Héctor Tlemitzin, rostro y corazón de la Nación Náhuatl: un tlahtoani del siglo XXI

Héctor Tlemitzin, rostro y corazón de la Nación Náhuatl: un tlahtoani del siglo XXI

27/05/2025
Por Jorge Pedro Uribe

La magia existe, algunos le llaman suerte. Para efectos de esta crónica quizá yo deba usar la palabra tonalli, que en náhuatl alude simultáneamente a la luz solar, el día y el destino de una persona o colectivo a partir de un signo protector. El náhuatl, no está de más aclarar, es la lengua del pueblo al que pertenecieron los valerosos mexicas que defendieron su ciudad de Tenochtitlan-Tlatelolco frente al invasor Hernán Cortés en el otoño de 1521. Pueblo que hoy pervive con fuerza y dignidad en distintas partes de México, sobre todo el Altiplano Central, pero también en estados costeros como Veracruz, Guerrero y Nayarit y hasta en Centroamérica.

Sí, el pueblo nahua existe en 2025. Lo mismo que el tonalli. Sólo hace falta saber verlo.

En la Ciudad de México, la impronta nahua se encuentra dentro y delante de uno mismo, en la moral y cultura de cada día, la alimentación y nomenclatura de no pocos sitios y la manera de ser de mis vecinos y mía. Es una influencia que se vive más allá de cualquier exaltación étnica o frontera política. Por ejemplo en Tepetlaoxtoc, gozoso municipio del Estado de México, a 44 kilómetros de distancia del Zócalo, donde el tonalli me permitió conocer hace poco al jefe tribal de la Nación Náhuatl.

I

Su título oficial es Huey Tlahtoani Señor Águila-Jaguar, y el nombre completo Héctor Tlemitzin Morales Cando-Moctezuma. Tiene 42 años y vive en su natal Tepetlaoxtoc. De ceño calmo y mirada despierta, como de niño que sabe cuándo portarse bien, su sonrisa representa lo más notable de su semblante atezado. «Puede decirse que poseo los rasgos de diferentes pueblos de América y no sólo del nahua», dice con su voz de madera. Es de estatura media y espalda ancha, como los tlacoyos que prepara su mamá, cocinera tradicional. Suele ir bien peinado y usar sombrero o cachucha.

Ocupa el cargo desde el solsticio de invierno de 2020, tras el deceso del titular anterior, Jesús Juan Mario Tonatiuh Mercado Cuauhpopocatzin-Castillo y Cortés-Moctezuma. Nombres rimbombantes y sonoros que recuerdan el significado del vocablo náhuatl: «Que suena bien».

Tlahtoani, por su parte, quiere decir «orador» (huey es «gran» y se añade para conferir dignidad), pero comúnmente se traduce como rey, soberano, monarca. Un tlahtoani es, pues, aquel que gobierna por medio de la palabra. No obstante, Héctor prefiere emplear la palabra «portavoz», lo que transforma la vocación del puesto y nos deja un aprendizaje de paso: un jefe político está al servicio de su pueblo, representándolo.

Los tlahtoque más conocidos son seguramente Moctezuma II, Cuitláhuac y Cuauhtémoc. Los tres últimos de Tenochtitlan-Tlatelolco, según nos enseñan en la escuela. Pero resulta que a lo largo de estos últimos 500 años ha habido más1. El más reciente, mi amigo Héctor Tlemitzin.

Yo sé que aquí mis compatriotas van a abrir más los ojos porque en México llaman mucho la atención los linajes aristocráticos, aun entre aquellos que se definen como antimonárquicos. Sólo hay que buscar en Google «descendientes de Moctezuma» para percatarse del interés que suscita ese tema. Al respecto, Heriberto Yépez habla de una «inercia hagiográfica de cierta academia (mestiza o blanca) indigenista»2.

Pero ¿cuántos vástagos de monarcas nahuas no habrá regados por ahí? Desde aquellos a quienes no les importa o de plano lo ignoran3, hasta los más ufanos que han sabido aprovecharse de su linajudo origen4.

Héctor Tlemitzin no pertenece a aquellos ni a estos. Es un hombre circunspecto y sencillo que no se presta a espectáculos mediáticos ni a historias baciyélmicas tipo Dan Brown, tampoco a politiquerías. ¿Alguien se acuerda del bastón de mando otorgado por los «pueblos indígenas, pueblos originarios y afromexicanos»5  al presidente Andrés Manuel López Obrador en su toma de protesta? El actual tlahtoani de la Nación Náhuatl no tuvo nada que ver. Él no va por la vida ataviado de «indígena» ni exhibiendo insignias. Es un hombre del pueblo, un ahuehuete entre muchos.

