La culpa está de moda

16/06/2021
Por Sofía Morfín

Hace varios años inició una colectiva deconstrucción social que, aunque para la mayoría ha sido agotadora, creo que en general ha tenido resultados positivos en la sociedad. Hoy, las y los jóvenes nos cuestionamos los motivos que han llevado al mundo a funcionar de la manera en que lo hace y, más importante, estamos convencidos de que existen otras formas, aunque aún no las tengamos claras.

Prueba de esto son movimientos de años recientes como la marea verde, Black Lives Matter, #metoo y los más recientes estallidos en Chile, Ecuador, Bolivia y Colombia contra los abusos de poder y la desigualdad. Hoy sabemos que nada está escrito en piedra y que hasta los más antiguos preceptos pueden derretirse y remodelarse como plastilina.

Esta agitación social trajo consigo un fenómeno algo irritante al que bautizamos “corrección política”, que parece una consecuencia inevitable de ponernos a escuchar y considerar aquellas voces que por siglos fueron sistemáticamente ignoradas.

Creo que, a pesar de reconocer la importancia y valor de la corrección política, a nivel conceptual la mayoría detestamos la corrección política. Así que, más que examinarla por las fallas en su concepción (“política” implica que es de dientes para afuera) o en su exceso (la radicalización que anula el diálogo) quisiera detenerme a pensar en sus deficiencias operativas como método para erradicar el pensamiento colonialista y heteropatriarcal:

  1. Se trata de un fenómeno de la palabra y no del actuar. Las palabras son poderosas, pero ¿son suficiente?
  2. Es un comportamiento cimentado en la culpa. Esa emoción, para mí la peor de todas, está tan de moda hoy como hace dos mil años. O tal vez en Occidente no logramos escapar a nuestros orígenes judeocristianos.

La instrucción fue: cada quién analice qué posición ocupa en la sociedad y conforme a esto, reflexione sobre sus ventajas y desventajas; de esta forma, cada uno puede sentirse mal por los privilegios que recibió sin merecerlos y puede reclamar aquellos que le han faltado. Era necesario y resulta asombroso que no haya sucedido de manera generalizada antes, pero su permanencia y efectos siguen siendo frágiles.

A mí, mujer blanca y heterosexual, y por tanto parte del segundo grupo más privilegiado históricamente en México después del hombre blanco, me corresponde más a menudo sentir culpa que infligirla. Aunque sin duda he participado de lo segundo porque, seamos honestos, luego es incluso más satisfactorio señalar en asuntos que ni siquiera nos incumben.

Dividir la realidad en víctimas y victimarios no sólo es una sobresimplificación burda y poco halagadora de una historia compleja, cruel y fascinante, sino que es una actitud que polariza y divide mucho más de lo que restaura y sana. La culpa es horrorosa por donde uno la mire:

Del lado de los acusados, a nadie le gusta reconocer que ha hecho algo mal, en especial cuando lo hizo de manera inconsciente o como consecuencia de una estructura social en la que es ladrillo más que arquitecto. Lo anterior no indemniza, pero explica por qué los aludidos suelen ponerse a la defensiva. Renegar de los privilegios es anestésico: una paz inducida artificialmente. Porque lo cierto es que cuando uno no está nublado por antiguas certezas, una vez que identificas un privilegio del que has gozado sin causa aparente —del que en ocasiones has abusado— , la realidad no vuelve a ser la misma.

Es probable que la única manera de reconocer un error sea sintiéndonos (o que nos hagan sentir) basura por unos momentos. Pero es peligroso porque si no se sobrepasa ese mal trago es fácil caer en el cinismo, en la anestesia, cerquita del “ódiame más”, “al fin que ni puedo cambiarlo”, “al fin que así nací y, no sólo eso… me conviene”. Y si uno se queda atorado en ese sentimiento, tampoco basta, porque sentirse mal de comer cuando otros no tienen, a ellos no les llena la panza.

Del lado de los acusadores, culpar no es suficiente. Señalar a otros porque van lentos en su proceso de deconstrucción —con un aire de superioridad, por supuesto— o porque nunca habían pensado en eso, o no tenían idea de que se podía agraviar a otros de tantas formas distintas, no califica como una acción restauradora. La mayoría de las veces sólo genera animadversión. La gente está más ocupada en ridiculizar y nulificar que en explicar (Twitter como epicentro de esto), deliberadamente ignorando la intención comunicativa de un mensaje para buscar con ansias el error, más allá de si lo que el emisor quiso decir era eso o no. Las buenas intenciones no son suficiente motivo para andar diciendo pendejadas, y la gente debe ser cuidadosa y pensar dos veces antes de hablar o escribir, pero no deja de ser sorprendente la agresión hacia quienes a todas luces no tiene la intención de ofender o simplemente están preguntando.

Entonces busquemos juntos, a través de una conversación abierta, las soluciones a vicios que construimos de la misma forma en lugar de pasarnos la vida culpándonos unos a otros. Que, si me permiten, es bastante fácil y termina por aburrir hasta a quien no hace más que levantar el dedo.

Sofía Morfín

Sofía Morfín

Es colaboradora y lectora de Mi Valedor. Le gusta escribir cuentos y analizar cualquier cosa en un Excel.

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