En noviembre se festeja en México el mes del libro, por ser el mes en el cual se ha convenido
que nació sor Juana Inés de la Cruz. Digo que se ha convenido porque la de sor Juana es una
historia que se ha ido contando de diferentes formas y en muy distintas versiones, según lo
que cada quien ha querido resaltar de su vida y, sobre todo, para lo que cada quien ha querido
usar la vida de sor Juana.
Porque sor Juana, como muchos otros personajes, es más que una persona cuya vida puede
señalarse en un punto específico de una línea del tiempo, que nació en tal año y murió en tal
otro y en medio llevó a cabo tal o cual hazaña o acción de relevancia, no. Sor Juana es mucho
más que eso; según quién la cuente, puede ser precursora del feminismo, figura fundamental
del barroco hispanoamericano o una de las más ostensibles víctimas del poder político ejercido
por la iglesia.
Para mí, en cambio, sor Juana representa la prueba de que, a partir de los libros, la escritura y
la lectura, es posible cambiar el propio destino; la comprobación de que el estudio, el acceso a
los libros y las letras, permiten imaginar, y aprehender, un destino distinto.
La historia que yo me cuento cuando pienso en sor Juana va más o menos así: nació a
mediados del siglo diecisiete, en una Nueva España donde las mujeres no tenían demasiadas
posibilidades, sobre todo si, como Juana de Asbaje, eran “hijas naturales”, es decir, habían
nacido de padres que no estaban casados. Visto así, la perspectiva de Juana era similar a la de
sus hermanas y su madre: trabajar en algo contable o manual y tener hijos, aunque no
necesariamente casarse ni ocupar un lugar demasiado prominente en la sociedad, y morirse
joven, tal vez de parto o de algo perfectamente evitable en nuestros días.
Juana, sin embargo, se resistió a este destino. O se le presentó otro, al menos. Y esto fue
posible gracias a un acto definitorio por parte de su madre, Isabel: conseguir un maestro que
le enseñara, a ella y a sus hermanas, a leer y escribir, cosa que Isabel misma no sabía hacer.
¿Qué iluminación llevó a la madre de la que sería sor Juana a procurarle las letras? No lo
sabemos. ¿Intuía que esto le daría oportunidades a sus hijas que de otra forma no tendrían?
Las fuentes que tenemos no lo dicen, y no hay mucha forma de averiguarlo, pero lo que sí
sabemos bien es el resultado de su acción: gracias a ello, la niña que tenía un destino
marcadísimo, pudo buscarse otro, pudo decidir “entrarse en religión”, y ganarse la vida (literal
y figurativamente) llevando las cuentas del convento. Y pudo decidir dedicarse a escribir y a
navegar con otras armas las complejísimas aguas de la corte virreinal.
Por eso para mí sor Juana es importante, y por eso vuelvo a ella cuando me topo con tantos
discursos que insisten en que leer es muy bueno, pero nunca explican muy bueno como para
qué. Ante eso, yo respondo: para labrarse un destino. Para tener la infinita posibilidad de
seguir aprendiendo, de seguir teniendo acceso a una educación que en México favorece de
manera tan infame a quienes tienen recursos y tienen el destino resuelto. Y por eso, para
quienes necesitan, o quieren, inventarse otro destino, tenemos que saber todos leer y escribir
bien, con soltura, distintos textos, y tenemos que tener al alcance bibliotecas, esos templos
laicos donde todos podemos encontrarnos y leer, o conversar, o construir entre todos el
discurso, el país y la realidad que queremos.
Hace mucho se habló de hacer de México un país de lectores. Hoy ya los lemas son otros y
muchos de los proyectos que existían ya no existen, pero lo que va quedando cada vez más
claro es que los libros y las letras son temas demasiado importantes como para dejarlos
únicamente en manos del gobierno; no pueden, no merecen, estar sujetos a caprichos y
santones sexenales. Si tienes un libro, compártelo; si sabes escribir, enseña. Si quieres que
México tenga otro destino, constrúyelo.
Juana Inés Dehesa es escritora, comunicadora y formadora de usuarios de cultura escrita; le gusta jugar por las laterales y alegarle al ampáyer.
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