Francisco Ismael González Domínguez es originario del Estado de México, de un pueblo llamado San Pedro Atlapulco, en el municipio Ocoyoacac. Nació en una familia grande, siendo el quinto de seis hermanos.
Comenta que tenían problemas comunes, así como momentos bonitos. Disfrutó de mucha libertad desde niño, lo que le permitió explorar a profundidad su pueblo y los alrededores. Creció muy sano y disciplinado, ya que era deportista. No tenía entrenador que lo guiara, pero su mamá siempre los alimentó sanamente, porque, según cree Francisco, es probable que los estuviese preparando para aguantar los embates de la vida.
Creció rodeado de varios tíos y tías con problemas de alcohol, la mayoría hombres, con una marcada tendencia machista, pero él se enfocó en el deporte, a entrenar constantemente, ir a la escuela y estar todo el día por fuera de casa.
Su mamá, quien tuvo dos parejas, pero se separó de ambas, trabajaba todo el día, por lo que él se quedaba todo ese tiempo solo con sus hermanos. Recuerda que en aquellos años el ser bastardo era muy mal visto en un pueblo, “te estigmatizaban gacho; esa parte me tocó vivirla. A mí no me afectaba porque no sabía lo que significaba, pero sí veía que la gente murmuraba y señalaba, pero mi mentalidad era crecer, fortalecerme. Mi ilusión ni siquiera era llegar a jugar profesionalmente fútbol. Yo entrenaba porque me dijeron que era una disciplina que me iba a servir para toda la vida, y así lo tomé. No era para jugar algún día en primera división y ser famoso y de ahí salir de pobre. Yo de niño no sabía hasta dónde podía llegar. Yo sentía adrenalina al correr, ejercitarme, sudar, eso me gustaba“.
Asegura que llegó a ser el mejor jugador de fútbol de su región, hasta ser parte de un equipo de tercera división. Tenía entre 13 y 14 años. “Me di cuenta que me llegó muy pronto la fama, pero haz de cuenta, como yo era niño, yo ni en cuenta, me decían ‘eres una chingonería’, pero nunca los pelé. Arrastraba yo a todos los jugadores, avanzaba al equipo contrario, metía el gol y yo ni lo festejaba. Metía 4, 5 goles, me aburría de meter goles y no festejaba. No era lo mío humillar, al contrario“.
En ese entonces, en el pueblo de Francisco había complejos con respecto a la gente que era de la capital o extranjeros, pues los consideraban superiores en muchos aspectos. En numerosas ocasiones “llevaron a jugar a futbolistas profesionales, y me di cuenta que mi nivel estaba por encima del de ellos o a la par. Pero yo era un chamaco, de 12, 13 años. Me di cuenta de que trabajando empezabas a nivelar“, indica.
Resalta que a su familia nunca le importó su formación, ni que se dedicara al deporte, quizá porque no tenían los recursos ni una visión de superación, “y ahí empecé a desprenderme de la forma en la que ellos querían que yo fuese, entonces yo empecé a romper moldes en mi pueblo. Así fue la etapa desde los 7 a los 20 años, que crecí haciendo deporte, y formando mi carácter, y esa fue la fama que me creé de joven, de deportista“.
Francisco divide su vida en tres etapas: La primera que incluye sus años de niñez y juventud, dedicada al deporte, luego una segunda que califica como de “madurez”, caracterizada por su hasta ahora único matrimonio, de quince años de duración, y una tercera, en la que se introdujo en el mundo de las calles y albergues, llena de dificultades y oportunidades.
En esa etapa de madurez, fue cuando “yo empecé a ver que todos se casaban, tenían hijos, y pues yo también tenía que ser parte de eso, entonces me entró la idea de juntarme, me junté, tuve descendencia, y al final en ese proceso de convivir con esposa y familia, fue cuando empecé a ingerir alcohol, a probar las drogas. Nada me motivaba, nada me inspiraba en cuanto al deporte, entonces empecé a explorar otras facetas que nunca en mi vida había yo tocado“, comenta, señalando que ese fue el principio de su decadencia.
