Emigdia Hernández RodrÃguez, a quien de cariño le dicen Emi, es una mujer en apariencia sencilla y frágil, con una mirada profunda, que en ciertas ocasiones pudiese parecer dura, pero más bien podrÃa decirse que transmite muchos años de experiencias difÃciles. Sus ojos son las ventanas de un alma de roble, sobreviviente, llena de cicatrices, pero siempre indetenible.
Nació en Pantitlán, en la Colonia Maravillas, de Ciudad de México, pero allà vivió sólo 5 años, pues se trasladó con sus padres a Puebla, Aquixtla, de donde es originario su papá. Su mamá es de Tlacomulco. En esa localidad estuvo hasta los once años. Fue una época de muchos momentos surrealistas, convirtiendo su vida, desde muy niña, en un drama de proporciones impactantes.
Su madre hacÃa ollas de barro, era alfarera, y su padre era un señor que le huÃa a los empleos; a veces sólo trabajaba tres dÃas a la semana, y los demás descansaba, “porque él era el hombre y no le gustaba trabajar. Además, el dinero que recibÃa lo botaba en alcohol y en mujeres“, comenta Emi. En relación a la salud, dice que cuando se enfermaban “nos curábamos con puros tecitos, y yo hasta ahora aplico esa estrategia. Cuando me enfermo me cuesta ir al doctor, no estoy acostumbrada, no me gusta. Yo prefiero buscar los remedios caseros, por eso a veces no me compongo (risas)“.
Sus padres fueron alcohólicos hasta el final de sus dÃas, pero, como un mandato de la ley a la inversa, recalca que eso le ayudó a convertirse en una persona trabajadora y responsable, “si una cosa no se me da busco otra, le sigo buscando, no me doy por vencida“. E inclusive, indica que gracias esa crianza complicada, hoy conserva la convicción de que algún dÃa alcanzará sus metas y saldrá adelante.
“Porque imagÃnese, una niña, de 6-7 años, nixtamalizando, luego eso en el metate, hasta que se moliera bien, hacer las tortillas, y hacerlas bien, porque si no, me daban unas golpizas, sobre todo mi hermano el mayor, José. A él no le podÃa hacer una tortilla grande y otra chiquita, tenÃan que ser del mismo tamaño. Y esponjaditas y bien delgaditas, porque si no, me daba unos trancazos. Y una vez me dio una patada que me aventó y fui a caer encima del comal, y se rompió porque era de barro, y mi mano siguió hasta el fuego. TodavÃa tengo marcas de eso“, narra, quizás para profundizar en su certeza de que todas esas vicisitudes la han hecho la mujer casi invencible que hoy salta sobre cualquier obstáculo que se le atraviese.
De hecho, si de saltar hablamos, Emi sonrÃe al recordar que “yo era como un niño, me gustaba subirme a los árboles, correr en el rÃo, jugar fútbol, y no me dejaba, yo era brava. Jugaba a ratos, con mis hermanos o algunas amigas de por ahÃ, vecinas“.
Sus padres la abandonaron a la edad de nueve. Desde ese momento, sin pedirlo ni desearlo, debió encargarse de tres hermanos pequeños: uno de seis meses y dos de tres y cinco años, respectivamente, con la ayuda de su otro hermano, un año mayor que ella. “Entre los dos éramos como padre y madre para mis hermanos. Yo me los cargaba en la espalda, iba a traer leña, cargaba agua, iba a lavar la ropa. Iba a trabajar al campo, a piscar con los vecinos, mis padrinos. Y luego nos daban maÃz, frijol o dinero y ya compraba las cosas que necesitábamos en la casa“, recuerda Emi.
“Mi mamá nos abandonó dos años. Ese tiempo nos pudimos haber muerto todos, porque tenÃamos hambre, andábamos piojosos, desnutridos, enfermos. No tenÃamos casa, solo un cuartito que cerrábamos con una ‘puerta’, que en realidad eran dos tablas que atravesábamos allà para que no entrara nadie. El resto de la familia nunca se acercó. Sólo mi hermano mayor que iba a pegarnos porque decÃa que no sembrábamos el maÃz en los terrenos, pero jamás nos llevó algo. Yo de hecho le tengo mucho coraje a él por eso. Él me lleva 15 años“, comenta, con una mirada lejana, señal de que está visualizando esos amargos recuerdos.