II

¿Qué es la Nación Náhuatl?

Antes de contestar, sería importante resolver, entre otras cuestiones, la sinécdoque en la que he incurrido al referirme casi exclusivamente a los antiguos pobladores de Tenochtitlan-Tlatelolco. El pueblo nahua es mucho más amplio que eso y por suerte goza de buena salud actualmente, por lo que quizá sea más correcto hablar de pueblos nahuas vivos. Héctor funge como representante de todos ellos. No es el único ni pretende situarse por encima de nadie, pero sí es el que reconoce la Secretaría de Gobernación.

El trámite comenzado en 2008 ha sido paulatino, y hoy mi nuevo amigo cuenta con la documentación necesaria que lo acredita como jefe tribal de la Nación Náhuatl.

El proceso inició con un acercamiento al Consejo de los Pueblos y Barrios Originarios del Distrito Federal con la intención de hacer notar la unión entrañable que debe existir entre las naciones y los pueblos fundacionales del país. También ese año, la Nación Náhuatl participó en el II Encuentro Continental de Pueblos Originarios, con sede en la capital y una asistencia que rebasó la docena de nacionalidades.

Sin embargo, no fue sino hasta el 15 de junio de 2011 que Gobernación expidió una primera carta de reconocimiento al entonces portavoz Cuauhpopocatzin-Castillo. Para ello fue necesario estudiar numerosos documentos del siglo XVI, sobre todo los alusivos a Isabel de Moctezuma o Tecuichpo, esposa de Cuauhtémoc, «legítima heredera del poder político y religioso nahua», en palabras de Héctor, luego de la muerte de su marido en 1525. La carta fue firmada el 28 de marzo del año siguiente.

Para no hacer el cuento largo, sólo enuncio el acta que signó la Secretaría de Gobernación en 2016 aceptando la estructura tribal de la Nación Náhuatl, el acto protocolario en abril de 2018 por parte del Senado de la República para reconocer a Cuauhpopocatzin-Castillo como legítimo descendiente de los gobernantes tlatelolcas del siglo XVI y el convenio efectuado con el Gobierno de México el 15 de diciembre de 2019 para confirmar la autodeterminación de los pueblos originarios6.

Lo que nos lleva a preguntarnos qué son los pueblos originarios, tradicionalmente llamados indígenas7. El propio Gobierno de México admite que «pueblo indígena es un concepto que todavía se encuentra sujeto a discusión desde el punto de vista jurídico, político y social»8. De por sí la palabra «indígena»9 —más sustantivo que adjetivo, lo cual dice mucho— es un tanto problemática por su patente trasfondo colonial. Por eso Héctor prefiere hablar de «pueblos fundacionales».

Pues bien, los nahuas son el pueblo fundacional más notorio de México, en el sentido de ser los mejor documentados desde el período colonial. No hay que olvidar que al momento de arribar los españoles en el siglo XVI suponían una hegemonía política, y hoy su lengua es una de las más habladas en el país en sus decenas de variantes: más de 1 millón 500 mil de personas repartidas en por lo menos 10 entidades federativas 10.

¿Los nahuas son los que hablan el náhuatl? No solamente. Se trata de un pueblo dinámico, en evolución. Bien variado y hasta supranacional, como el judío, de ahí su resistencia a lo largo del tiempo.

Es el «guapo de Tepito que se arrodilla ante la Virgen de la Soledad, como ante el bélico Huitzilopochtli»11. El que danza ante un santo católico, antiguo tetzahuitl, en su fiesta patronal antes de quemar un castillo casi tan caro como el enganche de una casa. Es quien peregrina a Chalma y la Basílica de Guadalupe. La campesina que siembra en su chinampa. Las mujeres de Necoxtla, Veracruz, a quienes me acerqué y replicaron: «Mi marido se enoja». El albañil que añora su pueblo cada que oye un son huasteco que traducido dice:

Cuando muera me convertiré en un armadillo,

rascaré y rascaré para ir a salir adonde tú duermes.

