La Ciudad de México es para quienes espabilan; aquí hay que andar bien despiertos por las calles, tanto de día como de noche. Los que prefieran dormir en paz absoluta, mejor que se vayan al suburbio, porque esta ciudad jamás se calla.
Personalmente, me encanta la ciudad de noche: siempre hay algo abierto, siempre está pasando algo; quien se aburre de noche es porque quiere. Hay que atreverse a caminarla en su opacidad, solo así es posible entender todas sus caras. De noche las calles de la ciudad se escuchan, se sienten y huelen diferente.
La noche llega de la mano del misterio inevitable. Las horas del día casi siempre están planeadas, mientras que por la noche todo es posibilidad. Vivir de noche trae consigo opciones diversas pero coincidentes: la búsqueda de diversión, el deseo de adentrarse en lo desconocido, el riesgo, la avidez y el relajo. En contraste, la oscuridad también es sinónimo de intimidad, de tranquilidad, de volver a casa. Para muchos, la noche significa simplemente el comienzo de la jornada laboral.
Me intrigan los turnos de noche y la gente que los logra sobrellevar. Esta edición está dedicada a aquellos valientes que duermen de día para mantener vivo al defectuoso por las noches: son ellos quienes cuidan el fuego para que quienes dormimos no lo encontremos apagado al día siguiente.
Retratar la ciudad de noche no es tarea fácil. Superando prejuicios y complicaciones técnicas, nuestros colaboradores fotógrafos nos seducen con propuestas arriesgadas y luminosas en tonos oscuros. Abrimos la edición con un cuento de Isabel Hernández, que habla sobre la elección de intercambiar una vida diurna por una nocturna y de paso nos hace ver lo bonita que es la noche. Algunos valedores escribieron crónicas que capturan momentos importantes de su vida nocturna.
Espero que les guste,
María
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