Cuando conoció a su pareja, Francisco empezó a distanciarse del deporte. “Ella salió de su casa y estaba bien niña, tenía 17 años. Cuando la conocí no sabía qué problemas traía, yo nada más la veía triste siempre. Yo tenía como 21 años“, apunta.
“Entonces nos juntamos, pero haz de cuenta que la morra nunca quiso nada conmigo, como que nada más quería pasar el rato y desecharme. Pero ahí mi error fue que yo sí me clavé. Yo sentí que di demasiado por ella, a tal grado de perderme en el vicio por ella, por la decepción, la depresión. Luego de que tuvo su hijo, que yo lo hice mío, después ya tuvimos uno. Pasaron 6 años y como que planeamos tener el segundo“, explica Francisco, mientras aclara que su pareja ya estaba embarazada cuando la conoció.
Confiesa que, durante sus quince años de relación, no sintió que existía amor verdadero, sino una unión timoneada por la inercia, sin un rumbo claro ni una estabilidad visible. Un día, de buenas a primeras, “ella me dejó, y se fue. Cuando me di cuenta ya no estaba en el cuarto que rentábamos, se llevó todo sin avisarme. En ese tiempo fue cuando todo valió cuernos, y empecé a tomar más, a ingerir más alcohol, más drogas“.
“Yo en el pueblo a los 16 ya soplaba la mota. De hecho en mi barrio ya toda la banda le empezaba a poner, y así empecé yo. Y se empeoró todo con el matrimonio”. Añade que cayó en una depresión que lo llevó “a tocar fondo; y llegó el momento en que yo decía ‘no puedo, ya no puedo, necesito ayuda’, pero cuál ayuda, nadie me la daba. Todos me cerraron las puertas, todos se alejaron, solamente cuando estaba yo en la calle me di cuenta que era nada más yo. Ni mi familia, ni amigos, nadie“.
Francisco manifiesta que cuando se separó, en su pueblo todos se burlaban de él; permaneció allí un tiempo hasta que se dio cuenta de que si se quedaba, seguiría enviciándose y no evolucionaría como quería. “Entonces dije ‘no, pues yo me voy a la ciudad’. Tenía dos opciones: bajarme a la ciudad de Toluca y ahí emplearme y superarme, iba a ser el triple de difícil que venirme a la CDMX y empezar de cero, entonces acá empecé de cero, acá en la CDMX hay más programas, más apoyos, como quiera hay una posibilidad más real de salir adelante“.
Fue así que llegó a vivir a las calles de la capital. “Yo no quería ir y venir del pueblo, yo me quería venir aquí para empezar la reconstrucción de mi vida. Y pues la única opción era la calle. Yo tenía todavía la adicción. Cuando llego a la CMDX me junto con la banda, y me aceptan, entro en su mundo, empiezo a conocer la ciudad, y me entero que hay albergues donde hay apoyo, y me acerco a esos albergues, y ahí empiezo a trabajar mi adicción y mi superación académica“.
Comenta que comenzó a trabajar desde los 17, “me empleaba temporalmente, pero siempre me gustaba hacer mi propio genere, entonces vendía periódico, chácharas, pero sobre todo taloneaba, generaba dinero por mi cuenta“. Esto le enseñó a resolver desde muy joven, a pesar de las adversidades.
“Levanté cosas de la basura, comí de lo que la gente me regaló. Siempre traté de que la gente no lo tomara como caridad, ni me viera como pobrecito, con lástima, sino que se dieran cuenta de que yo era una persona capaz, tenía conocimientos, actitud, fuerza, y que no me gustaba que la gente me viera con caridad, misericordia, lástima; siempre demostré actitud, entereza. Y como vengo de un pueblo donde la gente tiene abundancia, nunca me sentí menos. A pesar de que yo estaba tumbado en la calle, yo sabía que tengo mi ascendencia que somos de los meros-meros del pueblo“, resalta.