Al preguntarle cuántos hermanos tiene, es inevitable hacer un gesto de sorpresa cuando responde que sus padres tuvieron 18 hijos. “Pero la mayorÃa murió de pequeños, por el alcoholismo de mis padres, entonces cuando se enfermaban no tenÃan manera de cuidarlos, solventar los gastos. Quedamos 11 vivos, y luego con el tiempo quedamos 6“, relata, acotando a su vez que el abandono de sus progenitores fue tal, que a ella nunca la enviaron a la escuela.
Los hermanos que cuidó como una madre cuando apenas era una niña siguen vivos, pero no le dirigen la palabra, porque la diferencia de personalidades y estilos de vida han abierto una enorme brecha entre ellos. Indica que “se pelearon por el terreno que dejaron mis papás, y yo no me quise meter en eso, porque yo sólo peleo lo mÃo y a veces ni eso. Ya todos se pelearon, se demandaron, se atacaron. Yo los quiero mucho, pero yo decidà alejarme. Además, porque cuando me vieron mal me dejaron de hablar, y ahora que me ven un poco mejor sà dicen ‘hermanita, ¿dónde estás?’, pues no“.
Al cumplir 11 años, su madre la llevó a Ciudad de México, para que comenzara a trabajar con una señora, quien le enseñó a hacer la limpieza y diferentes labores del hogar. “Yo trabajaba de planta y cuando tenÃa que cobrar, mi mamá era quien tomaba el dinero. O mi hermano el mayor, José” relata, y agrega que “yo estuve trabajando alrededor de 2 o 3 años asÃ. Pero después, como a mi mamá le gustaba ir a Veracruz, se iba para allá de viaje con mi papá, dizque a probar suerte, a un lugar que se llama El Plan de la Flor, Veracruz (Municipio Juchique de Ferrer), con un primo, mi tÃo Rafael, que vivÃa allá. Se fueron a Xalapa también, y conocieron a la familia de mi primer esposo“.
Y es que, en ese entonces, sus padres idearon un plan para obtener beneficios de su pequeña hija: llegar a un acuerdo para casarla con un hombre varios años mayor. Emi apenas tenÃa 13 años, y su futuro esposo, 26. “Y aunque yo le dije que no, ella (su madre) me dijo que lo tenÃa que hacer porque ya habÃan hecho un trato. Entonces yo me tuve que juntar con él, pero dije ‘si él va a ser mi esposo, quiero casarme por el civil y por la iglesia, no quiero estar unida nada más’. Y nos casamos y duramos más de 25 años“.
Lamentablemente, su matrimonio estuvo plagado por la violencia y los abusos. “Si yo no accedÃa, me pegaba. Y mi papá le decÃa ‘si no te obedece, pégale’. De repente, aunque ya los perdoné, se me viene el sentimiento de rencor hacia mis padres, porque no me defendÃan. Se supone que tus padres te deben proteger, defender, creer, y mis padres sabÃan todo lo que me hacÃan, asà como mis hermanos. Mi mamá nunca me defendió, al contrario, me agarró un odio y un resentimiento, porque decÃa que yo era quien provocaba los conflictos en mi matrimonio. Siempre me culpaba de todo lo malo, incluso luego de tener a mis hijos“, confiesa Emi.
Durante esos años vivió en Veracruz, Puebla y finalmente en Xochimilco, con su padrino. Mantuvo por 30 años su trabajo con la señora que la recibió en CDMX , hasta que murió. “Cuando me casé iba y venÃa, incluso embarazada. Mi esposo también trabajaba, pero le gustaba mucho el alcohol, y las drogas, y además se llevaba pesado con la gente“, cuenta.
