Dichosos los que leen y escuchan las palabras de esta profecía

Dichosos los que leen y escuchan las palabras de esta profecía

01/11/2017
Por Gabriela Méndez Cota

Un poco cuento, un poco poesía, Gabriela Méndez usa su ágil pluma para hablarnos de todo y de nada, de la vida y de la muerte, de la contaminación y del tiempo, del pasado y el presente.

Dichosos los que leen y escuchan las palabras de esta profecía y observan lo escrito en ella, pues el tiempo está cerca. Camino a Santa Fe vi a un hombre con cabeza de mono y detrás suyo un reloj como ser viviente con ojos por dentro y por fuera. Miré y vi una puerta abierta en el cielo. Y aquella voz primera decía: <<Sube acá y te mostraré lo que ha de suceder después.>> Científicos descubrieron que pequeñas partículas de metal de los gases de escape pueden introducirse por la nariz, viajar al cerebro y causar Alzheimer. Mientras respirábamos olvido, la ciudad, la tierra entera, fascinada, seguía a la bestia, diciendo: <<¿Quién puede luchar contra ella?>> Así que el coche siguió siendo una vaca sagrada. Su fuerza era la de creer que cada individuo puede prevalecer a expensas de todos los demás. Quien tenga oídos, oiga. Quien está destinado al cautiverio, al cautiverio vaya. Cautivos somos aún de la promesa de los magnates del petróleo: “Usted tendrá también el privilegio de andar más rápido que los demás.” ¡Aquí se requiere sabiduría! Quien tenga talento calcule la cifra de la bestia. Es cifra de un hombre. Hoy No Circula. Los pudientes compraron un segundo auto, mientras que los demás tuvieron que ir en transporte o en autos más viejos y contaminantes. El séptimo derramó su copa en el aire. Y salió del santuario una gran voz que decía <<¡Hecho está!>> El auto volvió inhabitable la gran ciudad. La volvió hedionda, ruidosa, asfixiante, atascada. La bestia que has visto era y ya no es. Camina a la perdición. El auto inundó la ciudad con partículas y enemistad. Oí otra voz que venía del cielo y decía: <<Salid, pueblo mío, de ella, porque sus pecados se han amontonado hasta el cielo.>> Mientras tanto el hombre imploraba, pero su voz resultaba inaudible para aquellos que huían, a vuelta de rueda, de su propia libertad. Yo escuché: Se dice que vives, pero estás muerto.

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Gabriela Méndez Cota

Investigadora, docente y coordinadora del área de Estudios Críticos del Medio Ambiente en 17, Instituto de Estudios Críticos

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