Recuerda que lo más duro de esta etapa fue vivir la discriminación en carne propia; “cuando tú dices que eres indigente, la gente te quiere hacer menos, te quiere ver como menos, te quiere sobajar, ignorar, entonces es un prejuicio, porque juzgan por lo que ven. Pero lo que tú ves u oyes no te dice nada. Para mí lo que realmente vale es lo que tú haces“.
Cuando estuvo viviendo en su pueblo de origen, hizo la primaria, secundaria y la preparatoria hasta la mitad, pero destaca que eso le sirvió como preparación para saber expresarse y tener ciertos conocimientos en computación. Por desgracia o fortuna, perdió todos sus papeles y tuvo que hacer todo de nuevo.
Además, “mis primos, hermanos y tíos eran ebanistas, trabajaban la madera, acabados de yeso, entonces yo ya tenía conocimientos de albañilería, plomería, electricidad. Cuando llegué a la ciudad ya sabía manejar herramientas, y me metía a chalán. Me sirvió porque de vivir en la calle a vivir en una obra, me iba a la obra y me ganaba una lana y me quedaba en la obra. Y así buscaba la manera de la sobrevivencia“, remarca, para dejar en claro que toda esa experiencia lo ayudó a sobrellevar mejor esa época tan complicada.
Cuando llegó al albergue de Coruña dejó de vivir en las calles. Allí estuvo cuatro años. “En los albergues ya hay techo y comida. Eso fue después de 7 años de dormir en las calles. Luego de Coruña salí a rentar, pero vino la pandemia y me regreso otra vez al albergue. Son dos etapas en el albergue de Coruña. En esas dos etapas me hice la primaria, la secundaria, la prepa, inglés, computación, fotografía, o sea talleres. Todo gratis“.
Acota que a los albergues va gente desdichada, infeliz, insegura, con trastornos de personalidad, con problemas de adicción, con tratamientos psiquiátricos. Personas con problemáticas fuertes, “y todos teníamos la misma solución: el alcohol, así tratamos la depresión. No hubo quién nos guiara en cómo superar eso“.
Al ver esa cruda realidad, empezó a escribir, “y luego de dos o tres meses, me di cuenta que al escribir me desahogaba. Entonces me dio por escribir lo que yo vivía a diario, y fui haciendo un diario. Ya llevo como 8 años escribiendo, y es como algo que va a quedar plasmado para gente que tenga ese problema” como un testimonio que quede como ejemplo para afrontar rompimiento de relaciones, familias desestructuradas, carencias y duelos de todo tipo.
Francisco estuvo en la cárcel por un breve periodo, consecuencia del consumo de sustancias y alcohol. “Cuando yo vi ya estaba ahí, por mi estado de inconsciencia. De eso, lo más rescatable, es que pude conocer también ese mundo. Pude ver el maltrato, la privación de tus derechos humanos, el convivir con gente que por causas de la vida hicieron cosas que, aunque ahí llegan a arrepentirse, lo hecho, hecho está, y no hay vuelta atrás. Te das cuenta de hasta donde somos capaces de llegar por la ira, los celos, la furia, por cosas que nos ciegan. A veces hasta por nuestra propia tontería de decirle a un niño ‘soy el roba-chicos’, y te ven y te acusan de roba-chicos en verdad, y te llevan, cuando era un juego“, reflexiona.
Tras salir de la cárcel, se empeñó en superarse, dejar atrás lo que había vivido. Comenzó a enfocarse en su futuro. En orden de prioridades, el primer paso fue la desintoxicación, y posteriormente la formación académica; “ya encarrilado, ya quise hacer la prepa, porque ya con la prepa hasta una gerencia podía tener, y hacer una carrera. Pero no es mi idea terminar una carrera y emplearme. Si no es más como parte de un proceso, donde luego quizá siga un diplomado, doctorado, o sea el chiste es tener ambición de seguir creciendo. Para mí es más un crecimiento personal” asevera.