Al cuestionarle por qué no se separó de su esposo cuando alcanzó la mayorÃa de edad, Emi contesta que tenÃa miedo, por las ideas retrógradas que le sembró su mamá, quien la amenazaba con llevarla ante el padre para que la excomulgara si se divorciaba; “y para mÃ, la persona que excomulgaban se hacÃa una bestia, un animal, y andaba dando miedo, hasta que la matan, entonces yo tenÃa mucho miedo, porque era una mujer muy creyente de la religión católica, porque ellos (sus padres) siempre me llevaban a rezar, cantar. Además ellos eran mayordomos de las imágenes y hacÃan su ceremonia, la misa, traÃan las imágenes y danzaban, pero siempre habÃa borracheras. Y como mis papás eran alcohólicos, llegaban hasta la medianoche golpeándose, amenazándose con el machete. Y nosotros, los hijos, echando las cobijas en el costal y corriendo al monte. Otras veces le tenÃa que sacar el pecho a mi mamá para dárselo al niño más pequeño, y ella bien tomada sin preocuparse por sus hijos“, evoca Emi, compartiendo otro insólito y contradictorio momento de su vida.
Mientras estuvo casada, sus padres le pedÃan dinero a su esposo, pero al final Emi tenÃa que pagárselo a él. “A veces me quitaba también dinero, hasta que una vez le dije ‘si tú me vuelves a agarrar dinero, te vas de aquÃ, y te voy a sacar con la policÃa’, y asà fue que dejó esa maña“.
Refiere que si no le daban dinero a su mamá para que comprara alcohol, los maldecÃa y les deseaba lo peor, “aparte decÃa que yo le debÃa dos millones de pesos de la crianza, de la leche que me dio. Pero además, siempre me reprochaba que no era su hija, que me recogió de la basura, de todo me decÃa, pero para desgracia de ella, nos parecemos mucho, soy igualita a ella, con la diferencia de que a mà no me gusta tomar, ni fumar, ni drogarme“.
En cuanto a la familia de su exmarido, sólo rescata a su suegra, “se quitaba la comida de la boca para dármela. No puedo decir nada malo de ella“. A su suegro no lo conoció, porque murió poco antes de su boda. Por su parte, sus cuñadas no la soportaban. “Una de ellas me llamaba prostituta, que me sacó de una cantina, que era de lo peor, su otra hermana me quemó todo el pecho con un tizón, su hermano una vez agarró un machete para quitarme la vida, en Veracruz. Ahà fue cuando mi esposo y yo salimos huyendo hasta CDMX, con mi padrino en Xochimilco“.
“Mi mamá murió en el 2012, y cuando eso pasó, lo primero que hice fue divorciarme. Ella murió en julio, y yo en septiembre tomé el valor de cambiar las cerraduras de las puertas, no lo dejé entrar. Ya yo tenÃa la demanda de divorcio. Por ella yo me mantenÃa en ese matrimonio. Me decÃa ‘ese es su marido, asà la mate’. De hecho él querÃa tener muchos hijos, y me negué. Le dije que tenÃa un tumor en la matriz y que me iban a operar, y yo aproveché que me operaran para no tener más hijos“, manifiesta Emi, un poco cabizbaja, porque subraya que aunque estaba en pareja, la mayor parte del tiempo se sintió sola. Su esposo fue más ausencia que compañÃa. Se iba al ejército por 3, 4 meses, y la dejaba sin dinero, incluso estando embarazada, mientras ella debÃa costear la renta, servicios, comida, y todos los gastos de sus hijos.
No conforme con eso, su exmarido se fue dos veces a EE.UU., con el objetivo de establecerse allá, y la dejó sin un solo peso, “y él ni se preocupaba por si comÃamos. El dinero que pidió prestado para pagar al coyote e irse lo tuve que pagar yo, fueron 50 mil pesos. La segunda vez su hermano le dio dinero para que se fuera“.
