“Desde la época en que estaban los Mexicas orientados en el Valle de México se tiene registro de un gran mercado, que estaba ubicado en lo que hoy se conoce como Tlatelolco. Era un gran mercado en donde se vendía de todo”, informa Pablo Nochebuena, coordinador general de FundarqMx, (Fomento Universal para la Difusión Arquitectónica de México).
El primer vistazo de los españoles a este lugar fue registrado por Bernardo Díaz del Castillo, quien arribó junto con Hernán Cortés. Él detalló que se comercializaba miel de maguey, frijol, chile, calabaza, codornices, cacao y guajolotes entre otros.
Luego de que los españoles comenzaran a habitar América, el mercado de Tlatelolco desapareció, pero surgieron otros, pues en el lago del Valle de México se decidió hacer una zanja que permitiera tener el control de las chinampas para registrar todo lo que entraba a la ciudad. Así se instalaron garitas en donde se pedían impuestos, “entonces los navegantes, al no tener la cuota, muchas veces se ponían a vender alrededor de estas garitas”, comenta Nochebuena.
Según el arquitecto de la UNAM, Óscar Zúñiga, el mercado de La Merced surgió de manera “informal” en 1594 cuando se fundó el Monasterio de Nuestra Señora de la Merced de la Redención de los Cautivos, mejor conocido como el Convento de la Merced.
La Merced se ubica dentro del barrio de su mismo nombre, al este del Zócalo y distribuido en varios edificios que aglomeran puestos permanentes y ambulantes.
Al poco tiempo, comenzó una notable actividad comercial, lo que provocó que el sitio se convirtiera en un centro para vender o intercambiar productos. Progresivamente, se fue conformando “un gran tianguis con puestos de estructuras de madera”. “Eso le da particularidad a la Merced, ya que es una zona de mucho mercadeo a finales del siglo XVIII. No había un control de accesorias o puertas y funcionaban para vender diferentes cosas”, comenta el arquitecto Nochebuena. Esto dio pie a que la venta se expandiera por las calles durante años.
De acuerdo a la Secretaría de Turismo, otro de los factores que influyó para que esto sucediera fue que cerca del lugar se encontraba el embarcadero de Roldán, el cual recibía frutas y verduras frescas que venían desde Xochimilco y Tláhuac. Posteriormente, a finales del siglo XIX, se decidió demoler una parte del centro religioso y el espacio que quedó libre fue ocupado por los comerciantes del embarcadero.
Fue hasta la década de 1860 que se funda oficialmente el mercado La Merced, con la construcción de edificios permanentes para conglomerar a los diversos comercios del barrio.
Esta forma de comercio se mantuvo hasta el año de 1890 cuando el entonces presidente Porfirio Díaz inauguró el ‘antiguo’ edificio de La Merced. Esto dio pie al segundo capítulo en la historia del mercado. Estaba conformado por dos naves que se extendían a lo largo de más de 800 metros cuadrados, con decenas de comerciantes que trabajaban bajo su techumbre de fierro galvanizado.
Durante muchos años, la Merced fue el principal centro de alimentos en la capital. La tercera etapa del inmueble se dio en el periodo presidencial de Adolfo Ruíz Cortines (1952-1958), cuando se creó un proyecto para la modernización y ampliación del mercado.
La decisión se tomó porque era necesario reordenar territorialmente la capital para beneficio de la ciudadanía, pues la pequeña construcción no era suficiente y varios puestos se ubicaban en las calles aledañas, provocando caos vial.
El arquitecto Zúñiga subraya que el plan buscaba organizar los comercios “dentro de una estructura de orden funcionalista que incluyera la idiosincrasia del mercado prehispánico para no perder la esencia de los orígenes del barrio”.
Entonces, el 23 de septiembre de 1957 se inauguró la última versión del Mercado de La Merced, un día antes de la celebración religiosa de la Virgen del barrio de la Merced, por el expresidente Adolfo Ruíz Cortines y el jefe del Departamento del Distrito Federal Ernesto P. Uruchurtu.
Rápidamente, se convirtió en el lugar más importante de mayoreo y menudeo de infinita variedad de productos en México, aunque con la creación de la Central de Abastos pasó a ser el centro de comercio tradicional minorista en la CDMX.
Obra del arquitecto Enrique del Moral, el mercado fue descrito por Uruchurtu y Ruíz Cortines como un ‘emblema de modernidad y sanidad’. Además, señalaban que con esto se pretendía dar “orden” y “salubridad” al comercio que comenzaba a extenderse por otras áreas del Centro Histórico.
La obra compuesta por siete estructuras diferentes comprendió una superficie de cerca de 500 mil metros cuadrados. Los edificios fueron Nave Mayor, diseñada para albergar más de 3 mil comerciantes de verdura, frutas y legumbres; la Nave Menor, con una capacidad para más de 400 vendedores de abarrotes, carnicerías, pescaderías y similares; un anexo, con alrededor de 170 locales para hojalatería y ferretería; un cuarto anexo, para la venta de comida preparada; el quinto edificio para vendedores de flores; ‘Mixcalco’, la sexta edificación, para venta de prendas de vestir y una última dedicada al comercio de juguetes y herbolaria.
El arquitecto Félix Candela diseñó su cubierta de “cascarón de huevo”, y cubre los 400 metros de longitud y 100 de ancho de la nave principal. Los muros, conformados por celosías, mantienen la ventilación e iluminación naturales.
No hay que negar que el mercado de La Merced sigue entorpeciendo la movilidad peatonal y la vehicular, ya que, además, en los alrededores se encuentran parques, plazas y una estación de Metro, por lo que las sucesivas alcaldías han planificado su transformación, sin embargo, aún faltan modificaciones en las que se incluya el comercio que se desarrolla en las calles.
Durante la pandemia por la Covid-19, hubo un brutal incendio en el mercado, que acabó con el techo y consumió gran parte de las naves, por lo que se reconstruyó su fachada y tuvo que remodelarse completamente. Actualmente, se estima que el mercado La Merced y el mercado Sonora –ubicado a un costado– aglomeran más de 5600 locales.
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