¿A qué olerÃa la antigua ciudad antes de la llegada de los españoles? Solemos imaginar aromas dulces y embriagadores, pero ¿qué hay de aquellos más densos y penetrantes? ¿Será que, después de 500 años, sigue oliendo a lo mismo?
En aquellos dÃas, la región más transparente del aire era un sueño imposible: los espacios sagrados de Tenochtitlan olÃan a muerte. La sangre de los sacrificados cubrÃa los templos y las escalinatas para invocar a las moscas y anunciar el fin de una vida que alimentaba a los dioses. En el ombligo de la ciudad, la huesuda acechaba a cada paso para mostrar su lengua de pedernal. Los tzompantlis mostraban las cabezas de los hombres que habÃan ofrendado su existencia y sus almas, e incluso cuentan algunos cronistas que también se ensartó la cabeza de uno de los caballos de los conquistadores. Esa bestia, junto con los jaguares y los pumas, habÃa sido entregada a la insaciable voracidad de los señores del universo. Nada sé sobre si los zopilotes llegaban a estos lugares para picotear las cabezas, pero sà puedo pensar que el miasma de la carroña era una presencia inexorable y que, tal vez –solo tal vez– por esa razón los nobles y los guerreros tenÃan en sus manos ramos de flores. Esa, quizás, era la única manera que tenÃan para enfrentar la pestilencia; algo parecido a lo que ocurrÃa con el copal que se quemaba en los templos: su fortÃsimo aroma era lo único que podÃa espantar el tufo de la muerte.
Más allá de la zona sagrada, Tenochtitlan tenÃa otros olores; algunos seguramente eran maravillosos, pero otros invocaban a las arcadas que dejaban un ácido sabor en la boca. En una urbe atravesada por canales, no era raro que bajo los puentes se colocaran apestosas canoas para permitir que sus habitantes zurraran sobre ellas. Esos excrementos eran valiosos: no solo permitÃan conservar la pureza del agua, algunos se usaban para curtir las pieles de los animales y otros –tal vez– se empleaban como abono o como parte del sustrato de las chinampas. Es cierto: las curtidurÃas eran lugares que ofendÃan el olfato. En cambio, en los tianguis y en el gran mercado de Tlatelolco, las fragancias podÃan ser una invitación: el aroma de las frutas y los chiles secos, la suave presencia del barro y los puestos de comida que estaban aquà y allá exprimÃan la saliva. Y, más allá, casi lejos del ombligo de la capital, estaban las milpas y las chinampas que le adivinaban a Alfonso Reyes la idea de la región más transparente del aire.
Los hombres más poderosos de la ciudad también tenÃan sus olores: los sacerdotes pintaban su cuerpo y cabello con la sangre de los muertos, y en su carne a veces se adivinaban los restos de grasa que les dejaban las pieles de los hombres que fueron entregados a la piedra sacrificial antes de ser desollados. Los comerciantes, cuando partÃan a las tierras lejanas, abandonaban la caricia del agua y las hierbas jabonosas, y sus mujeres se entregaban al duelo que les impedÃa limpiarse y peinarse. Esa mugre era la preparación para la desgracia que podÃa alcanzar a sus hombres en el camino. Los viajes de los pochtecas transcurrÃan en el filo de la navaja que siempre amenazaba con la muerte. Ya después, cuando ellos volvieran de ese mundo incierto, tendrÃan tiempo para entrar al temazcal para sentir el olor de las hierbas, y renacer pulcros y capaces de mostrar su fortuna.
