Aún en medio del caos de la Ciudad de México es posible afirmar que una de las contadas bondades que ha generado su centralización en nuestro país es la diversidad cultural.
De extremo a extremo, la ciudad contiene lugares muy distintos entre sí, nuestro entorno es resultado de la mezcla de tradiciones y la influencia globalizada que cada día se renueva y complejiza. El espacio tiene memoria, mientras que algunas tradiciones se refuerzan, otras tanta desaparecen; cada rincón de la ciudad conserva pedacitos de historia, expresiones culturales con orígenes múltiples y espacios que conservan rastro de tiempos prehispánicos y coloniales, pasando por el incesante intento de república constitucional hasta la megalópolis y sus promesas futuristas.
Es en el espacio público donde se manifiesta dicha multiplicidad, el encuentro con el otro: tránsito, comunión y supervivencia. Espacios emblemáticos que funcionan como lugares de remembranza, celebración y denuncia, por ejemplo, si se trata de fiesta y celebración, es sencillo pensar en la glorieta del Ángel de la Independencia, no hay día en que no tenga turistas y quinceañeras en plena sesión de fotos o que de un momento a otro se abarrote de personas ávidas por celebrar un triunfo futbolero. Se trata también de un punto crucial en manifestaciones y marchas, a través de todo tipo de fotografías el ángel viaja por el mundo y como este, tantos lugares emblemáticos se convierten en casa de propios y ajenos.
La otra cara de la moneda son precisamente lugares vueltos ajenos, anónimos, espacios que en silencio y lejos del reconocimiento y la veneración contienen a propios, a los nuestros. Uno de estos es la Plaza de la Concepción, en el Centro Histórico, se encuentra en la calle Belisario Dominguez, detrás del Convento de la Concepción, el primer convento en América y en la Nueva España. Se trata de una pequeña plaza que contiene una capilla que perteneció a las Madres Concepcionistas, también conocida como la capilla de los muertos ya que en el siglo XIX funcionó como espacio para exhumar los restos de personas que no tenían la posibilidad económica de costear un entierro. En la época de Plutarco Elías Calles fungió como Biblioteca de la SEP y al día de hoy permanece abandonada, aunque no por sus habitantes, personas en situación de calle que han adoptado el espacio de dicha plaza como un hogar.
Desde el pasado se tiene la idea de que en este lugar, bautizado por los españoles como el barrio de Santa María Cuepopan, vivían las personas más pobres, específicamente los Macehualli, que para los aztecas era una de las clases sociales más bajas apenas por encima de los esclavos. Por otro lado, en el atrio del Convento de la Concepción solía entregarse comida a las personas más necesitadas.
El origen de la orden concepcionista en América nace en una de las expediciones realizadas por grupos de beatas venidas de España con el objetivo de fundar distintos colegios en la Nueva España. Cuatro de estas monjas sugieren a Fray Juan de Zumárraga la consolidación de dicho convento, construido sobre las casas de Andrés de Tapia, que supuestamente cedió el espacio para la edificación. La capilla que se encuentra en esta plaza tiene seis caras, es de arquitectura barroca y fue adquirida en 1567 por las madres concepcionistas a un grupo de españoles que pidieron rezos a cambio de la misma. En sus inicios, la capilla estuvo dedicada a la mártir Lucía de Siracusa.
Se trata de un espacio en permanente tensión, a pesar de que la plaza siempre fue un espacio para la atención o vivienda de personas sin hogar o bajos recursos, el acceso al convento de la Concepción implicaba alto poder económico por parte de las monjas y sus familias. Entre sus integrantes más reconocidas estuvieron dos de las hijas de Isabel de Moctezuma. Al día de hoy, la plaza es poco reconocida y del convento de la Concepción queda solo la fachada pues este fue reduciéndose tras la compra venta de los locales y edificios a la redonda, un fenómeno común en todo el centro de la ciudad.
Existen diversos mitos y versiones acerca de los dueños y los usos de este espacio, registros detallados de los cambios que ha tenido la capilla y la plaza, cambios que apelan a la arquitectura, a la institución y la orden al mando; transformaciones que resultan irónicas en contraposición con la verdadera mutabilidad del espacio pues dejan al margen lo vivo, aquello que permanece, sus habitantes, personas que sin nombre ni orden religiosa caminan sobre restos de decesos anónimos y ecos macehuallis.
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