Es el poeta Santos de la Cruz Hernández. La organillera boca de cántaro que gira la manivela de su instrumento con la paciencia de un tallo. La candidata a gobernadora y el empresario trajeado. Los graniceros que gestionan la lluvia en Texcoco. Quienes aún portan su capisayo de palma. El niño al que visten de moro para danzar con su padre. Los poblanos de camisa de manta y paliacate en el cuello en Atempan, Chignautla, Hueyapan, Yaonáhuac. Las mujeres con su tocado de lana. La señora de compartida ascendencia otomí que prepara gorditas de nata a la salida del metro. Es el pueblo que aún sonríe, aunque le desequen sus lagos.

Son los que sacan a pasear a San Pedro por los canales de Tláhuac. El sociólogo que se ha dedicado a estudiar el insulto en náhuatl 12. La universitaria que se asume como brown por influjo del colonialismo estadounidense. El actor al que sólo buscan para interpretar a maleantes o indígenas, cuanto más exóticos mejor.

No es un ellos, sino un nosotros, aunque no necesariamente un nuestro.

Eres probablemente tú, sobreviviente de la Conquista española, la Independencia criolla y la Revolución institucionalizada, y en consecuencia se irrite de que un coyotl o mestizo lo intente definir desde fuera.

Pero Héctor no se irrita conmigo:

—Lo que tú haces es suavizar lo duro, a eso se dedican los periodistas.

—Sólo ojalá mi periodismo fuera un poco más lucrativo…

—El dinero va y viene, no hay que aspirar a acumularlo.

—¿A qué se debe aspirar?

—Al equilibrio nomás.

—¿Como el que logran Tezcatlipoca y Quetzalcóatl venciéndose alternadamente?

—Sólo que ellos no combaten. Son fuerzas opuestas, pero también complementarias. Su relación funciona como en un entramado, haz de cuenta como las fibras de un textil, somos urdimbre y trama.

Es el tipo de conversaciones que solemos tener. Charlar con el tlahtoani siempre me deja un aprendizaje. No es un hombre locuaz, más bien le gusta escuchar. Él me explica por qué la tortilla es redonda («a semejanza del Sol»), el molcajete tiene tres patas («son la inteligencia, la memoria y la voluntad de quien cocina») y el amaranto se come durante el paso cenital del Sol en mayo y julio («es una semilla de resistencia y fortaleza solar»). También me cuenta que le gusta rezar en Porta Coeli, cerca de la Catedral Metropolitana, al Cristo del Veneno, que es un Tezcatlipoca yayauhqui.

Más de una vez hemos hablado de las ramplonas ideas que tiene el Estado sobre los nahuas. Nahuas retóricos, bidimensionales, folclóricos en los que piensa el político, carente de imaginación, paternalista de oficio, con intenciones cosméticas, turísticas y a lo mucho de falsa inclusión. Lo cierto es que los únicos nahuas representados en el espacio público son los muertos y los nobles, como si la gente común, sin penacho, importara menos. Al menos en la Ciudad de México.

Pero no nos desviemos, ¿qué era la Nación Náhuatl?

En su página de Facebook no encuentro una definición clara, pero sí una lista de instituciones que la respaldan: la ONU, el Gobierno de Estados Unidos, la casa real de Habsburgo-Lorena, la de Borbón-Anjou… Así que debo indagar en su página de Internet, por más que el navegador me advierta de que no se trata de un sitio seguro:

Vengo a presentar a vuestra merced nuestro Señorío Fraterno y Parlamentario Náhuatl (Nación Náhuatl), que es un gobierno tradicional y administrativo en funciones reorganizado desde mediados del siglo XVI cuya persistencia está fundada en la reforma ideológica de 1448 dictada por los señores Itzcóatl, Tlacaelel y Nezahualcóyotl, previo a la invasión castellana y continuada por las cédulas reales suscritas entre nuestras familias y linajes de gobernantes encabezados por la Huey Tlahtoani Tecuichpo o Isabel de Moctezuma con la Corona Castellana y luego Española a partir de 1546 hasta la fecha […] En la República Mexicana contamos con la representación de las tribus nahuas matlatzinca, xochimilca, chalca y tlahuica, que se integran a la Cuádruple Alianza de las tribus mexica, acolhua, tepaneca y chichimeca de esta gloriosa Nación Náhuatl 13.