Al igual que los sacerdotes, los guerreros cargaban con el perfume de la muerte. La certeza de que un dedo o un trozo del cadáver de una mujer muerta en el parto era un talismán todopoderoso acompañaba sus pasos y los dotaba de un aroma preciso. Sin embargo, el tlatoani olÃa de distintas maneras: en las ceremonias religiosas su cuerpo tenÃa impregnada la muerte, pero el resto del tiempo estaba limpio y marcado por el dejo de las hierbas del temazcal; incluso, su casa olÃa distinto. En el jardÃn de Moctezuma Xocoyotzin no habÃa un solo árbol que diera frutos… todos eran aromáticos y llenaban el ambiente con una fragancia que obligaba a achispar el olfato. Algo muy distinto de lo que sucedÃa en las casas de los pobladores: los pequeños corrales donde vivÃan sus guajolotes y sus patios olÃan a excremento, mientras que de sus cocinas emanaban los efluvios de la leña, de las tortillas recién hechas y de los chiles que se secaban cerca del fuego.
La gente del pueblo también tenÃa olores precisos: los cargadores que iban y venÃan del mercado, los trabajadores que levantaban una urbe cuyos edificios siempre parecÃan estar en construcción, los artesanos que chambeaban al rayo del sol en los patios de sus casas y en los talleres, y los campesinos que se partÃan el lomo en sus tierras tenÃan marcado el miasma de la sobaquina. El sudor era parte de su heráldica. Sin embargo, ese olor era muy distinto del que tenÃan los caÃdos en desgracia: los mendigos y los briagos irredentos caminaban por las calles con los pelos parados y la ropa rasgada, mientras que su cuerpo despedÃa el olor del pulque rancio, de la falta de baño y de la orina y la mierda que habÃan expulsado cuando se quedaban tirados en los terrenos baldÃos de las zonas más pobres y lejanas del centro de Tenochtitlan.
¿A qué olÃan las mujeres? Algunas emanaban el miasma que siempre deja el trajÃn de la casa, otras estaban perfumadas con las fragancias del tianguis, unas más olÃan a perfumes y, por supuesto, las que vendÃan su cuerpo olÃan al chicle que mascaban mientras mostraban sus piernas para atraer a sus clientes. No hay duda, Tenochtitlan era una ciudad de aromas…
Mi Valedor es una organización no gubernamental y sin fines de lucro. Nuestras actividades son posibles gracias a los donativos y al generoso apoyo de personas como tú.
Haz un donativo aquáExtra!, ¡Extra!: Historia del periódico en México  Antes de hablar de los inicios del periódico, es preciso mencionar un invento revolucionario que cambió el destino de las comunicaciones humanas: la imprenta. Su creación es atribuida a Johannes Gutenberg (1400 – 1468), orfebre y herrero nacido en Maguncia, Alemania. En la época de Gutenberg ya existÃan […]
La fotografÃa hace su aparición en la historia de la humanidad cuando se inventa el daguerrotipo. Fue creado por Nicéphore Niépce, pero presentado públicamente en enero de 1839 por Louis Daguerre, en Francia. En términos generales, con este artefacto la ilustración se plasmaba sobre una superficie de plata pulida a modo de espejo. Primero, se […]
I Jorge y Cassiel contaron los billetes que sacaron de sus pantalones. —$200, $400, ¡$600 varos! ¡No mames, casi no la armamos! —exclamó Jorge resignado, pero soltando una risita. A un costado, un señor con una misteriosa bolsa negra miraba a Cassiel de arriba a abajo. —La neta ya ni dan ganas de salir […]
Los Valedores serán parte de La Otra Feria, un evento organizado para compartir con los lectores el amor por los libros. ¡Cáele y pasa un rato chido con nosotros!
ArtÃculos artesanales y de diseño con sello valedor ¡Compra con causa!
Te vemos ahÃ, ¡Los Valedores tendrán merch muy cool! Proyectos colaboradores: @Profproof @amuleto.ediciones_ @espejosomos @estoesunlibro @concordiamx @mald3ojo @piso16culturaunam @iurhi @morelosleoncelis @lacasadelosmonosymonitos @mivaledor @changosperros @estudio___nomade @edicionesmanivela @malapartehanibal Ediciones Circular (Jose Miguel González Casanova)