Maia era una niña muy inteligente, casi podría decirse que superdotada. En los años sesenta, cuando tenía apenas cuatro años, sabía todo sobre los volcanes. Leía ágilmente antes de entrar a primaria. Amaba ser reconocida por los maestros, por lo que siempre sacaba notas excelentes en la escuela; era brillante en matemáticas y en ciencias. Tenía una familia relativamente estable, una vida sin violencia. ¿Por qué entonces a los 22 años terminó sumida en un círculo terrible de adicción, inyectándose más de cuarenta veces al día —heroína para relajar, cocaína para estimular—, acabó en la cárcel por narcomenudeo y fue suspendida de la Universidad de Columbia en Nueva York, a la que tanto trabajo le había costado ser admitida con una beca?
Las razones son múltiples: quizá Maia tenía cierta propensión genética y una historia familiar de depresión; también conexiones neurológicas específicas (hoy probablemente habría sido diagnosticada con síndrome de Asperger); se sentía torpe en sus relaciones interpersonales; y tenía una sensibilidad excesiva que la hacía percibir el mundo como abrumador. Desde pequeña sintió necesidad de lidiar con todo ello. Por ejemplo, odiaba el recreo de la escuela: a los seis años pasaba demasiado tiempo en los columpios, pues su vaivén permanente era lo único que la tranquilizaba. Esa era su manera de escapar. ¿Acaso estaba aprendiendo el camino de la adicción? ¿Estaba convirtiendo una conducta compulsiva en hábito? ¿Una actividad aparentemente inofensiva tenía el potencial de tornarse destructiva?
Hoy Maia Szalavitz, tras casi 40 años de haberse rehabilitado, es una de las periodistas de neurociencias más respetadas en Estados Unidos; ha dedicado su carrera a estudiar y documentar la adicción desde un enfoque neurocientífico con el respaldo de la Asociación Estadounidense de Psiquiatría. En su libro Unbroken Brain: A Revolutionary New Way of Understanding Addiction propone una tesis revolucionaria, una nueva manera de entender la adicción, sustentada en infinidad de cifras y datos científicos: la adicción como un trastorno de aprendizaje; una serie de conductas que aprendemos para lidiar con el mundo, para aliviar el dolor, para encontrar sosiego. La adicción se aprende, por lo general, en la infancia y la adolescencia. Es decir, la mayoría de los casos de adicción comienzan mucho antes de que la persona entre en contacto con sustancias adictivas. Y, por lo mismo, la adicción puede desaprenderse, con mucha dedicación y el apoyo correcto, al aprender otras alternativas, otros modos de aliviar.
Este libro muestra el gran mito que es el concepto de la “personalidad adictiva”, que se percibía como un rasgo específico con el que se nace o no se nace. De igual modo, descarta la adicción como una enfermedad mental irremediable. La adicción no es un pecado ni una elección, dice Szalavitz. “Pero tampoco es una enfermedad cerebral crónica y progresiva como el Alzheimer. Más bien se trata de un trastorno del desarrollo, un problema que involucra una temporalidad y un aprendizaje, más similar al autismo, al trastorno por déficit de atención e hiperactividad (TDAH) y a la dislexia, que a las paperas o al cáncer”. Por eso mismo, no todas las adicciones tienen en el centro al alcohol y a las drogas ilícitas. También se puede ser adicto a sustancias y actividades socialmente aceptables y percibidas como inofensivas: el internet, la comida, el azúcar, las apuestas, los videojuegos, el ejercicio, el sexo, una red social, los medicamentos, y un largo etcétera.
De todas las personas que consumimos sustancias adictivas, ¿por qué algunos nos enganchamos y otros no? ¿Qué tan poderosa es la propensión genética? ¿Es posible salir bien librado de ella? De hecho, sí: la mayoría de las personas que consume sustancias adictivas no desarrolla una adicción; tampoco lo hace la mitad de las personas con propensión genética. Los factores que conducen a la adicción son muchos: la edad a la que se empieza a consumir sustancias adictivas; la frecuencia, el patrón del consumo y las cantidades; asimismo influyen el temperamento, la ansiedad, las enfermedades mentales, el tipo de sustancia, las vivencias sociales y familiares de cada persona… y, desde luego, su propia interpretación de ellas. Muchos casos de adicción tienen una historia de trauma infantil que incluye abuso verbal, físico y/o sexual, abandono y negligencia. Pero no todos.