Demasiado campanudo para mi gusto. Yo prefiero, la verdad, las palabras llanas de Héctor, que acaso parezca muy serio y solemne en los actos protocolarios, pero que en corto emite frases contundentes y amables, casi siempre en plural, como esta: «Nosotros le damos rostro y corazón al pueblo náhuatl» 14. Con ese propósito, imparte conferencias, concede entrevistas y lleva a cabo ceremonias sacerdotales como la siembra de nombre y el amarre de tilma, que gruesamente equivalen al bautismo y el matrimonio en el canon católico.

En términos de organización, la Nación Náhuatl se parece más a una logia que a una Asociación Civil, sin ser una ni otra. Es un aparato gubernamental en forma, apartidista, discreto, que a veces se reúne con algún senador para discutir el problema del agua en una comunidad y otras va a Toluca para dar a conocer una danza tradicional ante representantes del gobierno estatal, entre otras tareas de índole social. También, en 2019 Héctor consiguió, junto con otras personas, que se adecuara un artículo de la Constitución a propósito de la medicina tradicional.

¿Por qué existe la Nación Náhuatl?, le pregunto a Héctor:

—Estamos aquí porque creemos en nosotros. Nuestro padre el Sol nos reconoce y la madre la Tierra sustenta nuestros pasos. Existimos para compartir lo buena que es nuestra forma de vida, que es digna de ser vivida, y porque para cada pregunta hay una respuesta en nuestra cultura y lengua.

III

Héctor y yo quedamos de vernos al día siguiente de la Candelaria. Pronto acabará el año nahua con sus cinco días aciagos o nemontemi que se añaden al último mes del calendario solar (carentes de signos que impliquen tonalli, son propicios para el descanso). El tlahtoani llega puntual al Café Cuba, en la calle del mismo nombre, en el Centro Histórico de mi ciudad. Es la segunda vez que nos vemos. Él pide chocolate y yo café.

Me gusta escucharlo, sólo no me atrevo a pedirle una entrevista. Pienso en una frase de la periodista Janet Malcolm: «Todo periodista que no sea demasiado estúpido sabe que lo que hace es moralmente indefendible. Es alguien que se aprovecha de la vanidad, ignorancia o soledad de alguien, ganándose su confianza y traicionándolo sin remordimiento»15. Pero yo no quiero traicionar a nadie, sino «suavizar lo duro». Y Héctor, difundir su mensaje.

Él ha venido desde Tepetlaoxtoc, así que no quiero que se regrese a su casa con las manos vacías. Le ofrezco, pues, un recorrido por el barrio de la Lagunilla. Zona de embarcaderos durante siglos, cuando Tenochtitlan y Tlatelolco aún lucían como islas. Un cielo malteado, calamitoso en su quietud aparente, nos protege del sol. Las nubes pálidas, mustias, transitan ajenas a este desastre ambiental que no tenemos otro remedio que respirar a diario.

Ya pasan de las 12. Pienso en «el sol falaz de la tarde» del antiguo pensamiento mesoamericano, que Michel Graulich explica así: «Cuando el sol alcanza su punto culminante al mediodía, regresa hacia el Este y lo que se ve en la tarde sólo es su reflejo, su luz reflejada por un espejo de obsidiana negra»16. Una concepción única en los anales de la humanidad, añade.

Lo primero que visitamos es el Callejón de Ecuador, donde una casa de una sola planta asombra a mi invitado por su belleza barroca. La fachada ajaracada es más propia de Coyoacán que de esta parte de la ciudad. Le cuento que fue construida en el siglo XVII por descendientes de Moctezuma17. En su interior se murmuran rezos. «Son de frailes que se aparecen de noche», explica un señor que pasó ahí su infancia.

Casi sin darnos cuenta, hemos cruzado la antigua acequia de Tezontlale, hoy Eje Rayón, vaya nombre, estridencia y desorden.

—¿Tú crees que la ciudad era más bonita antes?

—Debió de ser igual, sólo han cambiado la manera de vestir de la gente, los vehículos, el aspecto de las calles y, claro, las acequias y el lago.

—Pero además hay más gente.

—Yo pienso que esta zona siempre fue populosa.

Ya no estamos en la Lagunilla, sino en Tepito. Los capitanes mexicas del asedio de 1521 provenían de estas calles, específicamente de la actual González Bocanegra, entre Reforma y Peralvillo18. Muy cerca del paraje Amaxac, adonde hace 502 agostos los españoles llevaron a Cuauhtémoc ante Cortés, luego de ser capturado, se cuenta, en el sitio donde en el siglo XVII se levantó la iglesia de la Conchita. «Ahí estuvieron los huesos de Tecuichpo», asegura mi amigo.

