Satisfecho… por ahora: ¿Los alimentos donados atrapan a la gente en la pobreza?

Satisfecho… por ahora: ¿Los alimentos donados atrapan a la gente en la pobreza?

05/01/2023
Por Sarah Britz

La demanda de alimentos a los que se accede a través de bancos de alimentos y de tiendas de alimentación a precios reducidos se dispara en Suecia, donde sigue haciendo mella la crisis del costo de vida. Pero la distribución de alimentos gratuitos se cuestiona a la vez que aumentan las colas de personas necesitadas. Ahora bien, ¿son los bancos de alimentos y las tiendas de alimentos con rebajas la mejor solución al problema?

Zeina enciende otro cigarrillo.

“¿Por qué castigan a mis hijos?”, pregunta.

Desde su balcón se puede ver el estacionamiento. Zeina recibió ayer su horario de trabajo semanal y su jornada en los servicios de atención domiciliaria empieza dentro de media hora. Ha trabajado todo el verano aunque sus hijos están de vacaciones.

“No tengo elección”, dice. “Tuve que vender mi coche para poder pagar una factura del dentista”. A Zeina le han extraído todos los dientes superiores.

La vida de Zeina dio un vuelco cuando le retiraron las prestaciones. Al verse sin dinero para comida y alquiler, se vio obligada a pedir ayuda a la Iglesia. El apoyo que recibió hizo que su vida volviera a ser manejable. Zeina recibía bolsas de comida de la iglesia y además, el modo en que la trataban significaba mucho para ella.

“Me convertí en un ser humano”, me cuenta. “Alguien tomó mi mano y me brindó su ayuda. Me reanimé y me ayudaron a completar formularios, reconsiderar decisiones y solicitar apoyos”.

A Zeina le negaron las prestaciones porque había rechazado unas prácticas en una empresa privada. Según Zeina, el jefe de la empresa le dijo que haría prácticas allí durante un año, trabajando de 8 de la mañana a 6:30 de la tarde. No podía garantizar que las prácticas desembocaran en un puesto fijo.

“Se aprovechó del sistema y recibió pagos por darme unas prácticas”, afirma Zeina. “Cuando se lo dije a la oficina de empleo, me dijeron que esa era la única oportunidad que tenía. Solicité unos veinte puestos más, pero todos me rechazaron. No he estudiado sueco para inmigrantes [el curso nacional gratuito de sueco que se ofrece a la mayoría de los inmigrantes] y, al parecer, hay que hacerlo. Llevo 30 años en Suecia y hablo bien el idioma, pero me exigen documentación”.

Por sí misma encontró el trabajo en atención domiciliaria. Cuando nos despedimos, ella se puso su ropa de trabajo y metió un enorme manojo de llaves en su pequeño bolso. De camino al trabajo, llevó a uno de sus hijos con una niñera.

La distribución de alimentos, los bancos de alimentos y las tiendas de asistencia social –donde se venden a bajo precio alimentos donados– son fenómenos relativamente nuevos en Suecia.

La distribución de alimentos gratuitos o a precios reducidos es la respuesta de la sociedad civil al creciente número de personas que no pueden permitirse comprar alimentos y quedan fuera de la red de seguridad social. Sólo en Gotemburgo se donan alimentos y se distribuyen en más de 1,500 hogares. Además, miles de personas visitan las tiendas especiales Maträtt (“Derecho a la Alimentación”) de la Misión de Rescate, que atiende a personas que viven en circunstancias precarias.

Esta evolución coincide con la intensificación de la lucha contra el desperdicio de alimentos.

Al menos el 2% de la población sueca pasa hambre y el conocimiento de su situación es limitado. Los hambrientos ni se ven ni se oyen en el debate. La pobreza se estigmatiza y se considera un problema a nivel individual, como si sólo afectara a las personas que no han hecho las cosas correctamente por sí mismas.

“Cuando planteo esta idea errónea, la respuesta suele ser cuestionar el modo de vida de los pobres”, dice Linus Hermansson, diácono de la parroquia de Hjällbo, al noreste de Gotemburgo. “Se hacen insinuaciones como ‘fuman’ o ‘no saben llevar sus finanzas’. Las explicaciones sistémicas rara vez salen a la luz”.

Hoy corresponde a la sociedad civil resolver el problema. Las autoridades remiten a las personas a las que dicen no poder ayudar a iglesias y otras organizaciones que distribuyen alimentos. Aquí radica un dilema moral; el apoyo ofrecido por la sociedad civil podría permitir al Estado desatender su responsabilidad con los pobres.

“Es grave que los servicios sociales nos remitan a la gente”, prosigue Hermansson. “¿Debería la sociedad civil gastar tanta energía en manipular y distribuir los alimentos donados?”