En Mi Valedor siempre nos ha interesado el tema de las adicciones. Aunque se calcula que a nivel mundial alrededor de la mitad de las personas en situación de calle sufre alguna adicción, entre nuestros valedores suele presentarse en un 60-65%. Y el tema, tanto entre las poblaciones callejeras como las no callejeras, está más vigente que nunca aunque a menudo lo ignoremos —como solemos hacer como sociedad con los temas incómodos. En Estados Unidos, por ejemplo, las muertes por sobredosis superaron a las muertes por accidentes automovilísticos en 2019; y el problema, como era de esperarse, se agudizó aún más con la pandemia de Covid-19. Las principales sustancias utilizadas fueron opioides sintéticos como el fentanilo, pero también metanfetaminas y cocaína (Fuente: CDC). Aunque las estadísticas en Latinoamérica son escasas y a menudo están desactualizadas, se sabe que el consumo de drogas aumentó mucho más rápidamente en los países en desarrollo durante el período 2000-2018 que en los países desarrollados (Fuente: ONU). En México, por ejemplo, se calcula que el consumo de metanfetaminas se multiplicó por nueve del 2002 al 2016, y la pandemia de Covid-19 incrementó el consumo de alcohol en la Ciudad de México en un 35% (Fuente: IAPA).
¡Actuemos, valedores!
Como sociedad, ¿qué podemos hacer mejor para enfrentar y tratar el tema de la adicción?
¿Te parece que esas nuevas materias en las escuelas sobre control de emociones y habilidades sociales son irrelevantes? Piénsalo dos veces: podrían hacer la diferencia para evitar el aprendizaje (y subsecuente fijación neurológica) de conductas autodestructivas para los estudiantes que se sienten más abrumados o amenazados por su realidad. Desde el ciclo 2018-2019, la SEP incorporó materias de educación socioemocional en todos los niveles educativos en México. Lejos de ser materias de “relleno”, son centrales para el desarrollo de cada persona. Para que sean eficaces, es necesario capacitar a maestros y tutores, y derribar los prejuicios al respecto.
La prevención es más importante que las políticas de combate: Szalavitz nos recuerda que de nada sirve prohibir nuevas sustancias o combatir con mayor rigor la venta y producción de estupefacientes, si ignoramos el problema de raíz, que es la desazón que lleva a las personas a buscar escapar con ayuda de dichas sustancias.
2. Segundo, echemos abajo los estigmas contra quienes padecen este trastorno de aprendizaje, y cambiemos de una vez por todas los conceptos erróneos que tenemos sobre la adicción. Celebremos la diversidad, incluida la neurodiversidad. No veamos las diferencias o las características atípicas automáticamente como “problemas”, sino como modos de ser. Reconozcamos que la adicción es un trastorno complejo y multifactorial. No es una enfermedad mental incurable, ni implica nacer con la personalidad incorrecta. “Nuestras sociedades —nos recuerda Szalavitz— no son buenas para tratar condiciones que ‘cruzan fronteras’ entre mente y cuerpo, medicina y educación, psicología, psiquiatría y neurología. Preferimos ignorar ciertos aspectos para ajustarlos a nuestro modo de ver, antes que reconocer su complejidad”.
3. Tercero, modernicemos y humanicemos los tratamientos disponibles con base en la nueva evidencia científica. Por ejemplo, los 12 pasos de Alcohólicos Anónimos son un tratamiento que le ha funcionado a millones de personas en las últimas décadas, pero no el único que existe ni necesariamente el mejor para todos los casos. Por otro lado, los tratamientos humillantes o basados en el castigo no sirven de nada. Eso sí, lo que nunca dejará de funcionar son las redes de apoyo social y la calidez humana. Somos una especie social y así está configurado nuestro cerebro; somos seres interdependientes, requerimos de los demás para estar sanos. Es casi imposible salvarse sol@. No lo olvidemos al hacer familia, escuela y políticas públicas.
Otras reflexiones extraídas del libro de Szalavitz:
Aquí las fuentes:
Szalavitz, Maia. Unbroken Brain: A Revolutionary New Way of Understanding Addiction, (2017). Picador; St. Martin’s Press, Nueva York. Todavía no ha sido traducido al español.
https://www.cdc.gov/drugoverdose/data/statedeaths.html
https://www.eluniversal.com.mx/metropoli/sube-consumo-de-alcohol-en-la-cdmx-en-la-pandemia
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Soy Concha León Portilla y tengo 66 años cumplidos. Desde hace ocho años dirijo, escribo y conduzco Enlace50, un programa de radio dedicado al tercer acto de la vida, a la tercera edad, a la vejez, o como cada quien prefiera llamarlo. La escritora Marianne Williamson le dice: “la edad de los milagros”. Yo creo […]
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