Tepito es, pues, el último punto de resistencia mexica. ¿Estarán conscientes los lugareños de la grandísima importancia histórica que mantiene su barrio? Yo pienso que sí.

Héctor conoce bien este rumbo, en él vivió muchos años: «Esa casa de Peralvillo y Jaime Nunó fue antes una farmacia», «por supuesto que he entrado a la vecindad de Peralvillo 15», «hace siglos que los Cuauhpopocatzin-Castillo viven en Tepito»…

Nos sentamos en una banca de la Plaza de Santa Ana, perpendiculares al templo. La avenida Peralvillo ofrece un olor especial, indescifrable. Como a tinta y vinagre, espuma de chela, refacción, motoneta. Sangre enlodada, si nos ponemos cursis. Debajo de aquí debe de haber vestigios de un tempranísimo tecpan del XVI y hasta del templo dedicado a Tocih, «nuestra abuela», la de la falda de estrellas, corazón de la tierra, madre de los dioses. Esta ciudad está en código, sólo hace falta saber verlo.

—¡Aquí sí que pesa por abajo la ciudad; que tiene más cimiento que cuerpo; que se ha arraigado en los subterráneos siglos!19

De buenas a primeras le suelto: «¿Qué tan feliz eres, del cero al 10?». Él contesta que ocho: «Yo me conformo con poco, sólo por estar aquí contigo ya me siento contento». Es una buena oportunidad para prender la grabadora. ¿Será defendible moralmente?

IV

—¿Qué significa tu nombre, Tlemitzin?

—Flecha de fuego, o sea, rayo de sol.

—Estamos muy cerca de donde Cuauhtémoc fue apresado por los españoles, es decir, donde los mexicas se acabaron…

—Bueno, no se acabaron. Dejaron de tener el mando, sí, pero entonces Tecuichpo y su marido tomaron la decisión de que él se sacrificara para que el pueblo y su cultura persistieran. Ya no como mexicas, sino como nahuas. Fue un acto de amor.

—¿Qué pasó con los gobernantes mexicas, su descendencia y sabiduría?

—En 1521 se terminó un ciclo, pero no así los linajes, mucho menos el conocimiento. Hay mucha información que yo mismo no alcanzo a comprender. Tengo que estudiar. Cuando eres portavoz, tienes que aprender a escuchar, creo que eso me sale muy bien. Tampoco los dioses se han ido, por eso seguimos conmemorando las festividades de Toxcatl y Panquetzaliztli. Los dioses son una interpretación de la naturaleza.

—¿Qué implicaciones tiene que el Gobierno de México reconozca a la Nación Náhuatl?

—No somos un país dentro de otro país, sino una nación cultural. No transgredimos cuestiones políticas, sino que exaltamos nuestra cultura. Debería ser un trabajo en conjunto.

—Si pudieras hablar con los mexicas de 1521, ¿qué consejo o advertencia les darías?

—Les diría que la violencia no es necesaria, que conviene más aprender a fusionarse. Porque, en realidad, ¿quién conquistó a quién?

—En la Ciudad de México se habla mucho de lo «indígena», lo azteca, lo prehispánico, pero rara vez de lo nahua, como si se tratara de una cultura muerta o que no nos toca…

—Todos estamos inmersos, lamentablemente la mayoría no alcanza a reconocerse en ella.

—Dice Octavio Paz que la historia de los pueblos fundacionales «está viva todavía: no es un pasado, sino un presente […] nos habla en el lenguaje cifrado de los mitos, las leyendas, las formas de convivencia, las artes populares, las costumbres»20. ¿Qué valores nos enseña la cultura nahua en el presente?

—El respeto, la reciprocidad, la hospitalidad. También la moderación, todo tiene que ver con la medida, sobre todo al usar la palabra. Los nahuas enseñan a vivir en comunidad: yo soy cuando estoy con los demás. De ahí que hayamos durado tanto.

—¿Moctezuma II, Cuitláhuac o Cuauhtémoc?, ¿cuál es tu favorito?

—Cuitláhuac porque tuvo las agallas suficientes para defender su identidad, su cultura, su familia.

—¿Tú desciendes de esos tlahtoque?

—Sí, por el apellido Cando.

—Si pudieras pedir un deseo, ¿cuál sería?

