Desde hace décadas, las personas de Palo Alto se enfrentan a una ardua lucha por salvar sus casas y su forma de vida. Amenazados por aquellos que desean construir grandes edificios y complejos, saben que deben mantenerse unidos para triunfar.
A la altura del kilómetro 14 de la carretera México-Toluca yace una comunidad que ha luchado exhaustivamente por sus derechos de vivienda desde finales de los años sesenta. La Cooperativa Palo Alto nació entre enormes minas de arena para convertirse en uno de los proyectos de vivienda más admirables de la Ciudad de México.
Llegar a Palo Alto genera una sensación especial. Se vive un contraste muy pronunciado, tanto visual como sensorialmente, pues esta acogedora y hogareña comunidad de casas de colores se encuentra sumergida en medio de uno de los focos financieros más imponentes de la Ciudad, donde está el famoso edificio de “el Pantalón”.
Carmen y Fabiola Saucedo, habitantes de la colonia, nos invitaron a su casa para contarnos una de las historias más fascinantes que hayamos escuchado sobre el poder de trabajar en equipo. Y es que podría decirse que las viviendas de Palo Alto son verdaderos monumentos de resistencia.
Palo Alto comienza a poblarse a finales de los años treinta, cuando Efrén Ledesma empezó a explotar las minas de arena azul y rosa que se encontraban en el predio. Trabajadores de toda la República, principalmente de Michoacán, llegaron a laborar con intenciones de mejorar su calidad de vida. La situación era precaria y muchos de los mineros tuvieron que vivir dentro de los túneles de las minas. Con el tiempo, el señor Ledesma les permitió construir por las noches pequeñas chozas de terrón en las áreas devastadas de las minas, cobrándoles una renta semanal. En Palo Alto no había luz ni agua, la gente se las apañaba con luz de gas y buscando agua en un manantial que corría en lo que hoy se conoce como la calle de Tamarindos. El Colegio Merici, establecido cerca de la cooperativa, era una escuela privada de monjas que descubrió la situación de la comunidad y decidió apoyarlos con clases a nivel primaria para los niños. Fue así que llegó el sacerdote Rodolfo Escamilla a Palo Alto, uno de los pilares más importantes en esta historia, ya que Escamilla comenzó a instruir a los habitantes sobre sus derechos y la posibilidad de generarse una vivienda digna.
A finales de los años sesenta la mina dejó de generar un ingreso para Ledesma, quien decidió poner el terreno en venta, negando la venta a los trabajadores que llevaban más de treinta años pagándole una renta y creciendo en comunidad. El padre Escamilla organizó a la comunidad para que se fueran a un juicio. Fue gracias a los recibos que guardaron durante tantos años, que el juez dio el fallo para que la comunidad pudiera comprar el predio. Esos tres años en los que no se les cobró renta, generaron el ahorro que les permitió adquirir el terreno. Ledesma no estaba contento y llegó a Palo Alto de mano de Seguridad Pública. Unida, la cooperativa formó casas de doble caída de agua y fogatas para defenderse. Fueron tres días en los que nadie podía entrar o salir del terreno. El 31 de julio de 1973 se conmemoró la toma de la tierra y se firmó una sola escritura con la intención de vivir en cooperativa y no perder la tierra por la que tanto lucharon.
A los alrededores, la colonia Bosques de las Lomas estaba creciendo y Escamilla supo aconsejarles que se constituyeran así, pues no tardarían en llegar las ofertas. Años más tarde Escamilla, quien dedicó su vida a la labor social, fue asesinado mientras ayudaba a otra comunidad en una situación similar.
A partir de la toma de la tierra se construyó lo que hoy en día conocemos como Palo Alto. Entre 130 socios fundadores se cimentaron las casas y la plaza central. El trato fue que nadie podía vender y nadie podía comprar, manejándose todo a través de una asamblea semanal. Al apropiarse del espacio de esta manera, surgió un orgullo y amor ciudadano que generó que los habitantes se preocuparan por las condiciones de su comunidad, buscando siempre lo mejor para todos. Esto dio paso a una consciencia colectiva que desea hacer mejoras constantes en el desarrollo de la cooperativa, así como movilizaciones sociales que involucren e integren a las mujeres dentro de las decisiones de la comunidad, un cambio importante ya que en sus inicios la sociedad de Palo Alto era considerablemente machista, aunque el papel de la mujer fue imprescindible dentro de la lucha.
Los resultados positivos que tiene este modelo de cooperativa son visibles al caminar por las calles de Palo Alto, donde la gente se saluda con alegría familiar y los niños juegan despreocupados en la plaza central hasta las diez de la noche.
La lucha continúa para la gente de la comunidad –donde hoy conviven alrededor de 300 familias–, que ha tenido que adaptarse al crecimiento y al cambio. Como Escamilla predijo, las ofertas de compra no tardaron en caer. Esto ha generado conflictos internos de tal gravedad que hoy en día ya no está constituida legalmente como cooperativa, aunque siga manejándose como tal. Es terrible que un grupo tan unido que ha luchado por tantos años, siendo una de las cooperativas más exitosas del país, tenga que seguir peleando para no ser tragado por los peces gordos.
Sin duda, Palo Alto debería ser reconocido como un estandarte de justicia, igualdad y un excelente ejemplo de lo que significa vivir en comunidad.
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Haz un donativo aquíEste texto forma parte de la edición 7. Sobre vivienda
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