El espíritu rockero de ese tiempo se caracterizó por luchar contra la opresión. Se reveló para gritar la insatisfacción de los jóvenes en el país.
Hace 50 años estaba a un mes de cumplir 17 primaveras. Hace 50 años era un joven rebelde. Había decidido dejarme crecer el pelo, usar pantalones de campana, con camisetas teñidas por mí mismo, con una larga bufanda de colores negro y blanco, con un abrigo de soldado y botas del ejército… Eso le daba miedo a la gente.
Pero no estaba solo. Había una moda generalizada entre los jóvenes para vestir así. Así vestían mis amigos. Encontramos en el rock una forma vital de comunicación. Me fascinaba el rock duro y con un grupo de amigos, a los 12 años, habíamos formado “Los Silenciosos” para disfrazar nuestro ruido.
Black Sabbath, Grand Funk Railroad, Blind Faith llenaban nuestros oídos. Toda la música era en inglés.
No podíamos pensar el rock en español. Afortunadamente eso cambió con el tiempo.
El Fary, el Loco, el Express (a quien llamábamos así por su color oscuro como el Chocolate Express) y yo, decidimos ir a Avándaro.
Teníamos cuatro años tocando en fiestas y festivales. Mi padre se opuso. No quería que yo fuera. Lo convencí. Y llamó al Express que era el mayor de todos, con 20 años y le dijo: “Te encargo que los cuides. Estás a cargo. Si tienen problemas, háblame”… De todas formas, en Avándaro no había teléfonos.
Salimos el sábado 11 de septiembre muy temprano, en autobús.
Poco a poco, el camión se fue llenando de rockeros rebeldes, igual que nosotros. Había un espíritu festivo. Había mucha felicidad. Había una coincidencia: asistíamos a un espectáculo que nos equiparaba al festival gringo de Woodstock en 1969.
Llegamos a Avándaro después de mediodía. Miles de jóvenes llegaban a pie, en auto, en motocicleta, o como fuera. Los boletos que compramos no nos sirvieron para nada. Las masas de jóvenes que llegábamos rebasamos todas las medidas de seguridad.
El ambiente era fraterno. Todos compartíamos lo que teníamos: alimentos, bebidas… o drogas. Frecuentemente nos pasaban “toques de mota” para darle un jalón y pasarlo al de junto, hasta que la última persona “mataba la bacha”.
Nos ubicamos en medio del campo. Queríamos ver a los músicos. Pero todo cambió con las horas y la llegada de más y más gente… ¡Éramos muchísimos!
El sonido no era muy bueno. El Express llevaba un pequeño radio con una estación que transmitía el concierto en vivo… No fue mala idea.
Pero cuando tocaron los Dug Dug’s, al final de su presentación hicieron un coro colectivo: “Ma-ri-Marihuana, Ma-ri-Marihuana”… En ese momento se cortó la transmisión de radio.
En la tarde empezó a llover. Muchos buscaron refugio y otros nada más nos empapamos mientras la música seguía.
Peace and Love entonó una canción que debió retumbar durísimo en los oídos de los funcionarios públicos, pues decía: “¡Queremos el Poder! ¡Queremos el Poder!”.
La gente que quería moverse se dejaba caer en los brazos de los vecinos. Entre todos pasaban a la gente de un lugar a otro.
Tinta Blanca (cuyo nombre original era White Ink and Mother Earth Company) fue magnífico.
El domingo en la mañana, la música seguía. Pero empezaron a llegar varios camiones para regresar a los chavos a la ciudad. Corrí feliz hacia ellos. En el camión, entre todos, juntamos algo de dinero para dárselo al chofer que nos recogió. Llegué feliz a mi casa.
Días después me enteré lo que se dijo de nosotros: “¡Marihuanos!”. Después de Avándaro el gobierno prohibió los conciertos de rock. Se cerraron los cafés cantantes. Se marginó el rock.
