¡Ojo! Esta es la segunda parte de la historia de Alberto Analco, quien nos dejó echar un vistazo a su diario para descubrir un día lleno de traiciones, golpes y desventuras. Más abajo encuentras la primera parte.
Esta es la segunda parte de una anécdota del diario de Alberto Analco Aguilar, un músico que se encuentra todos los días en el callejón de Regina en el barrio del Centro Histórico. Se publica en colaboración con el programa de poblaciones callejeras de la Fundación Centro Histórico.
Pasaron como otros 25 minutos y volvió a pararse la camioneta, llegamos a otro hospital entrando por emergencias. Esta vez también se abrieron las puertas de atrás, me empezaron a bajar y nos dirigimos hacia el interior del hospital, ya en el mismo entrando por un pasillo reducido, se detuvieron y fueron a dar aviso de mi llegada.
Esperamos más o menos como tres horas, en el lapso de las cuales los paramédicos habían dado mis datos, se acercó un médico y nuevamente me pidió mis datos, me imagino que para corroborar los mismos. Ya la siguiente hora me pasaron a rayos X, una vez que tomaron las placas me llevaron de nuevo al angosto pasillo quedando ahí como otras dos horas.
La camilla en la que estaba volteado con la cabeza hacia atrás note que era la entrada del hospital donde se atiende emergencias, entraban y salían doctores, enfermeras, personal de oficina y afanadores entre otras, por fin a las mil y una horas me pasaron al interior del mismo y me cambiaron de camilla. En el lapso de esto dos de los paramédicos fueron al lunch, se llevaron su camilla pero antes de cambiar de camilla me hicieron firmar la responsiva de su loable y noble servicio en el que además era gratuito, les di las gracias y les deseé buen día, no sin atentes decirles que no tenía dinero a lo cual ellos respondieron con orgullo que ese era su trabajo, que tenían un horario y que hubiera o no trabajo tenían un sueldo y les dije muchas gracias y contestaron es nuestro deber.
Ya en el interior de emergencias donde yo yacía en la otra camilla, note que estaba en la primera de cómo 6 u 8 de las mismas, enfrente aparatos, mobiliario de oficina, estantes con medicina, un refrigerador con dos puestas metálico, donde tenían soluciones médicas, en fin todo un dispensario y muchos aparatos médicos. Llego una enfermera y me pidió la mano para pincharme mi dedo índice, le pregunte si era para ver mi nivel de azúcar, contesto que sí.
Al poco tiempo, llegaron dos individuos y me pidieron mis datos luego me dijeron que me quitara toda mi ropa, al mismo tiempo que de mi mochila azul sacaban todas mis pertenecías y hacia un recuento de las mismas, por cierto cuando me quitaron ya no llevaba pantalón, sino un short de mezclilla y una trusa amarilla, que por el trabajo los dos estaban sucios, así que les dije que la tiraran. Después de unos minutos se acercó una enfermera con un aparato sofisticado, que tenía muchas extensiones, las cuales unas fueron a una de mis manos y otras como con ventosas a mi pecho, que no se podían adherir por mi vellosidad. Pasaron unos minutos yo observaba el movimiento veía caras y ojos dirigidos hacia mí y el temor en mi interior de no saber que me deparaba el futuro inmediato, por fin se acercó una enfermera eso pensé por su juventud y trato cálido me dijo señor Alberto Analco Aguilar respondí que sí, “soy la Doctora Aurora Núñez, sus placas revelaron que tiene fractura de tibia requiere hospitalización cirugía y evaluación para saber qué tipo de material quirúrgico necesita por el momento no hay camas, pero en cuanto haya le daremos una.”
Ya cerca de las 8 de la noche me llevaron a la siguiente planta donde están los pabellones cada uno con seis camas y nuevamente quede a la entrada del mismo, quedando mi vista en el pasillo donde dan información preparan bolsas de medicina, soluciones y constante movimiento de doctores personal y en horas más movimiento constante. Ya una vez en la tercera camilla en la cual pasaría muchos días sin saberlo, se volcaron en mi rodilla cuerpo y mente el doble temor y desconcierto, pasados estos instantes se rompió el silencio después de mi letargo y escuche una voz que decía “¿y a ti que te pasó?” dirigí mi mirada al sonido de la misma y me dijo: Me llamo Jesús. Su cama está enfrente de la mía y a lado de la suya contesto otro, “yo me llamo David”, luego a su lado “yo Francisco”, de nuevo Jesús que más tarde me entere que le decían el gordo, dijo “a mí me atropello un carro en mi moto”, con sarcasmo dijo “por ir a comprar unos plátanos fritos a mi vieja” y se oyeron carcajadas de todos los presentes y a lado de mi cama, estaba otro paciente cuyo singular aspecto, que era mesiánico pelo largo, barba crecida y mirada profunda, dijo “yo me llamo Ángel”, y por último a su lado, el más joven de todos Jesús un joven de 22 años. Me presenté: me llamo Alberto, en seguida de romperse el silencio de mi llegada, de ahí en adelante compartimos nuestro dolor, el pan y la sal de la estancia en ese hospital, que no sabía cómo se llamaba pero seria “El hospital del dolor y la fraternidad”.
Ya después de las presentaciones nuevamente el gordo volvió a preguntar: ¿Y a ti que te pasó? “Me caí de un árbol, como ya saben mal verse el golpe de mi pierna izquierda” y se empezaron a reír. David comento que estaba jugando con su nieta y en un traspié por no pisarla se torció igual que yo la pierna izquierda, con el resultado de doble fractura de tibia y peroné un poco arriba del tobillo. Francisco a su lado contesto que él se fracturo el brazo, por una caída de las escaleras de su casa. Jesús un joven robusto de 1.80 m. aproximadamente comento que salió en la madrugada con dolores que parece que se comió una caja de Corn Flakes, a comprar unas chelas junto con su primo en una tienda cruzando enfrente de su casa a unos metros de la misma se hallaban unos teporochos moneando activo. Cuando estaban a punto de recibir las cervezas por parte del dependiente se acercó una camioneta disparando dos tiros uno de los cuales entro en el ante brazo derecho el cual causó estragos también en su mano, en el pulgar, dañando el nervio y tendón. Por su parte Angelito que así le decían y también San Judas Tadeo por que nació el 28 de octubre, llego para quitarse unos clavos que tenía en su pierna derecha, los cuales le pusieron dos años atrás, se estaban infectando, por lo cual se los habían retirado y yacía convaleciente en su cama que era la 244, junto a la mía 242 y junto a la de Jesús 246. A partir de ese momento inició una relación de camarería, y lo digo porque estábamos en camas y habría que curarnos la herrería. Cuando yo llegue, entre ellos ya había una relación como si se conocieran de toda la vida. Antes ya se habían dado de alta otros pacientes, los cuales yo no conocí, pero me comentaban de un tal Saúl que era todo un caso de humor disparatado.
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