fotografía de Benédicte Desrus

Diosas Xochiquetzal. Conoce Casa Xochiquétzal, el espacio que apoya a trabajadoras sexuales de la tercera edad.

12/10/2024
Por Paula García

La mayoría de las personas sueñan con llegar a la vejez acompañados de su familia; pero imagina llegar completamente solo a esa etapa de la vida, incluso después de haber criado hijos.

Nuestra sociedad estigmatiza severamente al sector del trabajo sexual y, por lo tanto, carecen de ayuda tanto de nuestra parte como del gobierno. Una de las zonas rojas más transitadas de la Ciudad de México es Circunvalación, adentrándose hacia La Candelaria, donde es común encontrar trabajadoras sexuales de la tercera edad. Olvidamos que las prostitutas también envejecen, ¿qué pasa con ellas? En la mayoría de los casos estas mujeres terminan viviendo en la calle. Es habitual que su familia las rechace y abandone al descubrir a qué se dedicaron, aunque por tantos años hayan sido el sustento económico de la misma. Es por eso que la labor que hace Casa Xochiquétzal es invaluable.

Casa Xochiquétzal abrió sus puertas en 2006 para acoger a trabajadoras sexuales de la tercera edad que, por las características de esta labor, van recibiendo un ingreso menor con los años. Las mujeres se debaten cada día entre gastar los pocos pesos que ganan en comer o rentar un cuarto. En el año 2000, Carmelita Muñoz, una de las prostitutas de la zona, notó al terminar su jornada que sus compañeras mayores se cobijaban debajo de cartones en las banquetas, cubriéndose de la lluvia. Por esta razón decidió juntar a 20 mujeres para conformar una especie de sindicato que visibilizara la problemática y protegiera el bienestar de este sector. La lucha fue larga. Convocaron a feministas como Jesusa Rodríguez, quien ayudó a que se escuchara la petición ante el gobierno para que estas mujeres tuvieran dónde vivir. Finalmente se les otorgó la posibilidad de escoger entre cinco predios distintos de la Ciudad de México. Así es como escogieron la sede, una casa construida a finales del siglo xviii en la Plaza de Santa Lucía, en Tepito.

Para poder ingresar al albergue, los requisitos son tener más de 60 años y trabajar o haber laborado en el sector de la prostitución. Los días en el albergue empiezan a las nueve de la mañana con el desayuno, después cada una tiene una labor de aseo en la casa, seguido de algunos talleres de artesanía, donde toman desde clases de dibujo hasta cursos de chocolatería. El toque de llegada es a las nueve de la noche.

La casa es dirigida por Jesica Vargas, quien empezó como voluntaria hace varios años. El albergue de puertas abiertas es operado por cuatro personas y tiene capacidad para 60 mujeres; sin embargo, por falta de recursos solamente reciben
a 20. Casa Xochiquétzal es mucho más que un lugar para dormir y comer; el programa personalizado les ofrece atención médica mensual, terapeutas y ayuda como vínculo de reconexión con sus familiares.

“Cuando Carmelita llegó, estaba sola y no tenía buena relación con su hijo. Después del temblor pasado, su hijo estaba aquí a los 20 minutos verificando que su mamá estuviera bien”, comenta la directora de la casa, donde se ha creado una familia. Explica que la convivencia entre las beneficiarias es como de hermanas: de repente la llevan muy bien y otras veces hay pleito. Pero cuando tienen que unirse, defienden su hogar en comunidad y no hay quien les gane la pelea.

Muchas de las mujeres aun trabajan, tienen la libre decisión de seguir ejerciendo. La casa brinda la oportunidad de tener una mejor calidad de vida, aunque si consumen sustancias se canalizan a otro albergue. La regla es cuidarse. Muchas sufren de enfermedades crónico-degenerativas propias de la edad, por ello en Xochiquétzal la alimentación es fundamental para proteger su salud.

María Isabel, a resident of Casa Xochiquetzal, in her bedroom at the shelter in Mexico City, Mexico on August 16, 2013. María Isabel, who grew up in Michoacán, Mexico, ran away from home at the age of 9 after a year in which her father “used her.” When she got to the Mexico City bus station, she met a woman selling tamales who offered her a home and education. María Isabel nearly finished her studies to become a teacher, but when her caretaker died, she became a sex worker at 17. She now reads, writes poetry, embroiders, and makes earrings and bracelets. Casa Xochiquetzal is a shelter for elderly sex workers in Mexico City. It gives the women refuge, food, health services, a space to learn about their human rights and courses to help them rediscover their self-confidence and deal with traumatic aspects of their lives. Casa Xochiquetzal provides a space to age with dignity for a group of vulnerable women who are often invisible to society at large. It is the only such shelter existing in Latin America. Photo by Bénédicte Desrus

Hay que pasar por esta casa y aprenderles a estas mujeres que tienen mucho que enseñar, mucho que contar y mucho que dar. Como la diosa Xochiquétzal, ellas son dueñas del placer, reinas de todas las flores, de la miel y del querer.

