¡Cuidado! Llegar temprano a los lugares no siempre trae buenos resultados. Compruébalo con este divertido y, al mismo tiempo, conmovedor relato de David Terrazas.
Todo comenzó aquella mañana de verano, cuando aún siendo niño subió por las escaleras hacia el cuarto de servicio del edificio, y ahí, con la puerta entreabierta, observó a su papá fornicando con la vecina. Aunque se sintió perturbado por mucho tiempo, su vida siguió adelante, con el objetivo ingente de ser feliz.
Lo que de verdad fue inolvidable, fue aquella vez en que llegó temprano a la doctrina y encontró a su madrina de bautizo fornicando con el cura en la casa parroquial. Eso de llegar temprano le estaba causando ya desde entonces muchos problemas, pero esto no le afectó y digamos que tuvo una infancia feliz.
Después llegó aquel día en que encontró a su mamá fornicando con el chofer del taxi ecológico; fue una desgracia haber salido más temprano del colegio. Pero aquel adolescente enclenque e introvertido nunca cejó en su objetivo de ser feliz frente a las adversidades. Y cómo olvidar aquel día en que encontró a su hermana Ofelia besándose con el plomero en la zotehuela, y cómo olvidar que mientras la besaba ella le entregaba un billete de cien pesos. Pero muy, muy lejos de todo eso, fue una adolescencia feliz.
Lo que nunca olvidó fue a Gabriela, su primera novia, aquella a la que armado de valor le llevó muchas veces serenata hasta el pie de su ventana, bajo la luz de la luna, aquella a la que regaló con ramos de rosas y bombones de chocolate, sí, la misma a la que un tiempo después sorprendió fornicando con su mejor amigo detrás del edificio. Ese día llegó temprano de su primer trabajo como empleado de almacén, pero lejos de eso, fue un romance feliz.
Cuando cumplió 25 años, ya todo un hombre hecho y derecho, cumplió su deseo anhelado de casarse con Indira, aquella novia que conoció en la oficina. Entonces llegó el día de la boda, y cómo olvidar la noche de luna de miel: ella le confesó que no era el primer hombre en su vida íntima. La de cosas que imaginó, padeció y sufrió por aquel acto de confianza. Pero no importaba, porque el camino del hombre más feliz del mundo puede con eso y más. Fue cuando llegó Arturo, su primer hijo, que apareció una nueva forma de tortura porque no se parecía en nada a él… ¡la de dudas que lo asaltaban todas las noches!, entonces los días rutinarios empezaron a caer sobre él como bombas mortales. Otro par de hijos llegaron, Fabián y Antonio. Por aquella época empezó su afición por el alcohol: parecía que por fin había encontrado un fiel aliado que lo podría acompañar en su camino hacia la luz de la felicidad.
Y luego el ir y venir, el entrar y salir de los anexos de mala muerte para alcohólicos y drogadictos, entrar y salir por los torniquetes de la melancolía y los deseos de muerte. El hombre más feliz del mundo también tiene derecho a la duda.
Y luego los hijos… tantas expectativas, tantos deseos transferidos en ellos, tantos sueños depositados a ciegas, tantas esperanzas… y luego la desilusión: hijos malos estudiantes, metidos hasta la médula en drogas, hijos gastando el dinero de las colegiaturas en cosas sin sentido, la terrible frustración por los años de sacrificios y carencias para nada. La vida es difícil, muy dura las más de las veces; el hombre más feliz del mundo se curtirá en su propio dolor.
Años después, el hombre más feliz del mundo despertó en medio de un basurero; hacía años que el destino dislocado le había hecho un lugarcito con los teporochos del barrio. Fue por aquellos días que con todo el tiempo del mundo recordó cada instante decisivo de su vida, recordó que la mayoría de las veces haber llegado temprano a los lugares le había traído consecuencias desastrosas. Esa noche empezó a sentirse en paz, apareció una sensación que nunca antes experimentó, por fin se había despojado de todas las máscaras, por fin se había deshecho de toda la inutilidad de las formas sociales. Esa noche dejó de importarle el futuro, dejó de importarle el mundo y sus banalidades, abrazó la noche como se abraza a un amigo fiel, el pasado dejó de ser un ente perturbador, dejó de sentir rabia por su condición de paria. Esa noche se acostó con una sonrisa ante las miradas atónitas del escuadrón de la muerte. A la mañana siguiente encontraron su cuerpo de 47 años inerte sobre la calle. La muerte le había caído encima de aquel colchón viejo, así terminó esta historia. Una vez más, la última, el hombre más feliz del mundo llega temprano a un lugar.
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Haz un donativo aquíMúsico, antropólogo y escritor, su obra incluye artículos científicos, ensayos, poesía y relato breve. Ha sido publicado en Polonia, Argentina, Cuba, Chile, Bolivia, México y España.
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