Aunque su expareja era militar, nunca la registró en el seguro del ejército, porque supuestamente ya habÃa inscrito a otra mujer. “Nunca fui a averiguar porque no me interesaba. Yo me mantenÃa trabajando, embarazada y con mis niños pequeños. Era como si yo fuese madre soltera”.
Emi, levantando la mirada, en un gesto inconsciente de alivio, dice que “el divorcio fue como un premio para mÃ. Porque como le mandamos la notificación de que nos estábamos divorciando y que se tenÃa que presentar, se le enviaron tres citatorios, los recibió y él nunca se presentó. Asà que el divorcio se dio y se quedó nada más mi verdad, porque no tuve con quien pelear“, pues su esposo estaba en EE.UU.
Pero, por otra parte, acepta con un dejo de tristeza que, al divorciarse “por un lado me sentà bien, pero por otro lado no, porque lo extrañaba, porque yo sà lo querÃa. A pesar de todo, ahora sà que te haces dependiente de tu agresor. La costumbre es más fuerte que el amor. El juez me dijo ‘y qué tal si nunca te vuelves a casar. Y qué tal si nunca se acerca nadie a ti’, y dicho y hecho, hasta ahorita. Eso me lo decÃa porque querÃa que yo recapacitara, que no me divorciara. Y yo le decÃa que si no me divorciaba me iba a matar. Yo sà sentÃa que lo querÃa, pero también sentÃa que caÃa en un hoyo muy profundo cuando él me maltrataba“.
Se preguntaba por qué no era correspondida en su amor sincero, si cumplÃa con las “labores de una buena esposa”: Trabajar, tener la casa limpia, la ropa planchada, hacer lo que hiciera falta para que el hogar estuviese confortable, “pero luego él tenÃa varias mujeres, y las metÃa en la casa cuando yo no estaba“.
Luego del divorcio, Emi fue tres años a terapia, “porque una traición de un hombre hacia una mujer o de una mujer a un hombre, duele demasiado. Porque te dicen que te aman, que te quieren, te consienten, pero al final del camino te dicen que ya no. Hacia el final del matrimonio él me decÃa que estaba vieja, ruca y caducada. Y yo me lo creÃa, porque me decÃa que yo sin él no era nadie“, asegura, y resalta que, por el contrario, comenzó a brillar como nunca antes tras su separación.
Ese tiempo en terapia la ayudó a detener el llanto continuo, “no comÃa, no dormÃa, llegaba a las 6 de la tarde y era la medianoche y yo seguÃa llorando, todo me parecÃa mal, estaba irritable, triste, es más, yo sentÃa que me iba a morir. Luego mis hijos empezaron a hacer su vida. Ambos se casaron. Tienen casi la misma edad“.
Sin embargo, hubo un acontecimiento que, junto con la terapia, la fue sacando del foso en el que se sentÃa atascada, “algunos nietos vinieron a vivir conmigo, y yo ya no me sentà más sola porque estaban los chiquitos, y por ellos me dije que le iba a echar ganas, me dieron más impulso, que ahora ya tienen 18 y 15 años. Son mi motor todavÃa. Tengo cinco nietos. Cuatro de uno y uno del otro, del que anda en drogas abandonado“, afirma Emi, que aprovecha para aclarar que de sus dos hijos, uno vive en las calles, debido a sus adicciones, a pesar de que ella ha intentado ayudarlo varias veces; “yo le dije que no estuviera regando hijos por todos lados, por su situación“.
“Tuve una infancia muy triste, pero a la vez digo que hay mujeres que han sufrido mucho más que yo. Gracias a Dios a mà eso me ha servido para seguir adelante, y siempre estoy pensando que algún dÃa triunfaré, algún dÃa tendré lo mejor, algún dÃa seré libre“, asevera Emi, con un gesto de esperanza que le inunda los ojos.