A continuación te dejamos este testimonio de Sol, una de las beneficiarias de Casa Xochiquétzal:

“Soy de provincia. Llegué cuando tenía 14 años, ahora ya cumplí 60. Me instalé en un departamento en el barrio de San Ángel. Quien me trajo fue mi esposo, bueno, me mandó mi mamá con el señor; su edad en realidad nunca la supe. Nos casamos cuando cumplí 18 años, él era un asturiano, tuvimos tres hijos. Él enfermó y nos gastamos todo el dinero, murió después de muchos años de convalecencia. Así llegaron los problemas con mis hermanas. Cuando mi madre falleció, me quitaron la casa del rancho que me había construido mi esposo antes de enfermar. Yo no dije nada porque si las demandaba las mandaban a la cárcel, y pues no quise. Luego los problemas con los hijos… La necesidad me llevó a vender tamales aquí en el Centro, pero la policía me agarró tres veces.

La situación estaba difícil y empecé a ofrecerme; tuve que hacerlo desde antes, cuando mi esposo estaba enfermo. Me dolía hacerlo, pero no tenía otra manera de vivir. No me gustaba nada hacerlo, prefería dormir en la banqueta. Para una mujer es muy penoso vivir en la calle, por lo mismo de las necesidades hay que estar escondiéndose. Yo siento que Dios me ha cuidado desde que nací. Un día llegó una señora que me compraba tamales; yo ya estaba con la mente ida y me trajo a la Casa Xochiquétzal, donde vivo desde hace cuatro años. El día que llegué me recibieron bien hermoso, me dijeron que me bañara, me dieron de comer y me llevaron con Lorena, la terapeuta, a quien le agradezco mucho porque me enseñó a vivir y a perdonar. Siento que tenía que suceder todo lo que pasó para conocer a Dios y valorarlo. Yo quería quitarme la vida, quería volverme loca, irme de la realidad por una pendejada, y platicando con mis compañeras comencé a valorar que lo mío no era nada. Empecé a cantarles, a bailar con ellas; antes era puro llorar y después fue puro reír. Ahora estoy estudiando los básicos de Teología. Amo a todas mis compañeras. Puedo trabajar vendiendo tamales o dulces. Yo no juzgo a quienes siguen prostituyéndose, porque atienden a personas que tienen necesidades fisiológicas y ellos responden a la necesidad económica. A veces ni siquiera se trata de sexo, el servicio que encuentran en las trabajadoras sexuales va más allá de eso. Muchos hombres están muy solos, incluso en sus matrimonios; estos servicios permiten que no se rompa la familia, que no se desmorone. La prostituta ayuda a su manera dentro de la sociedad, pero mucha gente no lo ve así. Mis hijos ahora quieren que me vaya con ellos, pero yo aquí soy feliz, aquí me siento a gusto. Aquí hemos aprendido a dar amor. A lo mejor antes no lo dábamos porque estábamos con el sufrimiento en el victimismo, era cómodo estar echándole la culpa a los demás. Yo antes no valoraba la vida; aun cuando mi esposo estaba vivo siempre quise morir, vivía a fuerza porque amaba a mis hijos y me necesitaban. Llegando aquí todavía quería morir, pero uno no es tan valiente para quitarse la vida. Para mí, ahora la vida es hermosa. Me encanta despertar con los pajaritos que cantan en mi balcón.

Para mí esa es la vida. Cuando veo a esos seres que no pesan nada, que parece que no son nada y son vida, pienso en el gran significado que tiene la mía. Ahora puedo ser lo que siempre quise ser y no pude porque tenía que mantener a mis hijos. Ahora me amo y este es mi hogar”.

Portrait of Victoria, a resident of Casa Xochiquetzal, at the shelter in Mexico City, Mexico on November 20, 2008. Casa Xochiquetzal is a shelter for elderly sex workers in Mexico City. It gives the women refuge, food, health services, a space to learn about their human rights and courses to help them rediscover their self-confidence and deal with traumatic aspects of their lives. Casa Xochiquetzal provides a space to age with dignity for a group of vulnerable women who are often invisible to society at large. It is the only such shelter existing in Latin America. Photo by Bénédicte Desrus

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Este texto forma parte de la edición Cañaveral de pasiones

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Paula García

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