La curiosidad

03/07/2023
Por Juana Inés Dehesa

Hace algunas semanas, le preguntaron al músico australiano Nick Cave, a través de su blog, si era verdad que pensaba asistir a la coronación de Carlos III, y que qué opinaría de ello su yo de la juventud, tan contestatario. Se trataba, evidentemente, de una provocación, un afán por “poner en evidencia” a una figura pública, de echarle en cara que “se vendió”, que ya “no es el de antes”, que la versión, pues, que tienen los fans de Nick Cave es más pura y legítima que el Nick Cave de carne y hueso.

El cuestionamiento, más que una duda legítima, suena a crítica velada que contiene en sí misma todas las explicaciones que su emisor necesita. Y, sin embargo, Nick Cave se tomó el trabajo de elaborar una respuesta que aclara espectacularmente una noción que de pronto se nos olvida: que quien se encierra en sus certezas, se pierde del mundo.

Lo que escribió Nick Cave, palabras y equivalencias más o menos, fue que su asistencia no quería decir que estuviera de acuerdo con el régimen, o que profesara ninguna simpatía hacia la monarquía, pero que simplemente no se considera “tan espectacularmente falto de curiosidad sobre el mundo y sus procesos, tan cautivo de mis ideologías, tan estúpidamente gruñón como para rechazar una invitación a lo que muy probablemente será el hecho histórico más importante del Reino Unido en nuestra era”. Aplausos.

Esto que aquí está traducido como “falto de curiosidad” corresponde a la palabra inglesa incurious —que no es lo mismo que incurioso, que según la RAE significa “descuidado, negligente”—, un término que no era común encontrarse, pero que últimamente se ha puesto de moda, y que tiene, como se ve en este ejemplo, una connotación despectiva.

A los seres humanos nos mueve un número limitado de resortes: los impulsos biológicos, tal vez; el amor, en el mejor de los casos, la ambición, en el peor… pero, sobre todo, nos mueve la curiosidad. Quien haya metido los dedos en un enchufe para averiguar qué hay dentro de la ranura, o sembrado un frijolito en un frasco para verlo hacerse planta y trepar al cielo, lo sabe: crecemos, y nos hacemos una idea del mundo, a partir de las preguntas que somos capaces de formular y respondernos, y de las nuevas preguntas que surgen a partir de ello.

Y, a pesar de que intuimos esto, a pesar de que preguntar es lo primero que hacemos en cuanto logramos tener un cierto dominio del habla, de repente cedemos a nuestros peores impulsos y decidimos declarar inexistente la curiosidad: decretamos que sabemos todo lo que hay que saber sobre un fenómeno o una población entera y nos negamos a cuestionarnos siquiera si eso que creemos es verdad; nos comportamos como si el aprendizaje fuera un objetivo al que se llega y ya, no es necesario aprender más: así es el mundo, estos son los buenos y estos los malos, esto está bien y esto está mal, y punto. Y cancelamos la posibilidad de presenciar o escuchar algo con lo que tal vez no estemos de acuerdo, pero que quizá puede ayudarnos a entender mejor quiénes somos y por qué pensamos lo que pensamos. Peor todavía, elegimos líderes que ya lo saben todo, que nunca titubean ni admiten un error, que tienen tres o cuatro nociones con las que aprendieron a ver el mundo y con esas se mueven, sin entender que todo lo que nos rodea está en constante cambio, y que posiblemente lo que era cierto a finales del siglo XX hoy ya ha sufrido ajustes y es necesario revisarlo, evaluarlo y adaptar nuestras actitudes en consecuencia.

El problema es que no es fácil ser curioso. Al contrario: requiere estar en constante vigilancia. Si la certeza es como una hamaca donde uno se columpia tranquilamente y sin preocupaciones, la duda que emana de la curiosidad es como un asiento con chinches que no nos deja estar quietos, que nos hace movernos todo el tiempo. Es incómodo, sí; cansado, también, pero al final es una parte esencial de lo que nos hace ser.

Juana Inés Dehesa

Juana Inés Dehesa

Juana Inés Dehesa es escritora, comunicadora y formadora de usuarios de cultura escrita; le gusta jugar por las laterales y alegarle al ampáyer.

Ustorage México. Renta de mini bodegas

Mi Valedor es una organización no gubernamental y sin fines de lucro. Nuestras actividades son posibles gracias a los donativos y al generoso apoyo de personas como tú.

Haz un donativo aquí

Déjanos un comentario.

Más de Juana Inés Dehesa

  • Misericordia

    Hace algunas semanas se murió mi tía Carmen. Era mi tía abuela y se murió a los 99, y el hecho no me entristece por sí mismo, porque tuvo una existencia más que cumplida, sino porque algo de un mundo que existía, en el que crecimos, en el que fuimos niños nosotros y hasta nuestros […]

  • Urdir

    Es de esas palabras que suena rara y ajena, cuyo uso tal vez ya no es tan extendido, y que sin embargo alude a una práctica que, esa sí, ejercemos los seres humanos de manera cotidiana y en todas y cada una de sus acepciones. Se puede usar como sinónimo de tejer, y es tan […]

  • Miedo a los libros

    Los seres humanos le tenemos mucho miedo a los libros. Y no nos falta razón; estamos tan acostumbrados a verlos, son parte tan habitual de nuestra vida (o deberían serlo, pero ese es otro asunto), que no tomamos en cuenta lo que han significado para la transmisión y evolución de las ideas, algunas de las […]

Lo más reciente

¿Quieres hacer un donativo?
Copyright © 2020 Mi Valedor
Centro Creativo y de Reinserción Mi Valedor, A.C.
Atenas 32, Int. 11. Colonia Juárez, CDMX
Somos parte de
INSP international network of street papers
Síguenos
  • facebook mi valedor
  • instagram mi valedor
  • twitter mi valedor
  • youtube mi valedor
  • contacto mi valedor
  • spotify mi valedor
Sitio web desarrollado por Soto Comunicación
Revista Mi Valedor

Mi Valedor es la primera revista callejera de México que ofrece un modelo de autoempleo para poblaciones vulnerables (personas en situación de calle, migrantes, madres solteras, personas con capacidades especiales, entre otros). Apoya al proyecto haciendo un donativo.

dudas, envianos un whatsapp