Subraya que uno de los aprendizajes más valiosos que obtuvo ya como adulto es “que tú tienes que aprender a empezar procesos y tienes que terminarlos. No tuve alguien que me guiara, que me enseñara a terminar un proceso y empezar otro. Entonces yo vine a comprender ese proceso en la calle. Empezábamos de cero, de a poquito, y poco a poco íbamos subiendo de dificultad, y eso es lo que ahorita me pasó, entré a la universidad y es algo más difícil, entonces voy a seguir con ese proceso, hasta que termine la universidad es cuando pienso que voy a terminar el proceso académico“.
Francisco aclara que, aunque actualmente vive en un cuarto rentado, la calle sigue siendo parte de su vida y de su mundo. “Yo convivo con gente en situación de calle, hablo de la calle, lo que manifiesto a través del arte es la calle, entonces literalmente no me he desprendido de la calle. Yo pienso que el día que deje de hablar de la calle, que ya no sea yo de calle, será el día que me regrese a mi pueblo, y haga mi casita, y ese día se acabará la etapa de la calle“.
Francisco llegó a Mi valedor en mayo de 2015. Es uno de los valedores más antiguos, y prácticamente vio nacer el proyecto.
En ese entonces estaba “taloneando”, para obtener ingresos; “entonces yo cuando conocí Mi Valedor, yo ganaba dinero, no me llamaba la atención el dinero que ofrecía Mi Valedor, sino yo lo que quería era desintoxicarme y aprender más, seguir superándome, entonces esa fue la parte que me llamó la atención de Mi Valedor, los talleres que ofrecían, aparte de lo económico, entonces agarro y me acerco, porque fueron a ofrecer chamba allí en el albergue. Empiezo a ir a los talleres, me doy cuenta cómo funcionaba, era algo totalmente diferente, fuimos de los primeros que nos acercamos a Mi Valedor y que aguantaron el proceso. A la fecha sigo en Mi Valedor y estoy digamos más cercano al cierre del proceso con Mi Valedor, porque también es una etapa que también va de paso, ya van casi diez años pero esta es una transición nada más“, comenta.
Según Francisco, desde que forma parte del proyecto, ha buscado la evolución en lo intelectual para comprender más su entorno, la diversidad de gente que habita en CDMX, incluyendo a personas de otros países. También ha aprendido de todas las historias, realidades y experiencias que confluyen en Mi Valedor.
Uno de los conocimientos más valiosos que ha adquirido es saber que se puede “reaprovechar, se puede reiniciar, se puede innovar a partir de la basura, a partir de lo que nadie quiere. Aquí me he dado cuenta que eso lo podemos explotar, entonces para mí es parte de mi misión en este mundo. El tratar de hacer algo por el entorno, es algo que tengo muy en mi mente, el ser amigable con el planeta, tratar de no ser muy consumidor, tratar de no ser derrochador, hace falta más gente que sea consciente, que volteemos a ver esa parte del derroche y el consumismo, como la huella ecológica, la huella del ozono que tanto impacto tenemos a nuestro medio ambiente, a nuestro entorno“.
A su vez remarca que Mi Valedor lo ha ayudado a darse a conocer a nivel mundial: “Mi imagen ya es conocida por gente de otros países y sobre todo no es algo malo. No es algo que me avergüence. Estoy orgulloso de haber demostrado a mí mismo que uno puede estar tumbado y sobreponerse y salir adelante. Si esta es una plataforma que me ayuda a conseguir lo que quiero, pues lo voy aprovechar a más no poder, para hacer algo por el entorno. En este caso aquí en Ciudad de México, estamos haciendo visible la problemática de la indigencia, que siempre se ha ignorado”.