Linus Hermansson también señala que la gente que está desesperada no puede elegir lo que come. “Pero todo el mundo debería tener derecho a decidir por sí mismo lo que consume”.

Entonces, ¿cuáles son las causas sistémicas de la pobreza alimentaria?

Marcus Herz, profesor asociado de trabajo social en la Universidad de Gotemburgo, investiga sobre pobreza alimentaria o “inseguridad alimentaria”, terminología que utiliza para evitar disputas semánticas sobre lo que es realmente la pobreza.

Estudió durante un año un centro de distribución de alimentos y entrevistó a la gente de ahí.

“Al principio me sorprendió. Me avergüenzo de ello; debería haberlo sabido”, admite. “La gente venía y hacía cola para comprar pan. Se pasaban el día buscando comida y al día siguiente volvían a empezar. Y al día siguiente. Una rueda de hámster interminable”.

La investigación de Marcus Herz se centra en el tiempo que la gente tiene que pasar haciendo cola para comprar comida. La creencia general es que los pobres son inactivos, e incluso perezosos.

Herz afirma lo contrario.

“Los resultados son claros”, confirma. “Estas personas pasan todo su tiempo buscando comida y vivienda o refugio temporal. Hacen todo lo posible por cambiar la situación en la que se encuentran.

“La paradoja es que todo el tiempo que pasan esperando podría aprovecharse mejor; es decir, para cambiar su situación a largo plazo”, prosigue Herz. “Las bolsas de alimentos, los comedores sociales y las tiendas especiales con comida barata no conducen al cambio. Al contrario: al mismo tiempo que su trabajo es necesario para la supervivencia de las personas, su existencia garantiza la continuidad del sistema existente”.

El acceso al sistema de seguridad social está condicionado por el empleo. Tienes derecho a recibir ayuda del sistema si demuestras tu valor trabajando.

Marcus Herz cree que Suecia se encuentra en una encrucijada.

“Por un lado, existe la creencia de que Suecia tiene una sólida red de seguridad social, lo cual me parece un mito”, afirma. “Por otro lado, la sociedad civil se responsabiliza cada vez más de las personas excluidas del mercado laboral y de la vivienda”.

“[Una vez que acabas] fuera del sistema, te ponen en espera y necesitas que te ‘activen’ para entrar”.

Se trata de un problema sistémico que, según Marcus Herz, está relacionado con otras inseguridades: falta de vivienda, desempleo y exclusión del sistema de seguridad social.

Esta inseguridad se está extendiendo a nuevos grupos de población, como madres solteras, pensionistas y aquellos cuya prestación por desempleo ha expirado.

Las razones de esta inseguridad generalizada son dos: la evolución del mercado laboral y la pandemia. “El mercado de trabajo es menos estable ahora que hace 30 o 40 años”, afirma Herz. “Durante la pandemia, nuevos grupos buscaron repentinamente donaciones de alimentos. El mercado de la vivienda se ve afectado por el mercado laboral, y también es menos seguro”.

“Alguien sin empleo fijo no puede acceder al mercado de la vivienda. Alguien sin vivienda lo tendrá difícil para encontrar trabajo y conservarlo”.

Durante la pandemia, Marcus Herz formó parte de un proyecto de investigación que analizaba si habían surgido nuevos grupos que necesitaban recibir comida gratis en Malmö.

El grupo de investigación se reunió con familias, pensionistas, solteros y jóvenes que habían perdido su trabajo.

“Es probable que, ahora que el precio de los alimentos está en alza, veamos a nuevos grupos de personas”, predice Herz. “Estos grupos tendrán que coexistir con los tradicionalmente vulnerables; personas, por ejemplo, sin hogar que luchan contra el abuso de sustancias”.

La parte inferior de la escala social está abarrotada.

En la iglesia sueca de Tynnered, a las afueras de Gotemburgo, conozco a la diácona Marie-Louise Marek. La parroquia empezó a repartir bolsas de comida en otoño de 2016, pero dejó de hacerlo a los cuatro años. No porque la demanda hubiera disminuido, sino porque era abrumadora. La lista de personas que iban a recoger una bolsa de comida a la semana contenía más de 150 nombres. Las personas con necesidades empezaron a hacer cola desde la noche anterior, pero cuando se consideró que este sistema era injusto, surgieron conflictos. Quienes acudían a la iglesia tenían mucha presión y estrés; querían ser los primeros de la fila para tener más posibilidades de conseguir los alimentos de más calidad. Aunque había muchos voluntarios, la iglesia no contaba con personal suficiente.

“Luego estaba el contenido de las bolsas, que era variado cuando menos”, dice Marie-Louise Marek. “Una buena parte era bueno, pero también había, por ejemplo, granos de trigo o botes de claras de huevo. Había que ser muy creativo a la hora de cocinar. Pero ¿qué se supone que puede hacer una madre soltera con siete niños, inmigrante, con una lata de conservas y un paquete de granos de trigo? Había menos de lo que yo compro en el supermercado [en las bolsas de comida], como verduras, fruta, huevos y carne, y la gente se peleaba por esos productos”.

