Llevamos tantas décadas bajo la sombra de la cultura gringa, que ya es difícil separarnos de ella, o siquiera distinguir sus bordes. Sin duda, gran parte de la industria musical, cinematográfica, tecnológica y deportiva de nuestros vecinos nos impacta e inspira de manera positiva, pero también hemos abierto las puertas –sin pensarlo demasiado– a su cultura del consumo irresponsable y voraz, con todas las consecuencias que esto trae consigo.
Eso sí, hábiles y prestos, transformamos lo heredado muy a la nuestra. Desde nuestra esencia, nos apropiamos de numerosos conceptos para reinventarlos a la mexicana. Como muestra basta un mechón de güera de farmacia, o los nombres anglosajones que nos apropiamos sin el menor rigor gráfico para designar comercios, zonas residenciales, productos, mascotas y hasta personas.
Este consumismo –que ahora también es nuestro– amenaza con poner en peligro de extinción muchos aspectos de nuestra cultura e identidad. Por eso Mi Valedor trabaja para seguir asombrándonos de nuestra propia creatividad, nuestra sapiencia artesanal, nuestra peculiar visión del mundo.
La migración al país vecino permea este número desde varias perspectivas. Por ello abordamos la maravillosa labor que hace Casa Tochan dando asilo temporal a migrantes y refugiados. El cuento de Úrsula Fuentesberain abre la edición con un estremecimiento lleno de preguntas. Jorge Pedro Uribe, nuestro fiel colaborador, nos da su excelente recomendación de comida en la sección de La Golosa.
Con la coyuntura política que vivimos, cuando parece que el vecino es incapaz de celebrar lo que nuestra cultura les aporta, la persecución del sueño mexicano cobra más sentido que nunca. No dejemos que la persecución del sueño gabacho nos impida dar forma e impulso al propio. Se pueden tomar ideas y hacerlas nuestras, como ya lo hacemos. Mi Valedor , ni más ni menos, replica un modelo que inició en Nueva York… ¿Cómo que no se puede?
Enjoy,
María
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