“Cuando llegué a Mi Valedor, sentí que me estaban esperando”: María del Rocío Chávez, Valedora desde 2023. Ilustración de Maitane Trujillo
Ilustración de Maitane Trujillo

“Cuando llegué a Mi Valedor, sentí que me estaban esperando”: María del Rocío Chávez, Valedora desde 2023

08/03/2024
Por Alejandro Peña

(Reportaje especial por el Día de la Mujer)

Rocío habla con franqueza. Comenta sus experiencias, sean penosas o gratas, de forma directa y clara. De todas ha aprendido, y la han hecho una mujer llena de historias que contar. Es reflexiva, analítica y sumamente conversadora. Su léxico es abundante, producto del amor que siente por la lectura y la literatura desde muy pequeña, gracias a su madre, según indica.

Nació en Iztapalapa, Ciudad de México, pero a partir de los 9 años vivió en Cuautitlán-Izcali, Estado de México. Señala que su infancia fue bonita y humilde, “mi padre fue jardinero, pero fue un hombre tradicional, de su tiempo. Él era el que trabajaba mientras mi mamá se quedaba en la casa. No fue un matrimonio armonioso, pero mi papá siempre fue responsable de la casa, los gastos, de sus hijos“.

Al ser la mayor de diez hermanos pudo disfrutar la mejor época de sus padres: cuando aún eran muy jóvenes y contaban con estabilidad económica. En ese tiempo no llegó a usar ropa de segunda mano, al contrario, eran sus prendas las que vestían al resto. Recuerda que ella y el hermano que le sigue, al cual le lleva tres años, fueron los únicos que asistieron al kínder en Iztapalapa. Su padre la llevaba y la recogía a diario en bicicleta, otro hecho que acredita lo consentida que fue por ambos progenitores.

Ilustración de Maitane Trujillo

Mi mamá fue educada por monjas, por lo que tenía una buena educación. En cambio, mi papá fue un andariego; no sabía leer, a pesar de haber vivido en Estados Unidos. Ella era de Pachuca y él de Michoacán. Se conocieron en México, él con 27 años y ella con 20, y se casaron pronto por la iglesia, lo tradicional de esa época. Mi mamá no conoció más novios“, rememora Rocío. Ambos fallecieron, primero su padre y cinco años después su madre.

Su familia tenía pensado garantizarle la educación hasta la secundaria, pues por costumbre, luego de salir de preparatoria debía comenzar a trabajar, pero Rocío decidió inscribirse en el Colegio de Ciencias y Humanidades (CCH), y, contrario a lo esperado, sus padres la apoyaron.

El teatro que la llevó al activismo

Estuvo en un grupo de teatro político desde sexto año de primaria, dirigido por una pareja: Rodolfo y Mary, que residía cerca de su casa. Los considera sus mentores; fueron quienes la introdujeron al mundo de las artes escénicas y además la llevaban con frecuencia al cine y a los cafés, para compartir y conversar sobre diferentes temas.

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Ese grupo potenció aún más su amor por la literatura. “En mi casa no había libros, pero mi mamá venía de una tradición ilustrada y creo que ni ella misma se daba cuenta. Como las monjas la educaron, mi mamá conocía y me hablaba del Conde de Montecristo, de Genoveva de Brabante, que son leyendas europeas muy importantes. Esas nos las contaba mi madre cuando estábamos merendando, y también nos inculcó la cultura de la radio, pues era lo que escuchaba mientras realizaba el quehacer. Cuando empiezo a introducirme con más formalidad en la lectura, me di cuenta que todo lo que mi mamá nos contaba es parte de la cultura universal“, comenta.

Adicionalmente, con el teatro conoció y practicó el activismo. Se trasladó a fábricas en huelga y a la Casa del Lago en Chapultepec, donde se presentaban obras políticas organizadas por un sujeto a quien llamaban el “Llanero Solitito“, muy conocido en el CCH donde estudió Rocío, y también en La Aurora, su colonia de residencia, ya que era un lugar muy politizado, por ser el centro de una lucha de rescate de viviendas. Gracias a ello, su madre obtuvo las escrituras de su casa.