—Más que pedir, yo esperaría que los mexicanos supiéramos reconocernos en el espejo que es nuestra cultura. Nos daría identidad y cohesión social. Un buen ejemplo es Tepito, donde el 13 de agosto de 1521 supieron pactar, negociar.

Escribo «nahua» y el autocorrector me lo cambia a «magia». Sí, la magia existe, algunos le llaman identidad. ¿Cuándo dejará México de ser un país para convertirse en un pueblo? Tenemos mucho que aprender de los nahuas. Chichimecas toltequizados, católicos, mixtos, de los que un coyotl sabe bien poco. ¿Por qué?

«Tal vez sólo hemos visto la superficie y la máscara que oculta el rostro verdadero del antiguo pensamiento [nahua]. Pero ¿si la sola máscara ayuda ya a pensar un poco, qué será descubrir el rostro?»21>, escribe León-Portilla.

¿Seremos capaces de ver ese rostro y su corazón?

Jorge Pedro Uribe

Jorge Pedro Uribe

Jorge Pedro Uribe Llamas (Ciudad de México, 1980) es escritor y periodista. Ha colaborado con varios medios de comunicación nacionales y extranjeros. Entre 2016 y 2019 hizo el podcast de crónica urbana «Cuidad de México», disponible en las principales plataformas. Es autor de México, un mito de siete siglos (Siglo XXI, 2025), Crónicas de la verdadera Conquista (2022), Novísima grandeza mexicana (2017) y Amor por la Ciudad de México (2015), entre otros libros. Es miembro asociado del Seminario de Cultura Mexicana e integrante del Colegio de Cronistas de la Ciudad de México (Medalla al Mérito en Artes 2019 en Patrimonio Cultural por el Congreso de la ciudad). Conduce y escribe la serie Ciudad infinita de Canal Once. Publica periódicamente en jorgepedrouribe.substack.com.

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1 Sobre los tlahtoque que siguieron cogobernando la capital de los mexicas luego de 1521, sépase que el Ayuntamiento de México optó por instalar dos «repúblicas de indios» (cabildos que operaban bajo las órdenes del gobierno hispánico) en Tlatelolco (1525) y el barrio de San Juan (1538) para que los vencidos se organizaran a su modo. Algunas de las personas que detentaron el cargo en el siglo XVI fueron Cuauhtémoc (renombrado ahora como Hernando de Alvarado), Juan Velázquez Tlacotzin, Juan de los Ángeles, Miguel García Oquitzin y Balthasar de Mendoza de Austria Moctezuma, entre otros. Primero como tlahtoque, luego como caciques y finalmente bajo el título de gobernadores. A este respecto se han escrito valiosos libros, como Los nahuas después de la Conquista (FCE, 1999) de James Lockhart o La nobleza indígena del centro de México después de la conquista (INAH, 2000) de Emma Pérez-Rocha y Rafael Tena. Asimismo, se cuentan las más variadas versiones. Yo he llegado a escuchar, por ejemplo, que a algunos nobles mexicas se les permitió huir a Cuautitlán, mientras que otros debieron de ocultarse en los ígneos cerros de Milpa Alta, de ahí la permanencia de ciertos usos y costumbres actualmente (ver Los indígenas de Milpa Alta: herederos de los aztecas, de 1960, de Rudolf Van Zantwijk). Por su parte, otros privilegiados pudieron migrar a la región texcocana, por ejemplo al pueblo de Tepetlaoxtoc.

2 Heriberto Yépez, Faustino Chimalpopoca. La vanguardia clandestina, Ciudad de México, Matadero, 2022,

3 Pienso a bote pronto en la artista Aimée Suárez Netzahualcóyotl, el muchacho de apellido Ixtolinque que una vez contacté por Messenger movido por la curiosidad y el funcionario de apellido Tecayehuatzin con el que trabajé en un proyecto hace años. Apellidos de las antiguas casas reales de Texcoco, Coyoacán y Huejotzingo, respectivamente.

