Este poema de Alejandro Zambra no es para leerse de golpe y corrido, sino para detenerse, pausar el tiempo, regresar, volver, y saborear todas las historias que unas cuantas líneas contienen.
Mudanza, de Alejandro Zambra, es un poema que es también seis poemas: uno sobre los espacios que se cierran, uno sobre un viaje que parece no tener final, uno sobre lo que sucede mientras esperas, uno sobre lo que se esconde en la penumbra, uno sobre las despedidas largamente anunciadas, uno sobre los espacios de luz que suele haber en el silencio. Escrito en 2003, Mudanza contiene ya los temas de lo que sería la obra del destacado escritor chileno. No en vano dice el mismo Zambra: “No era este el libro que entonces yo buscaba o rebuscaba, pero ahora pienso que sí era el que necesitaba. Mudanza cambió mi vida por completo. Eso, que no le importa a nadie, es realmente lo único sensato que puedo decir sobre este libro. Si, como dice el poeta Raúl Zurita, escribir es siempre una mudanza, entonces este poema es un espacio lleno de cajas que, entre cuatro paredes, esperan al lector que será su casa”.
1
Me dijeron que avisara treinta días
antes me dijeron que avisara treinta
veces al menos me dijeron que al
menos avisara treinta veces y que
en días como estos no se debe
–no se puede– trabajar. Que me fuera,
que dos cuadras más abajo preguntara
si quedaba sopa para uno si quedaba media
botella para uno me dijeron que a medias
quedaba una botella
y tenían razón:
si te gusta te gusta
si no te gusta no te gusta no más
me dijeron que tenían razón y tenían razón:
ella es débil y blanca y tú eres
pobremente oscuro y eso es todo cuanto hay
no en el fondo sino encima de la cama
cuando besas y te besa.
Atardece, mientras cae
no la noche pero algo y en las fundas
una forma peligrosa que se mueve
como un bulto del que buscas la salida.
O te quedas, me dijeron, y decides caer
–como la noche– rendido a los pies de
los pies de la amante que duerme sin saber
que duermes a su lado. Y que duele el brillo oscuro
en los brazos noche arriba.
O abajo,
de izquierda a derecha, treinta
noches con sus días en las fundas
que nos guardan y nos cierran y nos
guardan, embalados en las cajas
que ellos abren muchas veces con
sus días y sus noches con sus veces
y sus días, hasta que ellos por si acaso
cambiarán la cerradura por si acaso
regresaras el camino ya no importa
que la llave se desfonde en el bolsillo
ni es preciso repasar la borra espesa
de la taza picada. No nos quites el
saludo, no nos quites el dinero
no tenemos más
cigarros porque en noches
como estas no se puede –no se debe–
trabajar, no se puede –no se pudo–
hacer favores ni hacer caso de las voces
que te dicen: ella duerme por las noches
a tu lado y no lo sabe porque duerme,
ella besa y tú la besas, eso es todo, era todo
cuanto había no en el fondo sino encima
de la cama embalada treinta días,
treinta veces me avisaron que dijera
que me iba y no volvía. No nos quites
los cigarros, que me fuera tan tranquilo y callara
si te gusta y cerrara la boca si no te gusta,
no te cuesta nada hacernos el favor
de sentarte con prudencia a la espera de noticias
tan tranquilo tan sentado mientras cae
no la noche pero algo y una forma
peligrosa se remueve en la memoria
como un bulto del que buscas la salida.
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Haz un donativo aquíAlejandro Zambra (Santiago de Chile, 1975) ha publicado, entre otros libros, las novelas Bonsái, La vida privada de los árboles y Formas de volver a casa, el libro de relatos Mis documentos, la compilación de ensayos No leer y el «libro de ejercicios» Facsímil. Algunos de sus relatos han sido publicados en revistas como The New Yorker, Harper’s, The Paris Review, McSweeney’s y Granta, y su obra ha sido traducida a veinte idiomas. Durante diez años fue profesor de Escritura creativa en la Universidad Diego Portales, de Chile. Actualmente vive en Ciudad de México.
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