Vista desde afuera, la Ciudad de México bate todos los récords del espanto. Desde dentro, el paisaje se percibe de otro modo: ningún apocalipsis es para nosotros, aunque vivimos rodeados de sus signos.” – Juan Villoro (“Elogio de la mujer barbuda”)
De 1950 a 1980, el descontrolado crecimiento de la población se extendió por todo el Valle de México, y con su voracidad nos dejó nadando en un caldo que hierve y del cual quizá no saldremos vivos. La ciudad fundada por los mexicas entre ríos y lagos se ha petrificado en avalanchas de concreto. La región más transparente es hoy la más turbia, con la mayor contaminación del país, donde el NO CIRCULA ya no es una necesidad, sino un grito de supervivencia.
La sobrepoblación ha hecho que nos acostumbremos a un ritmo de vida apretado: el tráfico infinito, el apachurro en cualquiera de los transportes colectivos o bien el “hágase p’allá” con un despiadado “golpe avisa” para el ciclista. Llegamos al límite del límite. Pensamos: “si seguimos así, esto acabará pronto”; sin embargo aquí estamos, funcionando.
La ciudad está llena de escenarios catastróficos contradictorios: la desigualdad y la mala repartición de bienes han dejado a un manco sentado junto a un lord de siete brazos. Por un lado, la acumulación de las sobras de nuestro imparable consumo, y por el otro, el agotamiento de los recursos naturales.
Y el futuro al que el ser humano apela para perseguir la felicidad ya está aquí. Hoy la conciencia colectiva se mueve en las redes sociales; presenciamos el fin del mundo desde una silla, inmersos en la realidad cibernética. ¿Será que no queremos aceptar la nuestra?
Pero aquí nos tocó vivir, e intentamos buscarle el encanto a nuestra realidad. Esta edición de Mi Valedor tiene ese peculiar sabor agridulce. Abriendo la edición, presentamos un cuento inédito de Emiliano Monge, gran escritor y ganador de diversos premios, incluyendo el Jaén de Novela y el Premio Iberoamericano de Novela Elena Poniatowska. La reconocida e impresionante fotografía de Pablo López Luz sostiene la revista en su centro, mientras que Sonia Madrigal comparte el trabajo de denuncia que hace ante el feminicidio.
Mientras esperamos el fin del mundo, seguiremos abogando por las poblaciones excluidas, que son un corolario perfecto de este sistema apocalíptico que no logra colapsarse.
María.
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