¿Habrá alguien que le quite al metro los tornillos a propósito? Descúbrelo en este intenso relato de Miguel Ramírez… Y cuando te subas al metro, ¡mantente alerta, amigue!
Cada que subo al metro le quito un tornillo. Siempre cargo conmigo un par de desarmadores poco vistosos, uno plano y uno de cruz. Cada día me subo en la línea azul, recorro dos estaciones y luego me paso a la naranja, tengo que caminar, subir escaleras, empujar gente y quitar tornillos. A veces solo me da tiempo de quitarle uno de esos tornillos de los tubos; de los que no son muy largos, pero los de arriba de las puertas son flacuchos y alargados, con esos me tardo un poco más, a veces solo los aflojo y entonces llega la estación en la que tengo que bajar. Hay unos que están debajo de los asientos y para quitar esos me tengo que pasar el trayecto tumbado en el suelo; a veces la gente me mira con descontento y hasta han llegado a confrontarme, pero cuando eso sucede solo los miro fijamente a la cara apretando fuerte mi desarmador y entonces desisten.
Los trenes más nuevos tienen tornillos con cabeza hexagonal y triangular, supongo que los cambiaron para no perder más tornillos, pero yo ya me conseguí una llave para quitarlos. Tornillos, tuercas, remaches, llaves especiales, los fabricantes de trenes no consideran que hay gente que se empeña en querer desarmar sus trenes tornillo a tornillo, dudo que piensen que alguien les quita los tornillos a propósito, a lo sumo han de adjudicarlo a defectos de fábrica.
Es muy difícil coincidir con el mismo tren y el mismo vagón; a veces pasa todo un mes para volverme a topar con el vagón al que ya le falte un tornillo. A veces los reparan y entonces ya no los reconozco y tengo que empezar de nuevo. Todos los tornillos que quito los guardo en frascos transparentes, pequeños frascos apilados uno sobre otro que llenan en mi casa cerca de dos armarios grandes y la mayor parte del sótano.
Quito tornillos esperando a que un día el tren a toda marcha comience a desarmarse dejando caer partes de sí a su paso, que todos griten nerviosos porque suena raro y no desacelera, ver la cara de angustia en la gente, pidiendo a un dios que mantienen colgado en la cabecera de la cama que los ayude a no perder su tiempo en esta tierra, ver cómo los vendedores pierden todas sus mercancías y se aferran a un tubo para no caer, ver en el suelo a niños y ancianos que no están sentados porque no alcanzaron lugar. Ver mi cara reflejada en la ventanilla que da a la cabina del conductor, ver al conductor preocupado, llamando por ayuda, llorando mientras intenta detener todos esos fierros que van a gran velocidad, camino a una colisión inevitable; ver mi cara reflejada y encontrar una sonrisa satisfecha por haberlo logrado, ver las luces del tren de enfrente y cerrar los ojos y respirar profundo.
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Haz un donativo aquíCuchillo Ramírez, animal de ciudad @buensalvajee
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