Al cabo de un rato, la distribución se reorganizó y las personas que esperaban las bolsas de comida pudieron interactuar entre sí de forma significativa. La gente se sentaba, tomaba café y charlaba. Descansaban un buen rato en los bancos de la iglesia. Las madres aprovechaban para llorar un poco, algo impensable delante de sus hijos en casa.

“Pues claro que necesitaban comida”, comenta Marek. “Pero también era importante tener un lugar al cual acudir para sentirse menos solos. Así, la vergüenza disminuía.”

Cuando la Misión de Rescate abrió su primera tienda de comestibles en Maträtt en 2020, la iglesia dirigió allí a los necesitados.

Marie-Louise estuvo preocupada al principio, pero dice que esta solución es mejor. Allí la gente puede elegir lo que quiere comer, y se convierten en clientes en lugar de vulnerables receptores de limosnas.

“Pero se necesita dinero”, dice. “Hay que llegar hasta allí y no todo el mundo puede hacerlo”.

La iglesia sigue teniendo la posibilidad de repartir alimentos, pero con una capacidad limitada. Las bolsas de comida se destinan a personas con necesidad urgente; a quienes no tienen otra ayuda. Como mucho, se reparten cinco o quizás diez bolsas a la semana.

Marie-Louise Marek coge su taza de café y continúa: “A veces pienso que los animales viven mejor que los humanos. La legislación sobre bienestar animal regula el número de metros cuadrados a los que tiene derecho un animal, cuánto tiempo pueden estar solos, que debe recibir comida, agua y cuidados. Pero esas leyes no existen para las personas”.

Suspira y dice que el sistema sueco, tan bien pensado, está roto y hay que reconstruirlo.

“Ahora la gente muere lentamente de estrés y vulnerabilidad”, afirma. “Pero ocurre tan despacio que no lo percibimos”.

Al mismo tiempo, Marie-Louise se siente esperanzada. “El problema puede resolverse, si tenemos la voluntad de hacerlo”.

Al fin y al cabo, Suecia es un país rico. “Solo tenemos que reconocer que esta es una cuestión que afecta a toda nuestra sociedad”, explica Marek.

Ella, como otras tantas personas con las que ha hablado Faktum, piensa en la “movilización.” Las organizaciones, los investigadores y quienes se ven afectados por el problema, así como los líderes de opinión, deben aunar fuerzas para desmentir la idea de que la buena voluntad es un camino que conduce siempre al cambio social.

Todavía es verano y estoy esperando el autobús cuando aparece en mi teléfono una noticia de Radio Suecia. “Aumento récord del precio de los alimentos. En junio de 2022, el incremento fue tan alto como el registrado en todo el año anterior. De media, los precios han subido más de un diez por ciento”.

Escucho la voz de Zeina en mi cabeza. Recuerdo el estrés en su voz y cómo describía su día a día en términos de crisis y desastre.

“Ahora es el doble de caro”, me dijo. “No puedo seguir burlando la situación comprando a granel todo el mes”.

Para alguien sin un colchón financiero, un paquete grande de papel higiénico ya es un gasto demasiado elevado. No es algo que puedas comerte a fin de mes.

Información adicional:

Maträtt y Matmission

  • Cualquiera puede comprar en Maträtt de Gotemburgo, pero para beneficiarse de los precios tan reducidos hay que solicitar la afiliación.
  • La membresía es requisito obligatorio para comprar en el Matmission (“Misión Alimentaria”) de Malmö.
  • Para tener derecho a la membresía, es posible que tenga que recibir una ayuda a los ingresos, prestaciones o un subsidio diario de la Agencia Sueca de Migración.
  • También puedes conseguir la membresía si recibes una prestación por enfermedad, desempleo, discapacidad o paternidad. También puedes ser apto si tus ingresos mensuales o la pensión son inferiores a 11,190 SEK después de pagar impuestos.
  • Los estudiantes becados por la Comisión Central de Ayuda Económica a los Estudios de Suecia (CSN) no pueden ser miembros.
  • Maträtt y Matmission también apoyan a los desempleados mediante formación laboral.
  • Hay tiendas de Maträtt en el centro de Rannebergen y en Flatås Torg (Gotemburgo).
  • Matmission se encuentra junto al centro comercial Mobila en Malmö.

Un 13.5%: Los alimentos y las bebidas sin alcohol incrementaron en esta cifra durante el mes de julio de 2022, según Sweden Statistics (SCB). El incremento en junio había sido de un 11.2%.

 

Traducción del inglés por Translators without Borders

Cortesía de Faktum / International Network of Street Papers

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Sarah Britz

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