Los músicos que siguieron tocando se refugiaron en los “hoyos fonqui” de la periferia de la ciudad. ¿Resultado final? Se estigmatizó al rock y a la juventud.
Carlos Monsiváis aseguró en ese tiempo, cuando vivía en Inglaterra: “Con la Nación de Avándaro nació la primera generación de gringos en México”, pues la música –en general– era toda en inglés.
Fue un concepto muy superficial y poco afortunado. Monsiváis era un genio, pero en esta ocasión no coincido con él.
El espíritu rockero de ese tiempo se caracterizó por luchar contra la opresión. Se reveló. Para gritar la insatisfacción de los jóvenes en el país. Lo cual, años después, sirvió para fortalecer la movilización juvenil.
Hace 50 años… no sabía que la rebeldía nunca desaparece.
Los mitos y los hechos se confunden con lo que realmente sucedió. Los jóvenes de hoy no saben de Avándaro. Nunca pudimos ser el Woodstock nacional.
A 50 años de Avándaro, desde las raíces más profundas de la juventud y en las comunidades indígenas, existe un nuevo grito. Un grito de rebeldía. Un grito de rechazo. Un grito que vincula el pasado con el presente. Un grito que, con rock, rap o hip hop, muestra la resistencia rural y urbana.
Se trata de un grito de transformación. Un grito lleno de vida y esperanza.
El martes 14 de septiembre 2021 realizamos en el Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM (IIS-UNAM), por Zoom, una reunión interesante: “A 50 años de Avándaro: ¿Qué hicieron los indígenas?”.
Se trató de un “Conversatorio Virtual” que puede ser visto en el canal de YouTube del IISUNAM. En el evento participaron seis colegas: Jaime García Leyva, quien habló sobre Guerrero; Benjamín Maldonado, de Oaxaca; Pat Boy, hiphopero maya; Huver Felipe Ruiz, purépecha michoacano; Fidencio Cruz, Chiapas; y Airi Varela, de Carrillo Puerto en Quintana Roo.
Sería imposible condensar sus comentarios (sugiero ver el programa), pero valen la pena algunas de sus reflexiones.
1) Avándaro nos habla de “ecos lejanos” que se ligan a la represión guerrillera de Guerrero.
2) Avándaro es un elemento contracultural, con un contexto desafiante que nunca atacó la familia.
3) La vida en los pueblos del sureste nos habla orgullosamente de la “Sangre Maya”.
4) En medio de la discriminación actual (en Cancún y Tulum) es difícil luchar… pero se debe mantener esta lucha.
Vale la pena un nuevo festival con estas ideas… Y muchas más.
¡Vientos huracanados! Si no me ponen a tocar en Matehuala nos veremos por acá la próxima semana…
Héctor Castillo Berthier es doctor en sociología, investigador, músico, periodista, especialista en problemas urbanos en las áreas de Basura, La Merced y el Abasto Alimentario, Caciquismo, Desarrollo Social, Cultura, Juventud y Violencia. Es autor de varios libros y numerosos artículos en revistas nacionales e internacionales. Columnista regular del Periódico Metro y conductor de programas radiofónicos. Actualmente es investigador del Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM. Miembro de la Academia Mexicana de Ciencias y del SNI. Director del Proyecto Circo Volador y Coordinador de la Unidad de Estudios Sobre la Juventud (UNESJUV) en la UNAM.
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Héctor Castillo Berthier es doctor en sociología, investigador, músico, periodista, especialista en problemas urbanos en las áreas de Basura, La Merced y el Abasto Alimentario, Caciquismo, Desarrollo Social, Cultura, Juventud y Violencia. Es autor de varios libros y numerosos artículos en revistas nacionales e internacionales. Columnista regular del Periódico Metro y conductor de programas radiofónicos. Actualmente es investigador del Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM. Miembro de la Academia Mexicana de Ciencias y del SNI. Director del Proyecto Circo Volador y Coordinador de la Unidad de Estudios Sobre la Juventud (UNESJUV) en la UNAM.
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