4 Por decir, el pícaro catalán Federico de Grau Moctezuma, protagonista de la novela de Jordi Soler Ese príncipe que fui (2015); Josefa Varela, supuesta descendiente de la realeza texcocana que formó parte de la corte de Maximiliano de Habsburgo; el temachtiani Faustino Galicia Chimalpopoca, miembro del mismo club imperial; el general Miguel Barragán, expresidente de México en la década de los 1830, que se jactaba de
descender de la aristocracia mexica…

5 Ver fuente

6 «El derecho de los pueblos indígenas a la libre determinación se ejercerá en un marco constitucional demautonomía que asegure la unidad nacional», deja claro el Artículo 2º de nuestra Constitución Política, toda vez que se asegura que México es una nación «única e indivisible». Lo cual no es óbice para que en México existan otras naciones de cariz no agresivo, de autodeterminación cultural (ver fuente), con sus respectivos jefes tribales, como la Náhuatl, la Wixárika y la Comcaác, entre otras. Lo que no atenta contra la soberanía de los Estados Unidos Mexicanos, pluricultural en esencia, aunque no plurinacional todavía.

7 «Que la noción de indígena haya perdurado en el siglo XVI —y de ahí hasta nuestros días— es un misterio que los historiadores aún deben descifrar», escribe Ilán Semo en una columna de opinión (ver fuente). En ella también dice: «Nadie se engaña. El desplazamiento de la noción de indígena por la de pueblos originarios es tan sólo un ligero golpe al criollismo del imaginario nacional».

8 Ver fuente

9 En el último Censo de Población y Vivienda, 3.2 millones de mexicanos, de los 126 millones que se contaron, se identificaron a sí mismos como «indígenas». Pero es torpe agrupar a tanta gente, bien diversa y mezclada, en una categoría. Estamos hablando de millones de personas que en conjunto hablan 68 lenguas maternas, con sus 364 variantes, «tan apartadas entre sí como el chino del español», a decir del escritor Fernando Benítez en la primera página de su antología de Los indios de México (Era, 1989). Mexicanos que son los «únicos aristócratas de un país de remedos provincianos, hidalgos segundones de la colonia, criollos ensoberbecidos de la independencia, burgueses crueles, corruptos e ignorantes de la revolución». La frase es de Carlos Fuentes y proviene de la página 22 de la misma obra. Por su parte, Delmar Ulises Mendez- Gómez, escritor y antropólogo tseltal, cuestiona el concepto de «indígena» al decir (ver fuente): «Es un término que no existe en tseltal, como tampoco en las lenguas originarias […] Sin embargo, hoy somos denominados así por una invención colonial, por una política estatal, por una pretensión antropológica […] Es una palabra homogeneizante que aglomera la diversidad de pueblos, culturas y personas».

10 Ver fuente

11 La frase es de Manuel Gamio, sólo no recuerdo la fuente.

12 Ver fuente 

13 Ver fuente

14 «Rostro y corazón» (in ixtli, in yollotl) es un difrasismo que evoca, en lenguaje culto, a una persona cabal con fisonomía moral suficiente.

15 Ver fuente 

16 Michel Graulich, Moctezuma. Apogeo y caída del Imperio Azteca, Ciudad de México, Era, 2014, 28.

17 Este dato lo obtengo de un artículo en Internet titulado «Casas del siglo XVII en la Ciudad de México» de Enrique Ayala Alonso, cuya fecha de publicación no he podido encontrar.

18 Del asedio a los mexicas recordamos más a los capitanes de Cortés (Alvarado, Sandoval, Olid, Ávila…) que a los de Cuauhtémoc: Xiuhcozcatzin, Cuacuauhtzin, Huitzitzin, Itzcuitzin… Según el Códice Florentino todos ellos serían de un rumbo llamado Yacacolco, al sur de Tlatelolco. Alfonso Caso concluye que Yacacolco (parte del barrio de Atenantitech) podría actualmente corresponder con la calle de González Bocanegra, entre Reforma y Peralvillo, en Tepito. Ahí estuvieron las casas de algunos nobles tlatelolcas, a tiro de piedra de Amáxac. Amáxac fue el sitio adonde García Holguín llevó a Cuauhtémoc ante Cortés. Se dice que era un barrio, pero para mí que era un solar (el de la casa de Aztahuatzin o de Coyohuehuetzin): el último punto de resistencia mexica. Señala la tradición el cruce de Constancia y Santa Lucía.

19 La frase es de Juan Ramón Jiménez, refiriéndose a la Plaza de la Villa de Madrid (ver la página 38 de su Antología general, de 1983, de Orbis).

20 Ver fuente

21 Miguel León-Portilla, Toltecáyotl. Aspectos de la cultura náhuatl, Ciudad de México, Fondo de Cultura Económica, 1980, 436.

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