Dicen que todas las historias de amor tienen lo suyo, para bien o para mal. Por eso Alexis Patiño nos trae un cuento que, si bien desde el inicio sabemos que acabará mal, nos deja un saborcito bien especial.
Si alguien me hubiera contado sobre ellos no lo habría creído. Hasta en ocasiones, en las largas noches de junio, lo pongo en duda, aunque me haya empedado con ellos en más de una ocasión, aunque haya sido yo quien los presentó. Al Bobbypulido lo conocí en la cuadra, en el taller de herrajes coloniales del Trini, en la colonia Obrera. A la Sonialópez en el CCH. Los dos eran mis meros meros camaradas.
Nunca conocí a pareja más chingona que ellos. Eran tal para cual, como dos gotas de agua. Dos almas gemelas destinadas a estar juntas en esta vida y en la otra. El yin y el yang. Lo blanco y lo negro. Lo dulce y lo amargo. Hasta envidia le daba a uno nomás de verlos pasear de la manita; bien suaves se miraban, bien amacizados, romanticones, acaramelados. Ese par sí se quería y se quería en serio.
Jamás se pelearon, o más bien sí, pero nomás una vez.
Al Bobby lo conocí a los trece, cuando empecé a frecuentar el taller con mi jefe. El pobre nunca se hallaba en ningún lado, la mayoría se reía de su aspecto; a mí, la Neri, me daba igual. De vez en cuando hasta me gustaba su estilacho. Andaba todo greñudo, con playeras de metalero y pantalones rotos, pero con cinto piteado, texana y botas de avestruz o, si la ocasión lo ameritaba, de cocodrilo. En el taller escuchábamos a Ramón Ayala, Pesado y Los Huracanes. Él se las sabía todas, pero luego ponía unas rolas bien raras que nadie conocía. Unas de puros gritos que nadie entendía. Ahí lo mirábamos raro. A veces se agüitaba, casi no.
No salía al cotorreo porque decía que no encajaba en los lados a los que iba. Si se lanzaba a los bailes, lo veían pa´bajo por greñudo; si caía en los bares fresones de la Roma y la Condesa, era lo mismo pero por traer texana Wrangler. A la Sonialópez le pasaba lo mismo: tenía amigas, pero eran bien poquitas; no iba a los antros porque le gustaba andar de botas y camisa de cuadros, en lugar de con vestido y tacones altos. Traía todos los brazos tatuados y, como estaba medio güerita, le resaltaban más. A mí me cayó bien desde el principio y cotorreábamos chido, pero luego hablaba de bandas en inglés y yo no sabía nada de eso. Que si los Stones no sé qué, que’l Robert Plant esto, que’l Ozzy aquello… y de eso no sabía platicar yo.
Una de tantas veces que nos quedamos caguameando en el taller se me prendió el foco y ya medio jalao le dije al Bobbypulido que le iba a presentar a una morrita que le caería al centavo. Al principio no me hizo jalón, pero cuando le conté cómo era se quedó pensando. Total que los presenté el sábado siguiente en la Alameda. En cuanto los dos se miraron les brillaron los ojitos, como que no se la creían, es más ¡ni hablaban! Yo los dejé a solas para que platicaran a gusto. Cuando los vi de reojo y noté cómo se sonreían y se chiveaban, pensé: “Este arroz ya se coció”.
Pa’ pronto se hicieron novios. La Sonialópez llegaba por él al taller en las tardes y se iban a pasear a Chapultepec, por un café con los chinos o por un elote preparado. A los dos se les miraba harto contentos. En el taller decían que el Bobbypulido ya no llegaba tarde y que acababa las chambas más pronto y mejor. En la escuela, la Sonialópez traía puro diez, ya no andaba enojada todo el día y hasta a los maestros se vacilaba.
Para todos lados andaban juntos, era raro ver a uno sin el otro. Nunca se soltaban, como morritos de secundaria. A todos lados iban agarrados, ni a la tienda salían separados. Que si había un jaripeo y venían Los Invasores, allá iban; que si en El Estribo se armaba un tributo al Tri, ahí caían; que si había un baile con El Recodo, no faltaban; y cuando vinieron los de Iron Maiden, ahí estaban hasta adelante.
Eran el uno para el otro; nunca vi a una pareja tan unida. Hasta para los vicios eran igualitos: los dos fumaban Delicados sin filtro y se los encendían el uno al otro con las manos entrelazadas. A los dos les gustaba el pisto y le entraban recio, siempre ballenones de Pacífico y frascos de ron Solera.
No sé (y nadie sabe) por qué fue su única pelea. Unos dicen que ella quería salir sola, otras dicen que él se la hizo de tos por un vato que le andaba echando los perros. Hay quien dice que fue pleito normal de pareja. La mera verdad nadie la supimos. El chiste es que ese día se enojaron medio feo y ni siquiera se despidieron de besito y apapacho como acostumbraban. Nomás se dijeron “Hasta mañana”, o eso dicen…
Al Bobbypulido lo mató un toro que se brincó las trancas en un jaripeo donde tocó La Original. A la Sonialópez la aplastaron en medio de un slam en un toquín de El Gran Silencio. Irónicamente el mismo día. Era la primera vez que salían por separado.
Licenciado en Letras Españolas por la Universidad de Guanajuato, colabora en la revista deportiva Diez más uno. Cuentista pero más cuentero; entusiasta difusor de la palabra Ibargüentoniana por el mundo.
@esepatines
Una reflexión sobre el arte de las quesadillas (y, de paso, otros antojitos). Con queso, sin queso, con distintos tipos de masas y de salsas, con infinidad de guisados… a todos nos han marcado.
Shelsy Ceballos dedica unas líneas a la CDMX dejando un trozo de su alma en ellas: teje un peculiar homenaje a esta capital que, así como enamora, mata poco a poco.
Las cosas en la ciudad han cambiado drásticamente; basta con recorrerla para darse cuenta. Sin embargo, entre quesosas rebanadas, seguimos y seguiremos compartiendo historias, deseando que duren un poquito más…