Aún asÃ, le es inevitable recordar que sus padres jamás le compraron si quiera un par de zapatos. “Yo empecé a usar zapatos hasta que llegué a trabajar con la señora en CDMX. Hasta ese entonces usaba chanclitas y zapatitos viejos, y no podÃa comprar nuevos porque mi mamá se llevaba mi dinero. Todo mi dinero estuvieron cobrándolo mis padres, hasta que tuve 15 y la señora se negó a seguir dándole mi dinero, porque como supo que se me murió mi hija, dijo que ya no le iba a dar nada, porque si yo hubiera tenido dinero, hubiera podido ir a una hospital y hubiera podido salvarla“.
Emi sufrió la pérdida de quien iba a ser su primera hija cuando era una joven de 15 años, inexperta, aterrada, con el temor de que morirÃa también. “Cuando ella nació, fue en el corral de los chivos, porque yo me empecé a sentir mal, y me fui al baño y me metà en el corral, y ahà me caà y fue cuando nació mi hija. Se le mandó a avisar a mi mamá, a mi exmarido, y nunca se presentaron. Mi mamá llegó hasta el otro dÃa, cuando ya la niña habÃa muerto, y más bien me empezó a pegar, culpándome. Que por algo lo habÃa hecho, que capaz no era hija de mi marido. Y bueno ella estaba tomada también“.
Sin embargo, sostiene con firmeza que perdonó a sus padres, y les dio todo lo que estuvo en sus manos. “Yo, a escondidas de mi marido, le decÃa que iba a trabajar el domingo, que iba a preparar una comida a la señora para la que trabajaba, pero yo agarraba y salÃa a las 4 am para llegar a las 6 am a la TAPO (Terminal de Autobuses de Pasajeros de Oriente), ahà en San Lázaro, donde salÃan los camiones para Puebla, y llegaba con mi mamá como a las 11 AM, compraba despensa, iba y les pagaba sus deudas de alcohol, y como la gente sabÃa que yo les pagaba, les seguÃan dando alcohol, y además cuando me iba les dejaba dinero“. Su padre murió en el 2017.
Emi nació con una discapacidad que se le ha ido agravando con el paso del tiempo. Los huesos de su cadera no encajan correctamente, y le lastiman el nervio, lo que provoca que se incline hacia su lado derecho al caminar y la rodilla reciba todo el peso, y por ende, se vaya desgastando más; “por eso necesito operación, pero no tengo dinero. La última vez que fui a ver un doctor me dijo que eran 600 mil pesos para la operación, y pues me dije que mejor me quedaba asÃ. Eso fue hace dos años“.
Diez años atrás intentó solucionar lo de su operación en el Hospital General, pero después de poco tiempo le dieron de alta, supuestamente, porque su intervención quirúrgica no era “tan necesaria”. “Y ahora me siento muy mal a veces porque cada dÃa puedo caminar menos. Camino despacio, siento que corro, pero no es asÃ. Me cuesta mucho andar haciendo caminatas, la verdad la pienso para salir a caminar. Y me duele mucho cuando estoy acostada, sentada, parada. Todo el tiempo me duele“, explica. Por ahora, solo ingiere calmantes para mitigar la molestia y poder caminar bien, pero cuando se le pasa el efecto busca adónde sentarse, pues le da miedo caerse.
“Hay un medicamento que es muy fuerte, y me seda. Y a veces voy caminando y pierdo el equilibrio. Me detengo con el bastón, por eso también lo uso“, apunta esta mujer luchadora, que en un arranque reflexivo expresa que antes pensaba vivir hasta los 50, empero llegó a los 56, y desea seguir contando primaveras. “Es que si digo ‘yo no puedo, no puedo’, al rato ya no voy a poder, y yo no tengo quien me dé dinero, que me diga ‘ten, acuéstate, aquà está para que comas’. Al contrario, ahorita tengo un nieto viviendo conmigo. Y tengo dos hijos varones, uno trabaja, pero el otro está echado al abandono“.
Expone que la vida en las calles es muy difÃcil para ella por su discapacidad, porque “todos suben las escaleras corriendo, todos corren y tú no puedes, vas despacio. Y la gente como que te pone cara porque no vas a la par de ellos. Y por ejemplo, en el transporte público yo he recibido muchos insultos, que estorbo, que ya deberÃa quedarme en mi casa, pero en este mundo estorbamos todos. Todos debemos tener la oportunidad de salir adelante, de echarle ganas y no tenerle miedo a nada, y seguir adelante“.