La Aurora fue el primer lugar masivo del Estado de México, porque tenía una fábrica de hilados y tejidos. Cuando nosotros llegamos ya estaba esa tradición obrera, aunque la fábrica ya había cerrado. La costumbre de reunirse entre vecinos para tratar diferentes problemáticas estaba muy presente. De hecho, ese lugar ya estaba vendido, incluidas las viviendas de obreros. Nosotros, sin ser obreros, llegamos a rentar allí, y justo nos tocó la lucha por la propiedad de las viviendas. Llegó un grupo político a apoyar a los vecinos para que no les tiraran las casas. Se logra levantar un amparo, gracias a América Abaroa y su grupo de Naucalpan (política y activista de izquierda que fue presidenta del consejo ejecutivo de la Unión de Colonias Populares de Naucalpan, A. C.) quien era una gran mujer“, explica.

A pesar de que varios residentes reclamaron que Rocío y su familia no eran obreros, América dejó claro que en la lucha por las viviendas no habría distinción, porque es un derecho que debe ser para todos. Al final lograron ganar y sucedió algo curioso, porque “dice América, ´a ver, aquí no se le va a dar la casa a los hombres, se les dará a las mujeres, porque cuando hay pleito, sabemos que lo primero que hacen los hombres es correr a las mujeres y quedarse ellos con las viviendas o aplicar el chantaje’. Así la casa y el terreno fue de mi mamá“, recuerda Rocío, algo que sucedió a mediados de los años 70.

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La armonía que la austeridad sepultó

Rocío heredó de su madre la personalidad batalladora y tenaz. Aunque fue una mujer tradicional que dejaba a su esposo la dirección de la familia, en realidad era ella quien decidía lo que se hacía en casa y lo que no. Conserva por igual una buena percepción de su padre. Comenta que era un hombre indetenible, “se levantaba a trabajar desde las 4 de la mañana y pasaba todo el día en la calle. Descansaba solo los domingos. Creo que por eso me gustan tanto los domingos, porque era el día que mi papá estaba y era un día familiar. A él le gustaba mucho ir a Chapultepec, a La Marquesa, al cine con su familia“.

Esa vida de sus padres llena de momentos románticos y dichosos comenzó a descomponerse cuando se fue a vivir junto a su pareja en 1984, luego de su único matrimonio, a los 20 años. La recuerda como una relación muy bonita. Ambos, Arturo y ella, tenían un pensamiento idealista, con esperanza de cambiar el mundo. Se mudaron cerca de la familia de Rocío, en la misma colonia Aurora, y vivían en una pequeña casa en el terreno de los progenitores de él.

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Mientras tanto, la austeridad llegó a la familia de Rocío. Sus nueve hermanos experimentaron una convivencia diferente, precaria. Debieron comenzar a trabajar desde muy jóvenes. Su padre era jardinero, pero en esa época las trasnacionales tomaron mayor fuerza en el país, y los medianos y pequeños productores se vieron obligados a cerrar sus negocios y talleres. El papá de Rocío trabajaba para esos empresarios, y pronto prescindieron de sus servicios.

Relaciones estables, finales inestables

Por su parte, el esposo de Rocío la impulsó a entrar en la universidad. Él había conseguido un buen empleo, con buenos ingresos, y por eso podía apoyarla. Ella primero terminó la preparatoria de forma intensiva, puesto que la pausó por el activismo y su vida en el teatro político. Luego se fue a la UNAM y decidió estudiar Filosofía, porque la veía como un enigma, ya que había leído a varios pensadores y filósofos, y además quería conocer la metodología implementada.

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Comenzó a estudiar en 1992 y terminó en 1997. Tuvo a su único hijo tres años después de casarse. Fue algo totalmente planeado, y esperó ese tiempo porque quiso disfrutar del matrimonio. Su primogénito tenía 4 años cuando comenzó la universidad. Lo crio con total devoción y dedicación.

