Miedo a los libros

31/08/2023
Por Juana Inés Dehesa

Los seres humanos le tenemos mucho miedo a los libros. Y no nos falta razón; estamos tan acostumbrados a verlos, son parte tan habitual de nuestra vida (o deberían serlo, pero ese es otro asunto), que no tomamos en cuenta lo que han significado para la transmisión y evolución de las ideas, algunas de las cuales pueden considerarse muy peligrosas.

Esto puede parecer un poco escandaloso y hasta un tanto terrorista: ¿qué van a tener de malo los libros, si nos enseñan siempre que son tan buenos? Ah, pues el enorme poder que encierran, que es el de brindar a las sociedades la seguridad de que los sucesos, las deudas y las ideas que se han producido durante su estancia en el mundo se trasladen y se conserven mucho más allá de los límites de una sola existencia humana.

Puesto así, ¿cómo no van a dar miedo los libros, a ver? Más todavía, si se toma en cuenta que la lectura —sobre todo como la conocemos hoy en día, aunque no siempre fue así— es, mayoritariamente, un acto solitario; leemos individualmente, el tamaño mismo de los libros actuales nos lo dice: salvo ciertos álbumes para niños o libros de arte, las novelas, los manuales, los ensayos están hechos para que cada lector se concentre en su propio volumen y, a menos que intercambie ideas con alguien más, nadie sabe lo que pasa por la mente y el espíritu de un lector, de una lectora, más que el lector o lectora mismos, de ahí que los libros se prohíban, se quemen, se destruyan por todos los medios, porque una vez que llegan a las manos de un lector o lectora, nadie sabe qué va a pasar con las ideas que contienen.

Por eso dan especial miedo los libros que llegan a los más jóvenes: los que leen en la escuela, aquéllos sobre los que los padres no tienen control. Históricamente, las sociedades han tenido miedo de que sus niños —el futuro, los más vulnerables, las criaturitas inocentes y todas esas cosas que se dicen de ellos— se contaminen de ideas extrañas y se vuelvan en contra de sus padres, tal es el poder que le otorgamos a los libros. Nos da miedo que los niños lean cosas que no nos gustan, porque, ¿qué tal que se hacen de ideas raras?, ¿qué tal que se van detrás de un embrujo extraño?, ¿cómo podremos saber lo que pasa con ellos? La respuesta, si bien no tiene ejecución muy fácil, sí es sencilla: hablando. Las ideas se complementan (no se combaten, eso nunca funciona) con otras ideas, con el diálogo, con el ir y venir; de la misma forma que lo mejor que se puede hacer con un libro que no nos gusta es ofrecer otro que sí nos guste, y conversarlo, y ofrecer más y más, hasta que cada lector encuentre muchas voces con las cuales conversar.

Porque lo peor que puede pasarle a cualquier sociedad es convertirse en eso que una frase sajona llama “hombres de un solo libro”, esto es, personas que no admiten más que una sola verdad, que no están dispuestas a aceptar más que un solo conjunto de nociones y propuestas, sin discusión ni debate posible. No queremos ser así, al contrario: me parece que a lo que tenemos que aspirar es a tener más libros, más ideas, no menos, y entonces no va a importar si uno o dos tienen algo que no nos gusta.

En realidad, la discusión sobre los libros de texto sin costo extra (que no gratuitos, porque los pagamos yo, y usted que me lee y todos quienes aquí vivimos y consumimos) es un tema en el que inevitablemente caemos cada sexenio, lo que pasa es que tenemos mala memoria: a veces son muy liberales, a veces muy conservadores, a veces hablan mucho de Juárez o no explican bien el Preclásico, a veces sus explicaciones aritméticas son confusas, y así; entonces tal vez tendríamos que tomarlo con más calma y discutir en cambio qué otros libros van a tener los niños, cómo pueden complementar los que ya tienen, qué bibliotecas habrá en su barrio, para qué se van a usar y cómo las va a aprovechar toda la comunidad. Digo, si en serio queremos hablar sobre los libros, la democracia y la circulación de las ideas; si sólo queremos pelear, eso ya es otra cosa.

Juana Inés Dehesa

Juana Inés Dehesa

Juana Inés Dehesa es escritora, comunicadora y formadora de usuarios de cultura escrita; le gusta jugar por las laterales y alegarle al ampáyer.

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