La multa.

La multa.

11/10/2022
Por Guillermo Vargas, valedor desde el 2021.
hecho por valedores

I

 

Jorge y Cassiel contaron los billetes que sacaron de sus pantalones.

—$200, $400, ¡$600 varos! ¡No mames, casi no la armamos! —exclamó Jorge resignado, pero soltando una risita. A un costado, un señor con una misteriosa bolsa negra miraba a Cassiel de arriba a abajo.

—La neta ya ni dan ganas de salir contigo —dijo Cassiel bromeando.

—¿Qué?, ¿Tienes miedo? ¡No pasa nada! Además, yo necesitaba salir a chambear sí o sí. Ya no tengo dinero —le respondió Jorge.

En el patio del juzgado había quince personas hacinadas. El calor los traía irritados y sudados hasta las nalgas.

 

II

Todos eran comerciantes trabajando en la informalidad. Para su mala suerte, ese día un alto mando había ordenado limpiar todos los parques y plazas públicas en la ciudad. “Güey que vean vendiendo sin ‘permiso’, güey que se llevan a dar la vuelta. Ahora sí que ya saben. Ahorita hay chance” había dicho en un audio el ‘poli mayor’, como lo habían guardado en el grupo de WhatsApp los oficiales de la Cuauhtémoc. A Jorge y a Cassiel los agarraron en La Roma, chambeando en uno de sus parques. El primero vendía dulces y cigarros, y el segundo interpretaba canciones con varios instrumentos a la vez, era un hombre orquesta.

 

III

—¡Estoy hasta la madre de que no nos dejen chambear en paz!

—Ya sé, pinche Jorge, pero pues ni pedo. Ya ahorita pagamos y nos vamos, ¿no?

—No mames, ¿cómo que “ni pedo”? A ti porque te sobra el varo, cabrón. Y di que la gente agarró tu equipo cuando lo tiraste. A mí los policías me quitaron mi merca, los culeros…

—Güey, ¿de qué te quejas? Aquí estoy contigo, ¿no? A mí ni siquiera me iban a traer. Te tenías que poner al pedo y ahí voy de pendejo a defenderte.

—Pues sí, güey, pero precisamente no se me hace justo que a ustedes ni siquiera los volteen a ver.

—¿A qué te refieres con “a ustedes”?

—Güey, es una chinga andar vendiendo así, caminando bajo el sol. Uno lo hace porque no hay opciones y hay que sobrevivir. ¡Pero que todavía te trepen a una patrulla y tengas que pagar por ganarte el pan! ¡No mames! De por si no vendo bien, además ya tengo suficiente con la gente culera. Si no te miran feo, de plano te ignoran, te dan la vuelta o hasta te insultan.

—¡Pues no es de a huevo que te compren! Eso pasa en todos lados. No deberías tomártelo personal.

—No, no debería, pero no fuera yo un güero de la zona cantando en inglés porque entonces todo el mundo en-can-ta-do. Te agradezco el consejo, pero así no van a mejorar mis ventas ni va a mejorar el trato, ¿o nos trajeron aquí por guapos?

—Ya güey, no mames, relájate.

—Ni tú ni yo. Estoy emputado.

 

IV

Jorge y Cassiel llevaban una hora esperando a que los llamaran para pagar su multa. Eran $300 pesos por cabeza. El primero sólo juntó $200 y el segundo sacó $400 de su cartera para saldar ambas cuentas. En una esquina del patio, cuatro señores canosos hablan de su complicada situación económica, dos jóvenes discuten con una oficial porque no tienen dinero para pagar su multa y el resto, a excepción de Jorge y Cassiel, caminan, checan su celular y de vez en cuando miran el piso para matar el tiempo. Cassiel estaba irritado. No quería decirle a Jorge, pero le daba asco el olor a orina que emanaba de la esquina en la que estaban parados. Uno de los comerciantes notó las náuseas en la cara de Cassiel y le dijo: “Este es el baño. Aquí la banda se mea cuando los polis se van. Bajita la mano se dan la vuelta y en corto. Es que acá no ve la cámara”. Acto seguido, buscando ampliar la conversación, el comerciante le preguntó al señor de la misteriosa bolsa negra: “¿Verdad?”. Éste asintió con serenidad y después de mover la cabeza, se acercó despacio a Cassiel, volteó a ambos lados y le susurró casi en la oreja: “Amigo, ¿no quieres unos cacahuates? Está a 10 la bolsa”.

 

V

En ese momento entró un oficial al patio con actitud prepotente. Por el silencio que impuso todos intuyeron que era el más culero. Además, su uniforme viejo y su cara arrugada le daban un aspecto tan anticuado que Jorge murmuró en tono burlón: “¿Qué pedo con Don Puerco?”. El oficial levantó la mirada y con una voz aguardentosa gritó:

—¡¿Quién es Cassiel?!