Fue un matrimonio muy fiel, comunicativo, maduro, respetuoso. Duró 16 años. Por esto se explica que Rocío no se diera cuenta a detalle de la precariedad que invadió la casa de sus padres, así como la violencia que vivieron sus hermanos, aunque seguía visitándolos. Ya tenía otra vida. De lo que sí se aseguró fue de mantener a su hijo al margen de cualquier conflicto familiar.

Su matrimonio terminó en el 2000 por desavenencias comunes, pero sostiene que fue buen esposo y que sigue siendo un buen padre. Fue una época de estabilidad. Luego de esta separación, Rocío tuvo una primera debacle. Fue ella quien decidió irse de la casa, porque estaba en el terreno de los padres de él, pero la vida le mostró que cometió un error, y ahora recomienda a las mujeres no hacer algo así, porque la situación se puede complicar hasta un extremo  inimaginable, más aún si tienes hijos. “Planifiquen muy bien las cosas si van a separarse”, apunta con seriedad.

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Debió buscar un lugar para rentar. Su esposo le dijo que le daría a su hijo cuando consiguiera una vivienda, pero no la ayudó económicamente para lograrlo. Posteriormente, Arturo decide cambiar la casa en la que habían vivido tantos años, por un terreno en el que construir una estructura más grande. Esa jugada es un triste recuerdo para Rocío, porque le dolió mucho en su momento. Su hijo vio esto como un estancamiento para ella y una evolución para su padre, materialmente hablando.

En ese momento daba clases ocasionales gracias a algunos amigos profesores, en Querétaro y Estado de México. Rentó durante cinco años un pequeño departamento en Cuautitlán-Izcalli e hizo mil peripecias para cubrir los gastos. Vivía con su hijo Ulises. El padre sólo cubría la educación y aportaba algún dinero extra para las cosas personales del niño, todo lo demás lo pagaba ella. Esto fue a principios de los 2000.

Transcurrido ese tiempo, perdió el departamento por imposibilidad de pago en el 2005. Decidió separarse de Ulises y entregárselo a su padre, que estaba mucho más estable y cómodo, mientras ella se fue a un sitio menos costoso y de pequeñas proporciones. Allí se dio otra debacle. Aunque nunca cortó comunicación con su hijo, siente que no le perdona que lo haya dejado, aun cuando ya estaba por cumplir 18 años. En realidad lo dejó con Arturo porque era casi mayor de edad, de lo contrario, habría hecho hasta lo imposible para mantenerse a su lado.

Desde ese momento vivió sola por doce años, sin romances, hasta que conoció a Adolfo, en el 2012. Residieron en Santa Fe y él se hizo cargo de la parte económica. De hecho, sus dos parejas la proveyeron de lo material, mas ella siempre se mantuvo independiente de pensamiento.

Durante esa relación volvió a su vida hogareña, por lo que pausó los trabajos ocasionales. Esta relación duró 10 años. La califica como una buena etapa, el único problema es que él era adicto al alcohol, y se vino a enterar luego de vivir juntos. Así que tras pasar más o menos un año, Rocío se desencantó, pero siguió a su lado porque la trataba bien y era responsable. Adolfo a veces se emborrachaba y duraba varios días fuera, pero jamás faltó a su trabajo. Como ya no estaba enamorada, disfrutaba quedarse sola en casa, leyendo.

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Sin embargo, hubo un momento en que ya no quería estar en la misma casa que Adolfo. No soportaba compartir el mismo espacio. Rocío se volvía muy hostil cuando estaba cerca de él y todo le molestaba. Aunque él era muy tranquilo, empezó a reaccionar a esos reclamos de ella, y comenzaron las peleas, pero nunca hubo violencia física, ni de parte suya ni de ningún otro hombre, porque jamás ha aceptado ni aceptará estar con una pareja agresiva o machista.

Al separarse de Adolfo llega su tercer y gran declive. En un primer momento se fue a vivir con algunos de sus hermanos en el Estado de México, pese a no tener una relación cercana con ellos, pues la casa de sus padres fue vendida sin que ella supiera.