En septiembre de 2022 Emi se quedó sin trabajo. Hasta ese momento regentaba una pequeña papelerÃa, dentro de un espacio que acondicionó en la planta baja de su casa, en Chimalhuacán-Estado de México. Por desgracia, un dÃa fueron a cobrarle lo que se conoce como “derecho de piso”, que es un pago que exige la delincuencia para que te permitan tener tu negocio, y ella no contaba con ingresos suficientes para cubrirlo.
Compró su terreno en el año 2000 y en el 2007 construyó su casa, aunque aclara que aún le falta. “Allà fue a meter mi esposo las mujeres mientras yo trabajaba. La casa la hice cuando él andaba en EE.UU. La primera vez que se fue compré el terreno, la segunda vez ya hice mi casa. Sin salir de México yo hice la casa, trabajando haciendo limpieza. Todo el dÃa. A veces me aventaba tres aseos por dÃa, en diferentes sitios. A mà me ofrecen un trabajo y yo nunca digo que no. Como sea lo agarro“.
Cuando comenzaron las amenazas, le pedÃan 10 mil pesos a la semana por el derecho de piso, “y yo como mucho llegué a vender 3 mil pesos en un dÃa, pero eso en temporada de inicio de la escuela, cuando habÃa más movimiento, pero por lo regular vendÃa 300, 400 pesos, pero era más para invertir que para mÃ. No era muy grande (su negocio), pero estaba hecho con mucho amor. Como ya me dolÃan mucho los pies, estaba feliz en mi casa, además no pagaba renta, pero no resultó“, recuerda, con gesto apesadumbrado.
Con el empeño que la caracteriza, intentó emprender varias veces. Primero puso un Herbalife; luego lavado y planchado de ropa; posteriormente, venta de gelatinas; también probó con la venta de “ropa de paca”; finalmente abrió la papelerÃa. Nada funcionó.
“Y un dÃa, cuando cerré la papelerÃa, ya me dije ‘bueno, pues a morirse de hambre’. Pero, una amiga de la señora para la que trabajé muchos años, tenÃa un edificio en La Condesa, y yo iba a hacer el aseo, tres dÃas a la semana, en dos horas me echaba todo el edificio. Y allà conocà Patriotismo (importante avenida de Ciudad de México). Ya en ese entonces tenÃa yo bastón. Y la gente que me veÃa me decÃa que por qué no iba con mis tuppers para que me dieran comida allÃ, pero yo decÃa que estaba trabajando. Pero cuando llegó ese tiempo, desde septiembre a diciembre de 2022, estuve metiendo solicitudes de empleo, iba a casas, restaurantes, mercados de lo que sea. Pero no salÃa nada“, sostiene Emi. Confiesa que en diciembre de ese año la pasó muy mal, sola. Nadie se acercó a ver cómo estaba.
Por ese entonces se enfermó de los bronquios, y estuvo muy grave. Tan solo una vecina de nombre Margarita, a quien recuerda con cariño, se encargó de ella, llevándole comida para que se recuperara. Fue asà que, de repente, recordó aquel lugar en Patriotismo donde regalaban comida.
“Y me fui a Patriotismo, con mis cuatro tuppers, y me dieron picadillo, sopa, pollo, pan, tortillas, gelatina, pastel, no pues yo estaba fascinada, porque ya no me iba a morir de hambre. Sólo necesitaba el dinero para el pasaje. Le pedÃa dinero a cierta gente para poder costear los pasajes, y yo iba juntando para ir a buscar la comida. Y ya desde allà empecé a andar por las calles buscando comida. Los domingos iba a Viveros, donde conocà a Don Erasmo, el valedor“, cuenta.