Francisco explica que ha sido testigo de cómo en Mi Valedor se ven resultados en cuanto a la reinserción de las personas que acuden al proyecto, y él se siente parte de esos logros. Pero, según comenta, su visión va más allá de lo local, al tomar en cuenta situaciones que afectan a la humanidad como tal; “baso mucho mi ideología, en que a pesar de que las cosas están fluyendo a nivel mundial, de alguna manera un poco más extremas, más rudas, más crueles que antes, nosotros también tenemos en nuestras manos poder hacerle frente al cambio climático, a las guerras, a la violencia, a la indiferencia, a los problemas cotidianos. Si yo fuera payaso, actor, cualquier otra cosa, me gustaría utilizar esa plataforma para tratar de recomponer el tejido social, rescatar los valores, hacer énfasis en el empoderamiento de las personas. Ya sean mujeres, comunidad trans, abuelitos, migrantes, carceleros, gente que a veces son minoría pero que existen y tienen mucho que aportar”.
De igual manera, asegura que se considera realista, en el sentido de que tiene muy presente la dureza y crueldad que prevalecen en la sociedad. Una visión que conserva desde niño, cuando se decía a sí mismo que toda su vida se enfrentaría al racismo, por su color de piel, al clasismo, por sus orígenes, y a la discriminación en general, por ser mexicano. Añade que no acude a ningún tipo de iglesia, ni practica rituales religiosos, sino que se esfuerza en tener buenos hábitos, sin pretender encajar en modas o tendencias.
“Yo siempre he sido una persona que no le ha gustado encasillarse en un género, una moda, un tiempo. Yo he tomado de todo, probado de todo, me gusta todo. Eso me hace que yo sea muy diverso. Cuando yo era niño, apliqué mucho los deportes de contacto. Por ejemplo, compañeros que solo jugaban fútbol, se encasillaban allí. A mí me gustaba meterme también en el basquet. También me metí en el tae kwan do. Lo filosófico no me latía. En el matrimonio, hice albañilería, plomería, electricidad, herrería, pintura, trabajos físicos”, cuenta.
Su acercamiento al arte se dio cuando estaba en los años más sombríos de calle, “cuando estaba bien tumbado, me muestran el arte. Yo sí sabía del arte, pero para mí no era algo físico, yo lo relacionaba más con la naturaleza: un atardecer, un amanecer. Cosas que yo no pudiera tocar ni comprender. Viendo un amanecer, yo me inspiraba y lo plasmaba. El arte era ver un pajarito bailando en frente de mí, o ver una víboras cómo se apareaban. Esas imágenes se me quedaron grabadas desde niño, y eso era el arte”.
“Cuando llego a Mi Valedor, nos empiezan a adentrar al mundo del arte, nos llevan a museos, con visitas guiadas, empezamos a hacer talleres donde creábamos cosas a partir de nuestro conocimiento, y empiezo a comprender un poquito más el arte. Cuando yo llego a Mi Valedor tenía una carga emocional muy fuerte y con mi yo disminuido, entonces en el arte empiezo a ver mis dibujitos, fotos, textos, con faltas de ortografía y todos chuecos mis dibujos, y me daba cuenta que para ellos eso era arte. Entonces me doy cuenta de que al estar en los talleres que ofrecía Mi Valedor, me desahogaba, me sentía bien, me gustaba venir a los talleres porque plasmaba cosas que a mí no me gustaban al principio, pero luego sí me gustaron”, recuerda.
Desde ese momento comienza a dedicarse al arte de una manera más profesional, bajo la instrucción de maestros de todas partes del mundo que eran invitados a impartir talleres. Fue una gran ayuda para ir superando sus adicciones. “Esas 2, 3 horas que nos tenían ahí quietecitos, no lo había logrado ni la cárcel, ni mi jefa ni nadie. Lo vino a lograr Mi Valedor. Eso lo valoro mucho porque descubrí que también era bueno para escribir, componer poesía, hacer fotografías, pintura. Me di cuenta de que podía hacer muchas cosas. Ahí dije ‘de aquí soy’. Me aferré. Y aferrarte no es solamente a lo malo, sino también a lo bueno. Me di cuenta de que hay gente que se aferra para superarse, no para desmadrarse. Es lo contrario de la calle: que te aferras a destruirte, y acá es aferrarte para algo bueno”, dice.