El descenso al desamparo

Un tiempo después, rentó un sitio. Su hijo la apoyó con algo de dinero y con el traslado de las pertenencias que logró conservar, ya que debió vender una parte. Comenzó nuevamente a dar clases de regularización a niños y adultos en el Estado de México, pero el ingreso no era fijo. La casita que encontró era cómoda, pero allí sólo estuvo tres meses, porque no pudo sostener los pagos. Un día llegó y no la dejaron entrar, perdiendo así todas las cosas que le quedaban. Tan sólo rescató algo de ropa y parte de sus documentos.

Cayó en una crisis absoluta. Es así que llega a CDMX sin conocer a nadie, con apenas dinero suficiente para costear unos pocos días en algún hotel. Se fue a caminar por La Alameda (un parque en el centro de la ciudad) y de inmediato conoció a una persona que trabaja en comedores comunitarios. Este sujeto le dijo que fuese a “El Hospitalito”, donde él era el cocinero. Y así lo hizo, por lo que logró resolver la alimentación hasta cierto punto.

Una noche que ya no tenía para el hotel, mientras caminaba por la ciudad, se reencontró con un grupo de jóvenes que días antes le habían comentado que vivían en una casa de campaña donde se cuidaban mutuamente. La llevaron hasta allá para resguardarse.

Al otro día, de vuelta en La Alameda, un chico le dijo que le haría el favor de cagarle el celular en la casa de un amigo, pero se lo robó. Fue a la casa de campaña a preguntar y le dijeron que se acercara al departamento de un tal Jonathan, porque quien le robó era amigo de él. Eso fue a la 1 de la madrugada. Cuando llegó a ese sitio le ofrecieron quedarse ahí, para su sorpresa. Justo esa noche estaba resignada a dormir a la intemperie, pero por fortuna, este joven le ofreció un refugio sin conocerla.

Mi Valedor, mi salvación

Allí pasó varios días y conoció a Don Erasmo, un Valedor. Conversando con él, la invitó a acercarse a Mi Valedor, para que la ayudaran. Es así como llega a esta organización, un 2 de febrero, y estuvo a gusto desde que entró. “Sentí que me estaban esperando. Me sentí bienvenida desde el primer instante”, resalta. La recibió Cristina, persona que la ha apoyado enormemente, y al mismo tiempo, impulsado como profesional y ser humano. “Me ha ayudado a descubrir habilidades que desconocía. Me arropó desde que me conoció. Arturo también me ha dado muy buenas oportunidades”, subraya.

En Mi Valedor ha conseguido apertura a sus propuestas. “Encontré un espacio en el que puedo desarrollarme, relacionado a mi profesión y experiencia. También descubrí cuál es el propósito de mi vida: montar una editorial propia. He conocido un mundo de posibilidades relacionadas al arte, el trabajo social, el afecto, el desafecto. Estoy aprendiendo mucho de relaciones humanas, porque estoy presenciando problemáticas graves. Estoy aprendiendo a tener tolerancia con otras realidades, historias de vida y personalidades”, explica Rocío.

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Nunca imaginó acudir alguna vez a una ONG, ni que la ayudarían a no caer en situación de calle y, por ende, evitar todos los peligros que eso implica, especialmente para una mujer. Ella fue testigo presencial de los riesgos que enfrentan quienes viven en desamparo.

Estoy consciente de que todos los que llegan a Mi Valedor están en situación de vulnerabilidad, con todos los rangos y niveles que eso implica. Veo que es muy difícil el trabajo de manejar una ONG de este tipo, y eso lo valoro muchísimo, porque significa invertir muchas cosas: tiempo, energía, recursos propios y hasta dejar a un lado en ocasiones tu vida personal. Pero vale la pena, indiscutiblemente”, concluye Rocío, con la sonrisa que la caracteriza, la misma que debió tener cuando era niña y su madre le hablaba de los filósofos que la apasionan.

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Alejandro Peña

Alejandro Peña

Valedor y periodista a tiempo completo. Zurdo, cinéfilo, amante de la lectura, la música, el café y el chocolate. En contra de las farsas sociales. Otro venezolano emigrante.

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