Asimismo, en esa etapa de su vida, recogÃa todo lo que encontraba por la calle, “bolillos tirados, tortillas, una vez en el metro Zapata encontré un bote de palomitas, y agarré y lo eché en una bolsa y fui come, como y come, si me he de morir, pues que me muera, y no me pasó nada. Pues tenÃa hambre. También en el Zócalo anduve, vendiendo los dulces que tenÃa en la papelerÃa. Pero me los quitaron los policÃas, porque no se puede vender ahÃ. Una vez me tuvieron detenida ahÃ, hasta cuatro horas. QuerÃan que les dejara la canasta de dulces más aparte 4 mil pesos, y yo no habÃa vendido nada, la canasta tenÃa como 800 pesos de mercancÃa. Todo se lo quedaron“.
Emi agrega que aun cuando fue una etapa en la que vivió momentos difÃciles, nunca se planteó desistir, “yo veÃa a la gente que se sienta y andan comiendo y dejan ahà su basura, y ahà iba yo a comerme eso. Dejaban su refresco y yo me lo echaba. A mà no me da verguenza decirlo, al contrario, eso es una motivación para otra persona, que no porque estés en situación de calle, o pasándola mal, te quedes estancada ahÃ, no. Uno tiene la oportunidad de salir adelante. Y siempre hay que decir ‘yo puedo, yo puedo, yo puedo y yo puedo’, aunque sea arrastrándote o en silla de ruedas, tú puedes. Tu mente es bien maestra, lo que tú le dices eso te obedece“.
Aunque lograba racionar la comida que le daban para toda la semana, su objetivo primordial siempre fue encontrar un empleo. Asà estuvo sobreviviendo hasta marzo de 2023, fecha en la que llegó a Mi Valedor.
“Llegué porque yo a todo mundo que veÃa le preguntaba que si no sabÃan de algún trabajo, porque yo estaba aferrada a querer trabajar. Y un dÃa Don Erasmo me dijo que habÃa trabajo en la revista. Yo no tenÃa ni idea de cómo era el lugar. Yo le preguntaba ‘pero sà se pueden vender chicles, cigarros, dulces’, y él me decÃa que sÃ. Entonces apunté la dirección que me dio, pero me costó llegar“, indica Emi.
La primera vez que intentó llegar a las oficinas de Mi Valedor no encontró el lugar, por lo que siguió con su dÃa a dÃa habitual. “Ya yo andaba con los zapatos rotos. Un dÃa fui a Tacubaya, me bajé en La Merced (un mercado muy popular en Ciudad de México) a ver qué encontraba de trabajo, pero estaba lloviendo, y se me metió el agua. Mis pies estaban blancos de lo mojados. Me senté para quitarme el zapato y la calceta, y tenÃa un hoyo abajo del zapato. De repente apareció un señor y me preguntó qué número calzaba, yo le respondà que del 5. __’Va a estar aquà o ya se va’ , __’No, aquà voy a estar, a ver si se seca un poco el calcetÃn, porque me duelen mucho los pies, y quiero que seque el calcetÃn’. Ahà estuve un rato. Al tiempo regresó con una caja de cartón que decÃa Flexi. Me traÃa unas botas, y son las que traigo todavÃa. Él mismo me quitó los calcetines, me puso unos nuevos y me dio las botas, que hasta ahora no me he quitado. Era un señor que no conozco y hasta ahora no sé quién es“, narra, aceptando para sà misma que, a pesar de todo, se considera afortunada, porque siempre encuentra personas valiosas que la ayudan.
Finalmente, el 6 de marzo pudo llegar a Mi Valedor, luego de pasar varias veces frente al edificio, bajo la guÃa del GPS de su celular. “Ese dÃa estaban en escucha, con el psicólogo. Me senté afuera a esperar, y sale un valedor y me invita a pasar. Erasmo fue a hacerme un cafecito con galletas. Yo estaba bien nerviosa, decÃa ‘a ver si me aceptan, está muy bonito acá como para que se fijen en mÃ, para que me den trabajo’, yo no sabÃa bien de qué era. Y ya entré, me entrevistó Sandra, y desde el primer momento me flechó, porque me dio mucha confianza hablar con ella, como que sentÃa asà de que ‘no te preocupes, aquà estoy yo’. Y le empecé a platicar todo ‘mira traigo estos papeles, yo tengo este problema’, todo. Y me dijo que sÃ, que me fuera a capacitar un valedor el domingo” para iniciar con la venta de revistas y mercancÃa.