Francisco asevera que planea pasar la última etapa de su vida transmitiendo a otros sus experiencias, “ahorita estoy aprendiendo, pero va a llegar el momento en que yo voy a enseñar. Esa sería la parte final de mi existencia, se puede decir. Yo tengo ahorita casi 50, pienso vivir 80 años, por la genética que tengo de mis abuelos. Entonces pienso que a mis 65 años todavía voy a tener fuerzas, y esos años luego de los 50 pienso enseñarles a los morritos, trabajar con la banda, allá en mi pueblo”, y remarca que le dará especial énfasis a promover la igualdad de oportunidades, sin favoritismos, para que sus futuros alumnos sepan que el esfuerzo propio y el desarrollo de habilidades es mucho más valioso que recurrir al nepotismo.
Por otra parte, su vejez quiere pasarla viendo atardeceres, pintando, recolectando rábanos, cebollas, y otros productos que le permitan alimentarse; todo esto en su propio huerto. “Si es posible juntarme con una muchacha que quiera vivir sus últimos años conmigo, pero sin el afán de querer ser rico, famoso, nada de eso”.
“Llegué a una Universidad porque fui seleccionado en el albergue de Coruña, había un programa que se llamaba 1×20. De cada 20 camas, uno tenía que poner el ejemplo a sus demás compañeros, de cómo debe ser una persona productiva, a diario. Bañarse, asear su cama, salir a trabajar o a estudiar. Como vieron que yo rifaba, me llevaron al albergue nuevo que se llama San Miguel, allá en Iztacalco. Ahí va pura gente que ya no toma, que quiere estudiar, trabajar. Y al llegar te preguntan qué quieres, trabajar, conseguir tus papeles, estudiar, hacer un negocio, entonces te empiezan a capacitar o te facilitan las cosas para que puedas lograr tus objetivos. Yo llegué con la prepa terminada, con todos mis papeles. Yo ya estaba buscando para entrar a la universidad. Entonces les dije que quería entrar en la uni, que tenía todos mis papeles, y les dije que quería la carrera que me dieran”, comenta Francisco, quien ingresó a la Universidad para el Bienestar Benito Juárez García (UBBJ), creadas en el sexenio de Andrés Manuel López Obrador. Señala que corrió con suerte, pues al momento de su inscripción, las becas eran asignadas a personas de cualquier edad, y poco antes eran sólo para menores de 29 años.
La carrera que está cursando es ingeniería en Gestión Integrada del Agua, cuya prioridad es concienciar sobre la escasez de este recurso hídrico, para buscar soluciones y aplicar acciones en la alcaldía de Iztapalapa, pero con la idea de que se proyecte al resto del país. “Lo malo es que reprobé un ciclo, y me dieron de febrero a julio de 2024 para actualizarme en lo que reprobé. Yo aún no te sé manejar bien una computadora, no tengo bien los conocimientos de álgebra, me falla la ortografía, o sea, tengo que aprender eso en estos meses, nivelarme. Yo debería entrar en agosto, para pasar a cuarto semestre”, aclara.
“Pero estoy abierto a todo, si me batean de la uni no me voy agüitar, ni me voy a ir de pedo, es una etapa. Si no es ahí, busco otra uni. Porque es un proceso que quiero terminar, nadie me va a detener. Y si al rato digo, ‘saben qué, ya me aburrió la escuela, no quiero saber nada’, me regreso al pueblo, pero no sentiría frustración. Yo siempre voy a estar luchando. Para hacer la prepa tuve que intentarlo 5 veces: la primera vez me ganó el alcohol, la segunda el vicio, y así“, afirma.