—Soy yo —respondió un joven güero y alto, de cabello castaño, medianamente largo y ondulado.

Don Puerco lo llamó a la recepción.

—¿Tú eres el que toca varios instrumentos a la vez?

—Sí, se conoce como One Man Band.

—Ah… ¿Y eso qué quiere decir o qué?”

—Hmm, Hombre Orquesta.

—Ok, ¿y qué tocas?

—Covers de rock.

—¿Cómo de El Tri, El Haragán, Tex-Tex y esas ondas?

—No, más bien de Bob Dylan, Patti Smith y Lou Reed.

—Ni idea de quiénes son esos, mano…

—Ah, pues son…

Don Puerco interrumpió.

—Mira, güero, contigo no hay problema. La cosa está así: los vecinos reportaron el relajo que se armó en el parque. Dicen que siempre te pones a tocar, que ya te ubican y que tienes permiso. Ahora sí que ya nada más dejas tu multa y te vas.

—¡¿Cómo que tengo que pagar?!, ¡¿No que tengo permiso?!

—Pues es que no nos consta, pero con tus vecinos nunca hemos tenido broncas, ¿me explico? Yo que tú no le buscaba. ¿Te quieres quedar otro rato en lo que checamos el dichoso ‘permiso’?

—No pues no, pero… ¿Y mi amigo?, ¿Él también se puede ir?

—No joven, a su amigo ahorita nos lo vamos a llevar a otro lado.

—¡¿Cómo?! Si…

Don Puerco interrumpió de nuevo.

—No se preocupe, joven, igual en un rato se va. Ya pásale a pagar con la licenciada y vete.

 

VI

El oficial tomó del hombro a Cassiel y lo empujó para que fuera a pagar. Éste volteó al patio buscando a Jorge y, cuando sus miradas coincidieron, le hizo saber con un gesto que lo vería afuera. Cassiel pagó en una oficina junto a la recepción y después salió del edificio. En la banqueta, frente al juzgado, un grupo de oficiales lo amedrentó para que se alejara: “¿Qué pasó joven?, ¿quiere entrar de nuevo?, ahorita lo regresamos”. “Pendejos”, pensó Cassiel, quien avanzó molesto hacia una esquina de la calle. Mientras tanto, en el patio del juzgado, Don Puerco se acercó a Jorge y le dijo con frialdad: “Acompáñame, flaco”. Sin pronunciar una sola palabra ambos cruzaron el inmueble hasta salir del lugar. A lo lejos, Cassiel los miró.

 

VII

Don Puerco sacó a Jorge del juzgado y un policía lo subió a una patrulla. Esta vez eran cuatro oficiales. El conductor, su copiloto (Don Puerco) y un par de escoltas, uno a cada lado. Jorge se acomodó en medio de estos últimos y la unidad avanzó unos metros sobre la misma calle. Cuando llegaron frente a un callejón, Don Puerco volteó a donde estaba Jorge y con un tono de voz desdeñoso le dijo que podía irse. Él bajó del auto confiado, pensando que los policías le harían “el favor”. Ni siquiera lo multaron y ya no le importaba el destino de su mercancía. “Bueno, me voy a comprar más cosas con el varo que me ahorré”, pensó.

En la calle, Cassiel había seguido a la patrulla y, desde una distancia prudente, observaba la situación. Entonces vio cómo su amigo bajó del auto con una sonrisa en la cara. Cuando Jorge pisó el asfalto, inhaló con fuerza el aire frío del camino y se limpió el sudor de la frente usando ambas manos. Estaba convencido de su libertad y, sin pensarlo, avanzó un pequeño paso hacia el callejón. De repente, el sonido de una puerta abriéndose lo alertó. En sus respectivos lugares, los cuerpos de Jorge y Cassiel se pasmaron por la confusión. Don Puerco había bajado del auto y sin decir nada se lanzó contra Jorge, pegándole un macanazo en la espalda baja. Y cuando Jorge estaba en el piso, temblando de dolor, Cassiel vio aterrorizado la primera patada en la cara y después la segunda y la tercera y la cuarta.

 

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Guillermo Vargas, valedor desde el 2021.

Me interesa retratar cómo se vive en la periferia de la Ciudad de México a través de la fotografía, la escritura y la ilustración. Actualmente participo en Voces del Oriente, un programa radiofónico hecho por alumnos del Taller de Radio y Periodismo Comunitario de la Fábrica de Artes y Oficios de Oriente, dedicado a hablar de la cultura y los problemas sociales de estos rumbos. También practico el arte de dar el rol.

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