Emi, con el rostro iluminado, recalca que le encanta haber llegado a Mi Valedor, tener ingresos, porque “yo quiero echar para adelante, echarle ganas. Lo más hermoso de aquà ha sido el apapacho de Arturo, Cristina, MarÃa Portilla, Jessica, Sandra. Sandra me apoya mucho, luego me ha motivado a echarle ganas, me dice ‘usted puede, vendió muy bien’, y todo eso me hace sentir de maravilla. Y ahora el año pasado que me premiaron por segundo lugar en ventas, yo me sentà súper feliz“.
Pero no sólo ha tenido éxito en ventas, sino que ha descubierto un talento y amor para y por el arte que desconocÃa por completo. “Llegó no más asÃ. Un dÃa me dijeron ‘va a hacer un collage, para lo de la revista, para que salga en las Valedoras 2‘, y yo ‘bueno’. Yo no sabÃa qué era, estuvo el maestro viéndome, y lo hicimos, y le gustaron las cosas que yo le fui poniendo, era como un impulso que me decÃa ‘esto y esto tienes que hacer, recorta esto y esto y métele ahà y ya’. Me gusta mucho eso, también hacerles de comer, me fascina cuando hay los desayunos, porque siento que desayuno en familia, todos juntos. Yo llegué diciéndome ‘yo estoy sola’, pero ya no lo estoy, porque hay varios valedores que están aquÃ. Me siento acompañada, protegida“.
Actualmente, Emi tiene la visión de un futuro lleno de esperanza, de crecimiento. Uno de sus mayores deseos es que Mi Valedor continúe avanzando, y que haya más valedoras y valedores. Le encantarÃa que se expandiera a otros estados de la República, “porque es una forma de decir ‘no estás solo, no importa donde estés, siempre hay alguien que se preocupa por ti’. Arturo me ha dado mucha fuerza para que yo crezca. El tenerme confianza, creer en mÃ, también Cristina, y por el trabajo que me dieron de hacer la limpieza que me ayuda un poco más y me digo ‘de aquà soy’, porque me gusta, y lo que me pidan que haga lo haré, porque no me da miedo, yo no digo no“.
Como un mensaje final, nuestra querida Emi quiere decirle a “todas esas hermosas mujeres, esas hermosas guerreras, que viven en situación de calle, o que están pasando una situación como la mÃa, que sà se puede salir adelante si ellas quieren. Yo siempre lo he dicho: si ellas quieren. Porque te pueden pasar 20 mil oportunidades, pero si tú no quieres, no vas a agarrar ninguna. Y el éxito te lo vas a hacer tú. Vas a crecer tú, con tus actitudes, tu trabajo. A veces tu trabajo habla por ti, a veces tu forma de ser habla por ti. Y no por un plato de comida estar aguantando violencia, humillaciones, no, porque hasta juntando basura, sacamos para comer. Y yo sé que hay muchas guerreras como yo, que están igual o peor, que han salido adelante, y aquà estoy yo, echándole ganas“, con su mirada profunda, su bastón, y su alma indoblegable.
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La edición Valedoras 2, con fotografÃa de portada de la gran @lourdesalmeida, imágenes de las talentosas fotógrafas Sonia Madrigal, Laura Bernabé Ontiveros, Melba Arellano, Nayeli Cruz, Patricia Medina, Lizbeth @abismada_, Andrea Murcia @usagii_ko; con un proyecto artÃstico de Paola Eguiluz; la colaboración de Bob Schalkwijk, La Ciudad de México en el Tiempo, Fermin Guzman, @erotic_hollow […]