Actualmente, Francisco forma parte de un proyecto en el que fueron seleccionados 12 artistas, de diferentes disciplinas, y de un entorno que se podría calificar como “marginal”, para mostrar sus obras en una exposición organizada por el Centro Cultural Universitario Tlatelolco, recinto multidisciplinario perteneciente a la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).
Los participantes fueron divididos en dos bloques: el primero expone sus obras entre febrero y abril de 2024, y el segundo, en el que se encuentra Francisco, entre mayo y junio. “Mi pieza tiene que ver con el yo como instrumento para la paz. La exposición se llama Grietas y Fisuras por la Paz. Entonces nuestras piezas tienen que ir relacionadas con la paz, cómo construimos la paz a partir de nuestro arte o propuesta. En mi caso yo ocupé mi experiencia de vida: de cómo un wey llegó a situación de calle, vivió en los albergues y de a poco ir estudiando, preparándose y superar las adicciones” narra.
“Habla de cómo una persona ante la adversidad se sobrepone, ante las constantes dificultades, cómo uno va pasando las adversidades que te pone la misma vida. En un recinto de la máxima casa de estudios, con un público universitario, pero con un contexto diferente, yo estoy en la calle en comparación con los demás. Entonces es cómo yo estoy saliendo adelante, cómo es meritorio que una persona salga adelante con recursos propios de otra forma diferente, con pensamiento diferente, preparación diferente, experiencia diferente, formas diferentes para llegar adonde quieres, y así reflejar esa realidad que hay en las calles, gente que quiere salir adelante, que no porque esté en las calles quiere decir que es malviviente, o vicioso, o que no puede, si no que no tenemos herramientas como otras gentes para salir adelante”, añade.
Resalta que este logro fue gracias a la intervención de Mi Valedor, primeramente, por introducirlo al mundo del arte, y ahora por haber gestionado su participación en la mencionada exposición. Con su obra además pretende “reflejar la crudeza de la realidad de las calles de CDMX: la suciedad, el entorno violento, todo lo que pasa en las calles, porque han sido mi día a día, yo me muevo mucho a pie, entonces lo que yo veo lo reflejo. Mi pieza es para visibilizar las poblaciones callejeras, pero no con un sentido de lástima, de mendicidad, porque somos igual o más cabrones que los que van a la escuela, de paga o pública. Es también esa parte de inspirar a los jóvenes para que luchen por sus sueños, partiendo de lo que tienen, teniendo o no recursos, con lo que tú tienes, tienes lo más importante: las ganas, el intelecto, pero tú no te limites por el varo, la moda, el alimento. Te tocó nacer en una sociedad con un chingo de abundancia, aprovéchala para llegar adonde quieras”.
Su pieza consiste en tres dibujos con colores pastel, doce risografías de imágenes tomadas cuando se encontraba en situación de calle y una serie de fotografías de 8×10 enmarcadas, que conformarían la parte central. Todo fundamentado en una especie de narrativa, que inicia en su etapa más descolorida y finaliza con una foto de él vistiendo un traje de graduación de la universidad, porque así se proyecta más adelante. Estará acompañada por unos textos explicativos, con un “lenguaje callejero”.
“Entonces partiendo de esa experiencia de vida, que hay registros, escritos, fotos, videos, audios, todo está documentado, y que no soy el único, hay un chingo de gente en esa situación, así que con mi pieza yo quiero visibilizar eso. Así como yo soy la misma violencia de la que hablan, también yo soy la paz, yo la estoy construyendo, e invito a la gente, que partiendo del yo colectivo y del yo personal, hagan algo desde su trinchera, para erradicar la violencia, el acoso, la basura”, concluye.
Mi Valedor es una organización no gubernamental y sin fines de lucro. Nuestras actividades son posibles gracias a los donativos y al generoso apoyo de personas como tú.
Haz un donativo aquíValedor y periodista a tiempo completo. Zurdo, cinéfilo, amante de la lectura, la música, el café y el chocolate. En contra de las farsas sociales. Otro venezolano emigrante.
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