El arquetipo del ama de casa perfecta no es el único manual de comportamientos que esclaviza y que puede alejarnos de nuestra esencia cuando no es lo que buscamos.
El feminismo es un movimiento urgente al que le tengo respeto y cariño por lo que ha hecho por mí y por las mujeres que amo, pero creo que como cualquier corriente ideológica, cuando toca los extremos se convierte en una nueva estructura llena de reglas que nos restan libertad. En particular aquellas normas a la que no podemos o queremos adaptarnos. Y esto no nos hace menos feministas, ni feministas de segunda.
Hace poco leí un post en Twitter con esta pregunta: “En este feministómetro sobre qué hay que hacer o dejar de hacer… ¿qué sienten que les causó mucha presión y hoy les vale madre y son felices?”. El planteamiento me atrapó y, como suele suceder, caí en el hoyo negro de la red social y pasé más de media hora leyendo cada uno de los comentarios del hilo.
Leer esa serie de testimonios de mujeres confesando lo que aman y no “deberían” según el nuevo régimen – depilarse, maquillarse, casarse, ser heterosexuales, tener hijos – me recordó un pequeño párrafo que leí en la novela Perdida de Gillian Flynn que habla de un fenómeno al que nombra “la chica cool” que estuvo de moda en los 90s y 00s. En un par de páginas la protagonista, Amy, explica cómo fue que empezó a odiar a su esposo porque él la AMABA, pero no la amaba a ella, sino a alguien que ella fingió ser por un rato para agradarlo: cool Amy. Una chica guapa, inteligente, divertida, que ama los deportes, el póker, los chistes vulgares, los videojuegos, los tríos, dice groserías y eructa. El prototipo de mujer comprensiva que está bien con todo, no se queja y permite que su hombre haga lo que se le hinche. Esa mujer inexistente y que muchas pretendían ser para resultar más atractivas. Personalmente no se me ocurre una persona más sometida que esta. El texto me afectó a tal grado que ese día dejé de ver partidos de futbol; me di cuenta de que moriría sin conocer a un tipo que leyera un libro porque a mí me interesa y no me pareció chido.
La chica cool y la feminista intachable no son los únicos moldes que han venido a suplantar ese que nos chocaba por su imposición histórica: el de la mujer dedicada a sus hijos y esposo, o en su defecto a sus padres. También está el mito de la mujer ejecutiva multiusos que tiene hijos a los que atiende a la perfección, es directiva en una empresa, tiene un cuerpazo, gana muchísimo dinero, cara libre de arrugas y canas y no hay nada que no pueda lograr.
Por supuesto que todo es válido: el gusto por videojuegos y deportes, el amor a la moda, la monogamia, el poliamor, cualquier preferencia sexual, los hijos, los trabajos, etc. Siempre que sean elecciones tomadas libremente y no con el objetivo de complacer a otros o de cumplir un rol. A veces pensamos que ya estamos más allá de eso para darnos cuenta de que las cadenas sólo van cambiando de nombres y que a veces nos las ponemos solas.
Podríamos achacárselo al heteropatriarcado, ese ente abstracto al que está de moda culpar sin poder responsabilizarlo, porque es intangible y porque cada uno de nosotros carga un pedazo suyo. Es culpa de las estructuras sociales y de los medios, claro, pero de ellos tampoco podemos escapar si queremos ser seres operantes y adaptados. Entonces para mí se ha vuelto más un tema de examen de consciencia, parecido a ese que me invitaban a hacer antes de dormir en mi escuela católica, pero en lugar de reflexionar sobre qué hice mal me propongo hacer un análisis periódico: ¿qué de lo que hago es por mí, porque quiero hacerlo y me interesa?, ¿qué parte le pertenece a los demás, pero estoy ok con eso?, y ¿qué actitudes son consecuencia de presiones invisibles que me esclavizan? Y son sólo esas las que quiero erradicar cuanto antes.
Antes sentía presión, pero hoy me vale madre y soy feliz viviendo sola, leyendo libros complicados, depilándome cuando me parece adecuado, pintándome el pelo, viendo películas de amor, expresando lo que se me ocurre y sin casarme antes de los treinta.
Es colaboradora y lectora de Mi Valedor. Le gusta escribir cuentos y analizar cualquier cosa en un Excel.
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